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José María Mena 2008/1/12

Aborto

EL PAÍS

¡Obispos buhoneros!, clamaba, como en una pesadilla, el viejo poeta León Felipe. Han pasado muchos años desde aquellos tiempos. Algunos creían que, por fin, habíamos llegado al final de una larga historia, a un mundo acomodado y apacible, laico y culto, plural y tolerante. Pero, una vez más, reaparecen aquellos viejos personajes. (...)

El lento y cauteloso camino de la legislación del divorcio (...) fue objeto de crispado enfrentamiento, todavía no aplacado. Ahora parece que, desde las ancestrales perspectivas reaparecidas, se considera un inminente peligro para la democracia que los trámites del divorcio dejen de ser lentos, complejos y caros (...).
El matrimonio entre personas del mismo sexo (...) parecía desbordar su capacidad de santa indignación, como si se tratara de una norma de obligado cumplimiento.

Pero las novedades legislativas que tradicionalmente provocan la mayor crítica y movilización de nuestros personajes son las relativas al aborto.

(...) El primero de los supuestos de aborto voluntario despenalizado es el terapéutico: cuando sea necesario, dice el Código, para evitar un grave peligro para la vida o la salud física o psíquica de la embarazada y así conste en un dictamen emitido con anterioridad a la intervención por un médico de la especialidad correspondiente (...).

Junto al supuesto clásico de grave peligro para la vida o la salud física de la embarazada, se introdujo el supuesto de grave peligro para la salud psíquica. (...) se pensó que en esta previsión cabría alojar, sin demasiadas dificultades, los casos de aborto voluntario que no tuvieran otro cauce de despenalización, y estos resultaron, así, susceptibles de despenalización sin plazo límite del curso del embarazo. (...) se abría, tímidamente, una puerta trasera a mayores reivindicaciones o más radicales propuestas electorales.

(...) Posiblemente, las actuales limitaciones y ambigüedades de la legislación sobre el aborto no se deban tanto al temor a la censura eclesial como a la timidez de los propios legisladores (obsérvese que no digo las legisladoras), que creyeron, y creen, que con lo hecho basta.

Por ello no está de más recordar la valentía con que se expresaba el preámbulo de la ley de los matrimonios homosexuales, afirmando que en forma alguna cabe al legislador ignorar lo evidente: que la sociedad evoluciona, y que, por ello, el legislador puede, incluso debe, actuar en consecuencia.

Esta reflexión y autoexigencia del legislador es válida también para la realidad estadística, y humana, del aborto voluntario, que no deseado.

Además, la experiencia nos enseña que frente a cualquier reforma legislativa que entrañe progreso (...) la santa indignación saldrá a la calle con todos sus efectivos, incluidos niños, señoras, padres de familia numerosa, y hasta clérigos y príncipes de la Iglesia con su traje talar, de reglamento, tocados con irreverente gorrilla juvenil.

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