Tim Burton no sólo ha encontrado en la obra magistral de Stephen Sondheim una fórmula para readecuar su particular discurso gótico al género musical. Si no que, además, ha servido para reencontrarnos con el mejor Burton. A excepción de su fascinante «La novia cadáver», su última etapa adolecía del encanto de sus primeras producciones y nos mostraba a un creador dubitativo en un territorio que antes dominaba a la perfección. Tras «Big Fish» y «Charlie y la fábrica de chocolate», Burton se reencuentra con la tipología del monstruo que siempre le ha fascinado. Sustentada en la barroca y lúgubre puesta en escena y que recrea la populosa calle Fleet de la época victoriana, Burton respeta cada una de las intenciones que han hecho del original musical una de las obras más inteligentes del género. Mucho se ha especulado sobre el no respeto a la duración original del musical de Sondheim -3 horas-, lo cual provocó que varios números fueran descartados. Teniendo en cuenta que el propio compositor se entregó a esta ingrata tarea, el resultado no puede ser mas satisfactorio ya que la selección musical, lejos de ser una especie de deshilvanado encadenado sonoro creado a partir de los temas más conocidos, se han elegido aquellas canciones que sirven para dar sentido y emoción a la tragedia protagonizada por el diabólico barbero de la calle Fleet y su cómplice pastelera Mrs Lovett, lo cual provocó que la conocida «Balada de Sweeney Todd» figurara entre los llamativos descartes y que, en el filme, adquiere la forma de tema central e hilo argumental sonoro. Este metódico trabajo ha provocado que el público sienta diversas reacciones contrastadas. La labor del reparto es intachable, incluyendo la caracterización de Sacha Baron Cohen. Johnny Depp acomete con valentía el agradecido y complejo rol de Sweeney Todd a lo largo de un festival sangriento de poesía y navajas tan afiladas como las que, en su día, inspiraron al compositor de Alfred Hitchcock: Bernard Herrmann.