Crónica urgente de un aborto clandestino
«4 meses, 3 semanas y 2 días»
Es la película del año, después de haber ganado los premios del Cine Europeo, el Festival de Cannes y el Fipresci de la crítica. El éxito de Cristian Mungiu no hace sino confirmar el «boom» del nuevo cine rumano, que impacta con su estilo realista y urgente. La urgencia es, precisamente, la sensación que domina en «4 meses, 3 semanas y 2 días» porque las dos jóvenes protagonistas se ven lanzadas a una carrera contrarreloj para que una de ellas aborte.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
La película del rumano Cristian Mungiu llega a nuestras pantallas en un momento en el que la polémica sobre el aborto está en todas las secciones de opinión de los diarios, debido a la investigación judicial que se sigue contra una serie de clínicas privadas que lo practican. Un reciente artículo de Lidia Falcón, publicado en el periódico «Público», ha denunciado una persecución en toda regla contra la interrupción voluntaria del embarazo, a expensas de una legislación tramposa que permite a los médicos acogerse a la objeción de conciencia, con lo que este tipo de intervenciones médicas se desvían mayoritariamente de los centros de salud pública hacia los privados, a los que ahora, además, se les sitúa bajo sospecha. Ocurre así porque sigue sin haber una política de prevención y ya se sabe que éste es un tema en el que los sectores conservadores y la Iglesia centran toda su presión, bajo falsas coartadas morales que no tienen en cuenta ni siquiera los casos de las menores de edad o de las mujeres violadas.
«4 meses, 3 semanas y 2 días», título que, obviamente, se refiere al periodo de gestación en el momento preciso en que va a ser interrumpido, no participa de esta polémica, sencillamente porque en la actualidad no se da en Rumanía. Ahora bien, pese a las intenciones de su director de permanecer al margen, éste no puede evitar que cada espectador aplique su propio criterio a la historia que se le muestra en pantalla. La intención de Cristian Mungiu, que antes fue periodista y ya en su primer largometraje, «Occidente», se basó en la recopilación de distintos testimonios verídicos, ha sido la de poner en escena los relatos que más le han impresionado sobre las prácticas abortistas. En su afán por ser fiel a lo que algunas conocidas le habían contado, incluye el famoso plano del feto en el suelo del baño, que tantas reacciones contradictorias ha suscitado. Es mostrado así porque es una imagen que a una amiga suya se le quedó grabada y le marcó de por vida. El Vaticano fue el primero en pronunciarse en contra de la escena, condenando la película por supuesto escándalo, al sacar a la luz algo que siempre se ha tratado de ocultar en nombre del sacrosanto derecho a la vida. En sentido opuesto, están los que lo consideran una mera concesión al morbo o también quienes ven una especie de artificioso simulacro antiabortista mediante el chantaje emocional.
Mungiu insiste en que solamente le interesa la fidelidad a los hechos, al dramatismo que se desprende de unos acontecimientos que llegaron a ser tristemente cotidianos para las mujeres rumanas en un pasado no tan lejano. Hay quien parece ver en dicha elección retrospectiva una forma de escapismo, pero lo cierto es que la mayoría de los cineastas prefieren referirse al aborto en sentido histórico. El inglés Mike Leigh situó a comienzos de los años 50 la acción de «Vera Drake», a fin de subrayar el clasismo que subyace en su base social, aunque la recreación resulta por demás maniquea. El maestro Chabrol fue todavía más al origen del problema, conectando «Un asunto de mujeres» con la supervivencia femenina bajo el régimen falócrata impuesto por los militares y sus gobiernos durante la II Guerra Mundial. Pero Mungiu no se adentra en la descripción de la caída del comunismo rumano de Ceaucescu, sino que lo emplea como simple contexto ambiental para su impactante relato.
Al localizar la acción de «4 meses, 3 semanas y 2 días» hace veinte años, Mungiu no pretende hacer una disección en profundidad del sometimiento de la mujer a los intereses superiores del régimen político imperante, sino que utiliza ese marco opresivo para remarcar la desesperación de las dos protagonistas, que intentan sobrevivir en un mundo que se desmorona a su alrededor. Entonces, la práctica del aborto llegó a entenderse como una forma de protesta contra Ceaucescu, simplemente porque lo había prohibido dentro de su campaña a favor de la natalidad como medio para aumentar la población productiva. Como no es un documental, la película no habla del más del medio millón de mujeres que murieron por las malas condiciones de su práctica clandestina. Los hospitales tenían terminantemente prohibido atender a las pacientes que llegaban desangradas a causa de una intervención deficiente porque antes debían informar a la Policía, que las sometía a interrogatorios sin mediar atención médica, provocando la consiguiente mortandad. Nada de eso aparece en la película, por lo que nadie podrá acusar a Mungiu de haber intentado cargar las tintas o de utilizar esa información residual para la crítica ideológica.
El segundo largometraje de Cristian Mungiu pretende inscribirse en una trilogía denominada «Relatos de la edad de oro», en la que rescata vivencias reales del final del periodo comunista, siempre bajo la óptica individual y no colectiva. No busca, por tanto, el análisis social, ya que el cineasta rumano se tiene por un retratista que quiere llegar al fondo del ser humano. En esta primera entrega ha querido hacer un canto a la amistad entre mujeres, a la solidaridad femenina. No se centra tanto en la amiga que está embarazada como en la única que puede ayudarla en semejante trance, que es con la que más llega a identificarse la audiencia. Gabita está muy asustada y bastante tiene con lo que tiene, por lo que pasa a ser su compañera en la residencia de estudiantes Otilia, la que se ocupa de ella arriesgándolo todo y sacrificándose para completar el pago de la operación. En el papel de la improvisada heroína sobresale el inmenso trabajo interpretativo de Anamaría Marinca, joven actriz rumana afincada en el cine inglés con una gran proyección internacional.
Sobre los muchos premios que ha ganado Cristian Mungiu con «4 meses, 3 semanas y 2 días», conviene aclarar que vienen más por el lado de su enorme talento como director. Empezó como ayudante de Tavernier en «Capitán Conan», lo que le ha hecho atesorar un dominio detrás de la cámara que le facilita el poder exhibirse con muy pocos medios. Maneja el plano-secuencia en movimiento sin necesidad de steadycam ni de travelling alguno, lo mismo que el intercalado de planos fijos de estética naturalista, desprovistos de música incidental.
El Festival de Cannes ha servido para crear el actual auge que experimenta el cine rumano, premiando a distintos jóvenes realizadores en los últimos años. En 2004, Catalin Mitulescu recibió la Palma de Oro al mejor cortometraje por «Traffic». Al año siguiente, Cristi Puiu ganaba en la sección Un Certain Régard con «La noche del señor Lazarescu», sobre la kafkiana odisea de un paciente que va de hospital en hospital en una ambulancia. En 2006, Corneliu Porumboiu obtenía la Cámara de Oro a la mejor ópera prima por «Bucarest 12:08». El pasado año los premios ya se iban a ir acumulando, puesto que, además de la Palma de Oro conquistada por Cristian Mungiu, se concedía a título póstumo el Gran Premio de la sección Un Certain Régard a «California Dreamin», del malogrado realizador de 27 años Cristian Nemescu, seguramente el más prometedor de todos hasta sufrir un fatal accidente de tráfico.
Desde un principio el director Cristian Mungiu tuvo muy claro que sería el actor Vlad Ivanov quien interpretara al Sr. Bebe. Mungiu lo conoció un año antes mientras rodaban un spot publicitario.
T.O.: «4 luni, 3 saptamani si 2 zile».
Dirección y guión:
Cristian Mungiu.
Fotografía: Oleg Mutu.
Intérpretes: Anamaría Marinca, Laura Vasiliu, Vlad Ivanov, Alex Potocean, Luminita Gheorghiu, Adi Carauleanu, Ion Sapdaru, Teodor Gorban, Tania Popa, Doru Ana.
País: Rumanía, 2007.
Género: Drama existencial.
Duración: 113 minutos.