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La cárcel agudiza la situación de exclusión a la que se enfrentan las mujeres presas

Las condiciones de las cárceles vascas agudizan los efectos negativos de la condena de privación de libertad a la que se enfrentan las presas por ser mujer, suponiendo un obstáculo añadido a su posterior inserción sociolaboral y relación con sus vínculos familiares.

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Agustín GOIKOETXEA

Las condiciones de las prisiones no son iguales para hombres y mujeres, es una de las principales conclusiones del estudio efectuado por la Fundación Zubiko acerca de la«Prisión y diferencias de género», elaborado a partir de 60 entrevistas con presas y presos de Basauri y Langraiz, así como con las compañeras de éstos.

Nieves García del Moral, una de las autoras del informe, subrayó ayer en su presentación en Bilbo que la estancia de las mujeres en prisión no hace sino convertirse en «una caja de resonancia» de la discriminación que hoy en día soportan éstas, especialmente aquellas que pertenecen a un sector social pobre. Mientras la mayoría de los varones es soltero y consumidor de drogas, ellas -con un nivel de estudio bajo y sin amparo de sus progenitores- están casadas y tienen una media de dos hijos.

Al establecer su perfil, se aclara que ellas no suelen consumir drogas, siendo su relación con éstas, principalmente su tráfico, inducido por sus parejas masculinas y, en muchos casos, la causa de su ingreso en prisión. Un 25% son extranjeras.

Una alta proporción de estas presas se enfrenta al proceso de privación de libertad sin el apoyo de su pareja. El motivo, según desvela el estudio financiado por la Diputación vizcaina, es que sus compañeros también están en la cárcel, y en otras es que han optado por abandonarlas. «En su mayoría -resaltó Araceli Fernández, otra de las responsables del informe- pierden la custodia de los hijos, que pasan a ser tutelados por las diputaciones. Se quedan solas, sin comunicación con sus hijos».

Pero las carencias de las presas, un 10% de la población encarcelada, no se circunscriben al ámbito afectivo, se prolongan al material, que definieron de «graves y sangrantes». Fernández no perdió la oportunidad de dar a conocer a la opinión pública que fruto de su trabajo en el interior de las cárceles, conoció a una mujer que llevaba 7 meses sin hablar con su hijo porque no tenía dinero para comprar una tarjeta telefónica

Frente a esta realidad, la mayoría de los presos soporta su paso por la cárcel con el respaldo de un entorno familiar «estable y sólido, del que le hacen partícipe en la distancia y en el que sabe que podrá incorporarse cuando cumpla su condena». Pivote fundamental de este apoyo es su compañera que, en vez de abandonar a su pareja, se responsabiliza del mantenimiento económico del núcleo familiar y del preso. En muchos casos, con la vista puesta en la hora de su puesta en libertad, buscan vías para su inserción sociolaboral.

Menos recursos

Fernández subrayó que, al ser excarcelados, presos y presas tienen que enfrentarse a un momento clave en su vida para evitar la exclusión social. «La sociedad habilita más recursos para los hombres que para las mujeres, que caen en muchas ocasiones en situaciones de soledad y de abandono, que resaltan sangrantes, aclaró. Los propios programas de inserción en las cárceles están orientados a los varones, por lo que desde la Fundación Zubiko reivindican que se trabaje en la elaboración de planes específicos que ayuden a las presas a mejorar su nivel cultural y profesional, además de habilitar salidas laborales específicas para ellas.

Las condiciones físicas de los centros penitenciarios vascos agravan también las penas de las mujeres. Ellas ingresan, en la mayoría de los casos, en módulos habilitados en cárceles de hombres, gestionadas por y para hombres y con recursos que, con caracter general, son inferiores a los destinados para ellos, y no siempre adecuados a las peculiaridades de género.

Araceli Fernández destacó que, por ejemplo, en Basauri y Langraiz, las presas no disponen de un patio propio y el gimnasio es una sala habilitada «con menores recursos».

La situación del módulo de mujeres de Langraiz, por ejemplo, es preocupante, según viene denunciando Salhaketa. La asociación de apoyo a los presos informó la pasada semana de la muerte el 12 de enero, en una celda de la prisión alavesa, de una mujer, la segunda que ha fallecido en esta cárcel en el plazo de veinte días.

Por ello, al igual que lo ha hecho ante casos similares, demandó a Instituciones Penitenciarias el cierre cautelar del módulo de mujeres. Salhaketa lleva al menos una década pidiendo su clausura «porque no reúne condiciones para llevar una vida digna».

El trabajo promovido por la Fundación Zubiko, uno más de los efectuados sobre la realidad de las cárceles, incide en que «la sociedad analiza con mayor dureza a la mujer que ha transgredido las normas sociales y debe `pagar' su deuda en una prisión. Para con los hombres presos -añade-, la presión social es menos intensa. Si, además, esa mujer es madre, el juicio y el prejuicio a los que se verá sometida será doblemente duro».

El estudio es claro al remarcar que la mayoría de los problemas relacionados con las personas en prisión tienen rostro femenino. Además, destaca que estas mujeres provienen de ambientes desfavorecidos en los cuales la consideración de lo femenino es especialmente peyorativa «y lo sitúa en una posición de inferioridad respecto al género masculino -manifiestan- en mayor medida de lo que ocurre en estratos sociales más evolucionados, en los cuales se está más cerca de la equiparación».

En el campo afectivo, las autoras relatan tras entrevistar a presos y presas que, en el ámbito de la sexualidad, las relaciones de las mujeres con sus parejas «se embrutecen», fiel reflejo de la situación de dominación que soportan por parte de sus compañeros. Aurora Urbano destacó que la sexualidad femenina se «invisibiliza».

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