El inefable Garzón ha tenido la humorada de convocar a los representantes de ANV y EHAK los próximos lunes y martes de carnaval para comunicarles que se acabó lo que se daba y que la pamema que han estado representando durante estos meses jueces, fiscales y gobernantes ha llegado ya a su fin. Del «exquisito respeto» de los políticos gobernantes a las investigaciones judiciales, a la toma en consideración absoluta de los informes policíacos, tras pasar por el espectáculo circense de los portavoces de la ultraderecha en el constante reto a Zapatero, a quien le acusaban (y acosaban por ello) de no tener bemoles ni interés para afrontar una nueva y enésima ilegalización de los independentistas, hemos llegado al capítulo que algunos quisieran final pero que, a buen seguro, no pasará de ser un hito más, un punto y seguido en la historia del conflicto que enfrenta a los vascos que sólo quieren serlo con quienes quisieran imponerles otra cosa.

Será en pleno carnaval cuando, paradoja de las paradojas, caigan las caretas. Así volveremos a ver al Garzón de siempre, el que pasará a la historia como el muñeco de guiñol que baila siempre al ritmo que le marca la mano del que manda. Lo hizo con González, con Aznar y, ahora, con Zapatero. Aunque algún arrebato de vanidad le hiciera sacar los pies del tiesto en alguna y breve ocasión.

Y veremos el verdadero rostro del cincunflejo Zapatero, que no es otro que el del rasputinesco Rubalcaba. Los que no creyeron en el proceso como tal y pretendieron reconducirlo todo al mil veces fracasado «rendición o derrota» asomarán al escenario como lo que son y no como lo que han querido representar. Caerá la careta del optimista antropológico y aparecerá el verdadero careto de Espartero, el que terminó por engañar al pusilánime Maroto para sembrar la semilla de una nueva guerra. Para bien de todos, Zapatero no encontró a Maroto. A los pusilánimes ya los llevó a su terreno hace tiempo.

Y el conflicto sigue. A pesar del carnaval.