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CRÓNICA | DOCUMENTAL SOBRE LA INMIGRACIÓN

Diez mujeres que echan raíces en Nafarroa sin perder las propias

Africa ha vivido a caballo entre Nafarroa y Nigeria. Recuerda el día en que una niña pequeña se lanzó súbitamente a lamerle la mano, en un autobús de Iruñea, para probar «si sabía a chocolate». Fue hace sólo 14 años, cuando Nafarroa era monocolor. La inmigración ha ampliado la paleta cromática, pero los sentimientos de los seres humanos que hay detrás de cada piel son muy parecidos. Lo demuestra «Las vidas de Zulma», preestrenado ayer.

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Ramón SOLA

Se trata de un documental de 45 minutos promovido por la asociación Alter Nativas que recopila diez historias, diez testimonios de otras tantas mujeres que han llegado a un mismo punto (Nafarroa) desde muchos diferentes. Historias como la de África y aquella niña que le lamió la mano; como la de la sorpresa de Hakima cuando llegó del desierto y vio que bastaba con dar la vuelta a un grifo para encontrar agua; como la tristeza de Mariela, chilena, en su primer verano aquí sin hablar con nadie, saliendo sólo de casa para ir al parque a escribir...

El objetivo del trabajo era sencillo y, a la vez, poco corriente: ponerles ante la cámara para que cuenten qué sintieron al llegar, cómo nos ven, qué les gusta y qué no, o cuál es el grado del deseo de volver. Y la conclusión es también igualmente simple y a la vez inesperada: no hay diferencias entre sus ilusiones y miedos y los que experimentaría «cualquiera de nosotros si debiera ir allí». Las dificultades del día a día, el ansia de comunicarse, los sueños, los miedos, la nostalgia... «Sentimientos universales», concluyó Blanca Oria, que ha realizado el documental junto a Juan Zapater.

Volver, siempre en la mente

Tina, brasileña, recuerda que justo al año de llegar empezó a experimentar una sensación que le resultó peligrosa, y que cree que incluso ha sido probada científicamente: empezaba a echar raíces. Es una de las que más claro tiene que probablemente no vuelva a su tierra natal. En el caso de Hakima, la saharaui de Leitza, el motivo es más que obvio: «Mientras las cosas no cambien y a los de alrededor no se les abran los ojos...». Su padre murió en la guerra.

Afortunadamente, internet ha hecho el mundo mucho más pequeño. Tina recuerda cómo al principio se comunicaba con Brasil con incesantes cartas y «con cassettes en los que grabábamos todo». Ahora en cambio, como resume Ana Gabriela, mediante la red «puedes ver a los hijos crecer, a la madre salirle las canas... aunque eso también hace trabajar la nostalgia», lamenta. Una nostalgia que aflora en cosas intangibles: los olores, la luz, el mar... Tina, por ejemplo, cuenta que al principio salía a escuchar el ruido del viento acariciando la hierba porque le recordaba el rumor del océano.

Sentimientos, como se puede ver, normales y hasta previsibles, lo que no les quita un ápice de emotividad. Sentimientos que, de hecho, no son exclusivos de las mujeres, que eran el objetivo del trabajo de Alter Vidas. De hecho, hubo quien propuso tras el preestreno hacer un trabajo similar con hombres para completar el mosaico de esta inmersión en la realidad de los inmigrantes. Una realidad que ha dejado muy atrás la anécdota de la niña del autobús, pero sigue estando plagada de barreras.

 

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