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El producto interior bruto ya no es fiable

Se busca alternativa para medir el bienestar

Los economistas empiezan a preocuparse por la felicidad en sus estadísticas. El Producto Interior Bruto (PIB) ya no sirve como indicador fiable del bienestar de una sociedad. La evidencia ha sido ya asumida por diversas instituciones, entre ellas la Comisión Europea, que espera contar en 2009 con una nueva medida.

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Pablo RUIZ DE ARETXABALETA

El Producto Interior Bruto (PIB) aumentó en Hego Euskal Herria un 3,8% en el tercer trimestre de 2007 respecto al mismo período del año anterior. Dadas las circunstancias económicas en todo el mundo parece un buen dato, pero no está tan claro.

El PIB es el índice aceptado mundialmente para medir la riqueza de una comunidad. Su incremento es el objetivo continuo de gobiernos estatales, regionales o supraestatales para confirmar que el desarrollo va por buen camino. Fue introducido después de la gran depresión y los políticos lo sitúan desde entonces como objetivo económico dominante y con él comparan la actuación económica de diversos países y sus progresos económicos. En la UE ha sido usado como requisito para adoptar el euro o para calcular la contribución a los presupuestos comunes.

Como tal instrumento ha sido cuestionado por numerosos colectivos, pero ya está siendo puesto en duda por las propias instituciones que lo exhiben como bandera del crecimiento de una sociedad.

Junto a la fabricación de automóviles, teléfonos móviles o zapatos, la actividad turística, la distribución de electricidad o las ganancias de un banco, en él se contabilizan la reconstrucción tras una inundación que ha dejado miles de víctimas, las ventas de armas en un conflicto bélico o la construcción de cárceles. Es decir, no distingue las actividades con un efecto positivo o negativo en el bienestar.

En el flamante 3,8% del PIB de Hego Euskal Herria se incluyen actividades de dudoso beneficio social como las relacionadas con la construcción del Tren de Alta Velocidad o los recursos movilizados (ambulancias, talleres o incluso funerarias) a consecuencia de los accidentes de tráfico. A su vez, otras actividades que sí crean riqueza y bienestar quedan excluidas, como el caso de la actividad doméstica o el trabajo voluntario.

La UE ha comenzado a debatir el asunto. El pasado noviembre más de 600 especialistas en economía, estadística y ciencias sociales analizaron ese concepto de bienestar para ir más allá del PIB, convocados por la Comisión Europea, la OCDE, el Club de Roma y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, subrayó la necesidad de «una definición más precisa del progreso, la riqueza y el bienestar y cómo se evalúan». La Comisión señaló, como ejemplo, que un país en el que el trabajo infantil esté permitido puede reflejar un incremento del PIB. Además reconocieron que también se ocultan las diferencias dentro de un mismo país, donde con un PIB elevado pueden convivir bolsas de pobreza extrema.

El profesor de Economía de la UPV Antón Borja coincide con que el PIB no es un concepto exacto y que excluye la economía sumergida como la prostitución o el juego clandestino que, en general, supone el 20% de las economías. Borja señala que hay que tener en cuenta que los factores tradicionalmente se toman como los que crean riqueza -la naturaleza, el trabajo y el capital-, ya no son lo que eran. «La naturaleza no es ya tanto un factor productivo como una limitación», explica, en cuanto se aplican criterios de sostenibilidad como el protocolo de Kyoto, aunque, a la vez, esa limitación crea otra industria ligada a la descontaminación.

El conocimiento empuja el bienestar

El trabajo, añade Borja, sigue siendo un factor de producción, pero ya no ligado a la imagen tradicional de trabajo manufacturero sino que cada vez adquiere más importancia el trabajo cualificado, el conocimiento que, en su opinión, es el verdadero factor de crecimiento. Igualmente, ha cambiado la naturaleza del capital.

«El vector que empuja el bienestar de una sociedad es el conocimiento aplicado sistémicamente», afirma.

También los tradicionales sectores -primario, industrial y terciario- no son lo que eran hace treinta años y, así, la actividad industrial tiene que ver cada vez más con tecnología y conocimiento. En opinión del profesor de la UPV, el conocimiento hace a un país más productivo, y no sólo al trabajador o a la empresa sino también al consumidor, que crea demandas nuevas.

Este conocimiento está ligado a la Investigación y Desarrollo, (I+D). En este sentido, destaca que los países escandinavos cuentan con un PIB alto pero también con un Indice de Desarrollo Humano (IDH-índice de la ONU, que vincula también educación y salud) elevado, mientras EEUU contaba (al menos hasta esta última crisis) con un alto PIB, pero con peores cifras de IDH.

Borja destaca que en ello influye que los países escandinavos dedican más recursos a I+D, pero también fomentan más la formación continua y la participación en el trabajo, «mientras que aquí se sigue produciendo bajo formas tayloristas». Añade que también la creación de empleo está ligada al conocimiento y a una producción con más valor tecnológico, a la vez que crea una sociedad «en cierto grado más equitativa». Por el contrario, el PIB puede crecer mientras se pierde empleo, sobre todo en una economía financiera como la que en los últimos días está mostrando sus debilidades con las caídas en bolsa, que, en realidad, no reflejan una pérdida de la riqueza real.

Por ello, Borja concluye que hay que elaborar otros indicadores «relacionados con beneficios colectivos de la economía del conocimiento en que estamos metidos, que refleje el I+D y el trabajo cualificado».

En las jornadas de Bruselas, el comisario de Asuntos Económicos, Joaquín Almunia reconoció que el PIB «no puede distinguir entre las actividades que tienen una negativa o un impacto positivo en el bienestar. De hecho, la guerra e incluso los desastres naturales pueden tomarse como aumento en el PIB». Estimó que, aunque «el PIB es una medida imprescindible de la actividad económica que ha dirigido con éxito nuestras economías con el período de la posguerra, sosteniendo la prosperidad que gozamos hoy, los nuevos desafíos del siglo XXI requieren instrumentos estadísticos nuevos».

Apostó por integrar en las estadísticas conceptos ambientales, económicos y sociales. Sobre todo subrayó el valor de integrar las cuentas económicas y ambientales para analizar las conexiones entre el ambiente y la economía que, en su opinión, «permitirán que contestemos a preguntas políticas urgentes». Por ejemplo, «ayudarán a comprobar si el desarrollo económico está teniendo menos impacto en el ambiente. También ayudarán a establecer si estamos respetando las objetivos de Kyoto sobre emisiones de efecto invernadero o estamos exportando simplemente las emisiones después de deslocalizar la producción». Branislav Mikulic, representante de la Fundación Europea para la mejora de las condiciones de vida y de trabajo, opina que la calidad de vida de un país se mide tanto con indicadores objetivos como subjetivos.

En ella no sólo se incluyen los recursos económicos, sino también datos sobre niveles de salud, empleo y condiciones laborales, entorno familiar, participación social, conocimiento, educación y formación, percepción subjetiva de felicidad, ambiente doméstico y local, seguridad pública, ocio y recursos políticos y derechos civiles.

Según estos criterios, países como Dinamarca, Finlandia o Suecia lideran la satisfacción en la vida, por encima de Luxemburgo, que tiene el mayor PIB de la UE. Asimismo, Chipre o Eslovenia tienen índices de satisfacción similares a Alemania o Estado francés, pese a tener PIBs inferiores.

En opinión de Mikulic, los recursos económicos y el nivel de vida influyen en la percepción subjetiva de bienestar que tienen los individuos pero otros factores como los culturales y los políticos también son muy importantes a la hora de determinar la felicidad de una comunidad. El miembro del Club de Roma Hazel Henderson señala que en los balances de las propias empresas deben incluirse datos que completen los meramente económicos y añadir costes sociales y ambientales. Apuntó algunos grupos que sí lo hacen y cree que ha llegado la hora de que los estados elaboren las cuentas de forma similar. Criticó que se añadan al PIB esos «costes sociales y medio ambientales como si fuesen productos deseables».

Ante la diferencia entre felicidad e ingresos económicos, Bruno Frey, de la Universidad de Zurich, propuso dar mayor peso a los indicadores sobre felicidad, aunque sin maximizarlos, y que las instituciones hagan posible que la población alcance su felicidad deseada a través de la educación, las condiciones económicas generales, el empleo, la estabilidad de precios, y unas condiciones políticas que posibiliten el derecho de participación de los ciudadanos. Como ejemplo, puso el caso de Alemania, con un índice de satisfacción en 1970 muy por encima del PIB per cápita con que contaba entonces, pero mientras el primero se ha mantenido en los mismos niveles, el PIB no ha parado de subir hasta llegar a duplicarse.

La UE espera contar en 2009 con su propio indicador que mida el progreso de la Unión más allá del PIB. De momento, el Estado francés quiere ser el primero en contar con una alternativa y Sarkozy, quizá por eludir un PIB que no crece tan vigoroso, ha encargado buscarlas.

Estadísticas ignoradas

También Australia ha empezado a evaluar la calidad de vida en la medición de sus logros económicos y un centenar de otros países han iniciado trabajos sobre el mismo tema, desde Bután hasta EEUU. El premio Nobel Joseph Stiglitz, que colabora con el Gobierno francés en esta tarea, ha reconocido que los economistas son conscientes de los límites del PIB, porque «no mide convenientemente los cambios que afectan al bienestar. No permite comparar correctamente el bienestar de los diferentes países».

La OCDE trabaja desde hace tres años en cómo hacer las estadísticas económicas más representativas y opina que debe vincularse a los propios ciudadanos en la elaboración de las medidas del progreso nacional que consideren importantes. Los trabajos de la OCDE son dirigidos por su jefe de Estadística, Enrico Giovannini, según el cual se trata de un tema tan importante en el siglo XXI porque se dirige al corazón del funcionamiento democrático en la era de la información. «Si la gente elige a sus representantes políticos pero no cree en las estadísticas que utilizan pueden convertirse en esclavos de la propaganda», afirma.

Según estudios de la Unión Europea, alrededor del 65% de sus habitantes sólo tiene una idea aproximada sobre las cifras de estadísticas esenciales como el crecimiento, la inflación o el desempleo de su propio país, incluso si piensan que las estadísticas son importantes.

Luisa Corrado, de la Universidad de Cambridge, realizó durante dos años un estudio en la UE para evaluar datos que iban desde la confianza que las personas depositan en sus instituciones parlamentarias, a su satisfacción sobre sus condiciones de vida, pasando por conceptos como el altruismo. Según sus conclusiones, «muchos de los países más felices y los más ricos, como los escandinavos, Luxemburgo y los Países Bajos están también a cabeza de los indicadores del Banco Mundial sobre la buena gestión de los asuntos públicos».

«El mensaje para los responsables políticos es que no es suficiente para los gobiernos concentrarse en el aumento de la riqueza y el nivel de vida material. Nuestro bienestar debería abrirse a una sociedad más solidaria en la cual la gente confíe», añadió.

cabe todo

En el PIB no se distingue entre actividades con un efecto positivo o negativo para el bienestar. La reconstrucción tras una catástrofe, las ventas de armas o la construcción de un pantano con gran impacto ambiental también se suman al medir su crecimiento.

debate en la ue

La Unión Europea ha impulsado un debate sobre nuevos instrumentos estadísticos, aunque sus gobiernos siguen aferrados al tótem del PIB. Espera contar en 2009 con una alternativa más precisa que defina el progreso y el bienestar.

conocimiento e I+D

Según el profesor de la UPV Antón Borja, el conocimiento aplicado sistémicamente, la I+D, la formación continua y la participación de los trabajadores son las claves que marcan la diferencia de los estados que cuentan con mayor bienestar.

Una nueva escala que permita medir la felicidad en el mundo

Como alternativas para medir el bienestar de una sociedad, numerosos organismos ya han puesto en marcha indicadores como medidores de calidad de vida, índices de educación, huella ecológica, medio ambiente, indicadores del cumplimiento de los objetivos de la Estrategia de Lisboa, desarrollo sostenible, desarrollo humano, capital natural o simplemente, sobre la felicidad. El sitio de internet www.happyplanetindex.org/ ofrece precisamente un mapa con los índices de felicidad de cada país del mundo, en el que se constata que países considerados pobres pueden ofrecer un índice de felicidad superior al de los ricos. El sitio incluye un cuestionario para que cada persona evalúe su propia felicidad. El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, se dio un 8,5. GARA

Dos premios nobel ayudan a Sarkozy

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha designado un comité presidido por el Premio Nobel de Economía Jospeh Stiglitz para profundizar en la creación de una nueva medida de crecimiento que se relacione con el bienestar de una sociedad. El PIB francés ha quedado muy por detrás del de EEUU desde los años 80 e incluso con la amenaza de estancamiento de la economía estadounidense, puede verse afectado. El Gobierno francés podría buscar así ocultar el decepcionante crecimiento económico que se había fijado como una de sus prioridades, incluso alentando a los franceses a que trabajen más y atacando la jornada de 35 horas. «Si el crecimiento no llegar, iré a buscarlo», ha afirmado el presidente francés.

Junto a Stiglitz, Armatya Sen, otro Premio Nobel de Economía, liderará el análisis para calcular un crecimiento que tenga en cuenta la calidad de vida. Sen colaboró en la creación del Indice de Desarrollo Humano (IDH) que utiliza la ONU.

Richard Layard, profesor de la Escuela de Economía de Londres y autor del libro «La Felicidad: lecciones para una nueva ciencia», afirmó que Sarkozy puede estar buscando el reconocimiento de políticas que promuevan el bienestar pero no se reflejen en el PIB. En su libro, Layard apunta que la depresión, el alcoholismo y los delitos han crecido en los últimos 50 años, a pesar de que los ingresos medios se han doblado. Por su parte, el ex economista jefe de la OCDE, Jean-Philippe Cotis, que dirige ahora el instituto de estadística francés INSEE, afirma que la medida de la felicidad debería complementar el PIB teniendo en cuenta factores como el tiempo de ocio, algo que los franceses tienen mucho, al contar con una jornada laboral media por debajo de la media de la UE. GARA

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