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Pío Baroja, «un mal bicho» que sigue siendo un autor «necesario»

Víctor Moreno presentó ayer en Iruñea «¿Qué hacemos con Baroja?», un ensayo en el que pasa por el cedazo de la crítica muchos de los clichés que circulan en torno a don Pío. La conclusión es que el donostiarra, contrario al sufragio universal, antisemita y filonazi, era, éticamente, «un mal bicho», lo que no le impidió ser un gran escritor que sigue vigente. «Es un autor incómodo y, por tanto, un autor necesario e incluso imprescindible», opina Moreno.

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Martin ANSO | IRUÑEA

Cincuenta años después de su muerte, don Pío sigue contando con defensores a ultranza, a los que Moreno calificó como «genuflexos», quienes todo lo jutifican apelando a las circunstancias que vivió o a su proverbial retranca, y con detractores viscerales, como Gil Bera, quien, en «Baroja y el miedo», el epíteto más suave que le dedicó fue «farsante». Entre unos y otros circulan toda una serie de lugares comunes sobre el donostiarra. «Con este ensayo -dijo al respecto Moreno- no pretendo enmendar la plana a nadie, pero sí pasar por el cedazo de la crítica esos lugares comunes. Porque Baroja ni fue radical liberal, menos aún anarquista, ¡venga ya!, ni escritor contracorriente. Fue el hijo acomplejado de una familia burguesa venida a menos, un antisemita muy maniqueo, antirrepublicano y de una ideología, más que autoritaria, fascista; de hecho, ensalzó a Hitler y su actitud ante el franquismo, cuando hizo todo lo posible por acercarse al pesebre, es una de las páginas más tristes de su historia».

Sin embargo o, mejor dicho, con independencia de ello, Baroja es un gran escritor que, en opinión de Moreno, no ha sido desbancado. «Desde luego no lo han hecho ni Marías, ni Muñoz Molina, ni Benet, ni Mendoza», dijo ayer. «Además -añadió-, te puedes pasar un invierno leyendo a Baroja, cosa que no se puede decir de otros escritores del 98. La prueba está en que, cuando pongo delante de los estudiantes de 4º de ESO a Galdós, Clarín y Baroja, todos dicen `¡danos a Baroja!', probablemente porque, además de que su estilo es muy directo, sigue hablando de cosas que nos interesan».

Baroja es, en opinión de Moreno, «la prueba más clara» de que se pueden disociar totalmente ética y estética, de que se puede ser «un mal bicho» y, a la vez, un gran escritor. Esto genera «incomodidad» en el lector y, como la literatura es «el territorio de la incomodidad», convierte a Baroja en un escritor necesario e incluso imprescindible, «si es que existen los escritores necesarios e imprescindibles», matizó Moreno.

Uno de los clichés que más circulan en torno a Baroja es el de su coherencia. «`Fue coherente durante toda su vida', suele decirse, pero ser coherente no es una virtud en sí misma, sino que depende de con qué principios se es coherente. Franco o Hitler fueron coherentes, pero esa coherencia no puede ser considerada una virtud», indicó Moreno. En «¿Qué hacemos con Baroja?», analiza la coherencia del donostiarra en tres ámbitos: su pensamiento político, su antisemitismo y su visión artística. Concluye que en todos se mantuvo «impertérrito, como un amonite del Pleistoceno, sin moverse un milímetro de la roca a la que está pegado». Pero esa coherencia no es ensalzable.

«Reaccionario, casi fascista»

«Políticamente, Baroja fue enemigo del sufragio universal, la democracia, las masas -las odiaba-, la República, el liberalismo... y, por contra, defendió a Hitler y, ante el sistema franquista, se mantuvo de lo más condescendiente. Él, que había odiado a todos los políticos de la República, no escribió ni una frase contra Franco, ni siquiera contra Millán Astray, tras el famoso encuentro de la Universidad de Salamanca».

En cuanto al antisemitismo del donostiarra, Moreno constata que «atacó con vileza y saña» a los judíos. «A lo largo de toda su obra, el judío -que luego asimilaría al masón-, es el emblema de la mayor maldad y perversidad; Baroja es, sin duda, el escritor más antisemita de la literatura española». Es más, en sus artículos más antisemitas, publicados durante los primeros años del franquismo, dio por ciertas cosas, como la conjura de los sabios de Sión, «que sabía que eran falsas».

En los postulados político-ideológicos, Baroja no presenta ninguna originalidad, en opinión de Moreno. «Sus posiciones antidemocráticas y antisemitas pertecen al acervo común de la derecha europea. A nivel filosófico, pueden proceder de Nietzsche o Schopenhauer, por redimirlas desde el punto de vista intelectual, pero participa de los mismo principios que podrían participar Víctor Pradera o el conde de Rodezno».

También en lo artístico fue monolítico don Pío. «El origen de toda su visión literaria es el impresionismo -explicó Moreno-. Cuando surge en Francia a finales del siglo XIX, Baroja es uno de los primeros en intuir que es la mejor corriente del momento y supera a las anteriores. En ese sentido, demostró poseer un olfato de perro pachón. Y no cambió; es más, despreció todos los movimientos posteriores, como el dadaísmo o el hiperrealismo, a los que ni siquiera consideraba arte. En realidad, para Baroja, salvo Dostoievski y algún otro ya falle- cido, no hay escritor bueno, y dijo perrerías contra sus contemporáneos, como Valle, Unamuno o Gómez e la Serna».

Al final se quedó solo; «no lo quiso nadie, ni las derechas ni las izquierdas». Al respecto, Moreno recordó que Largo Caballero lamentó que, cuando los requetés lo apresaron en Bera, no lo hubiesen fusilado.

«Era un tipo incómodo y eso hace de él un escritor necesario. Hoy se discute poco sobre la relación entre la ética y la estética, pero quizá habría que empezar a discutir, y en Baroja se pueden deslindar perfectamente la una de la otra. Es un buen escritor, pero, como diría Rouco Varela, intrísecamente perverso», concluyó Víctor Moreno con barojiana retranca.

Lo que la Iglesia ha hecho por un odioso anticlerical

Ni siquiera el «cacareado» anticlericalismo de Baroja supera el listón de la crítica de Moreno. «Su clerofobia cabe en un papel de fumar; no puedes extraer de ella ningún pensamiento que sirva hoy, por ejemplo, para defender el laicismo. Es superficial y pertenece a la retórica del exabrupto y el improperio. Aquí se confunde ser anticlerical con ser progresista, pero ser anticlerical no es incompatible con ser reaccionario». Moreno opina que, curiosamente, la «mitificación» de Baroja en algunos ámbitos quizá se deba a la propia Iglesia, «que lo odiaba y, sin embargo, ha hecho más por él que todo un sistema literario». M.A.

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