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elecciones en estado de excepción

España, cada vez más lejos

Los vascos son un pueblo participativo políticamente, como mostró el referéndum de la OTAN. Pero estas elecciones no son las suyas. En esta campaña, Euskal Herria es sólo un pim-pam-pum en manos de Rajoy y Zapatero.

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Análisis | Ramón SOLA

El circo mediático PP-PSOE y el plante de la izquierda abertzale no pueden ser fenómenos más alejados, pero tienen un efecto común: en Euskal Herria estos comicios quedan muy, muy lejos. Los vascos no han oído nada de lo suyo, y sí mucha frivolidad. Y los partidos que irán a las urnas no explican qué se puede hacer realmente en Madrid por la independencia, contra la ilegalización o por las selecciones vascas.

Dicen los expertos que Zapatero ha afinado más que Rajoy al elegir los trajes para los debates; los suyos eran más duros, no se arrugaban tanto, y eso potenciaba su imagen de presidente. Su dicción también ha sido mejor; a su rival le ha pesado ese defecto de arrastrar las «eses» al final de las frases, y también el modo en que los ojos se le iban al cronómetro en el primer round. ¿Y quién no vio el lunes a George Clooney tras Zapatero cuando esbozó su mejor sonrisa para desear «Buenas noches... y buenas suerte»? Algunos guiños de Rajoy, en cambio, recordaban a un personaje de cómic: Popeye. Los dos iban bien rasurados, eso sí, no como Nixon, que perdió aquel debate electoral en los años 70 por afeitarse demasiadas horas antes y comparecer en la tele con una pinta excesivamente desaliñada.

Lo anterior puede parecer una frivolidad. Y lo es. Pero éstos son algunos de los argumentos con que los medios españoles han calibrado el resultado de los cara a cara entre el líder del PSOE y el del PP. Con elementos así se decantan unas elecciones en el Estado español. Así que no es de extrañar que muchos vascos optaran el lunes noche por «El conquistador del fin del mundo», y que el próximo domingo se queden en casa o se vayan al monte a pisar la nieve.

El acento puesto en las formas de la campaña española delata la falta de fondo de la cuestión: PSOE y PP se diferencian en el canto de un duro. A la ciudadanía vasca, sobre todo, no tienen ninguna solución que ofrecerle. La superficialidad de los dos teleshows de Madrid suena insultante en un país que ansía con urgencia salir de un conflicto político que lastra a varias generaciones, que ha deparado más de un millar de muertes o que tiene en las cárceles a más de 725 de sus hijos e hijas y en el exilio a 2.000 más. Un país en el que, tras la última vuelta de tuerca, se impide votar a quien quieran a 200.000 personas a las que la niña de Rajoy o el color de la corbata de Zapatero, como es lógico, se la refanfinfla.

Los vascos sólo son una moneda de cambio en el fuego cruzado entre Zapatero y Rajoy. El primero acusa al segundo de haber roto todas las barreras durante esta legislatura, porque nunca antes el partido de la oposición combatió al Gobierno de turno utilizando su política sobre Euskal Herria. Sin embargo, Zapatero también usa a los vascos, a los que golpea mientras no da solución alguna.

Así, no ha dudado en recurrir a la misma receta del PP para ganar las elecciones. Desde el verano hasta aquí han sido detenidos más de 230 ciudadanos vascos, hay más presos políticos que nunca y se ha proscrito de facto a partidos que fueron legales con todos los gobiernos españoles. Zapatero se ha presentado ante la opinión pública estatal marcando músculo de campeón de la represión, y prometiendo por supuesto que no negociará con ETA de nuevo. Algunos votantes hasta podrían entender que se ha pasado de frenada, porque entre el original (PP) y la copia (PSOE)... Pero ha decidido correr ese riesgo.

Euskal Herria sólo es un objeto en este debate, nunca un sujeto. O, más que un objeto, un pim-pam-pum, una especie de saco de gimnasio al que cada candidato debe golpear más fuerte que el rival. Ni a Zapatero ni a Rajoy les importa que esto repela a los vascos invitados a ir a las urnas, porque lo importante es que el debate sobre Euskal Herria active el voto abajo del Ebro, ahí donde se decide todo.

No cabe duda de que la ciudadanía vasca está muy concienciada políticamente, seguramente bastante por encima de la media estatal. Lo demostró, por ejemplo, en marzo de 1986, en el referéndum sobre la integración o no en la OTAN. En el conjunto del Estado, más de cuatro de cada diez personas decidieron que aquello no les importaba lo suficiente como para acercarse a los colegios electorales. En los cuatro herrialdes vascos fueron muchos más quienes votaron. La abstención se redujo al 37,3 en el caso de Nafarroa y hasta el 34,5 en la CAV, seis puntos de participación más que la media estatal.

Esto hace más relevante el modo en que buena parte la ciudadanía vasca pasa de estos comicios estatales. En 2000, cuando José María Aznar (PP) y Joaquín Almunia (PSOE) compitieron por La Moncloa también sin ninguna receta diferente para Euskal Herria, la situación del referéndum de la OTAN se invirtió: la abstención en el conjunto de los cuatro herrialdes vascos fue tres puntos y medio superior a la del total estatal (34,88% frente al 31,25%). Clarificador.

El fenómeno se repetirá este domingo. Y es más que probable que se agudice. España, con sus campañas vacías de contenido y cargadas de superficialidad, lo pone fácil.

Pese a que Madrid quede cada vez más lejos, la mayor parte de los partidos vascos se han decantado por participar, y eso que en algunos casos ni siquiera cuentan con opción alguna de llegar al Congreso. Así que todos se han pasado las últimas dos semanas planteando lo que van a hacer si alcanzan escaño en las Cortes españolas y tratando de poner en valor la importancia de estar en Madrid. Pero tampoco parece que esto vaya a servir para movilizar el voto, y sí multiplicar sus contradicciones.

EA y Aralar, por ejemplo, piden el voto asegurando que las suyas serán las voces de la independencia en Madrid. Dejando de lado que no parece que ésta vaya a ser la actitud de Nafarroa Bai -coalición que sí tiene puesto seguro en la Cámara Baja española y en la que ambos partidos acumulan una representa- ción mayoritaria-, habría que preguntarse cuál es la efectividad real y práctica de reclamar la independencia en Madrid. ¿No sería más positivo y factible, por ejemplo, dar impulso a esta opción desde Euskal Herria y en una coalición fuerte con todos los sectores independentistas, divididos hoy en diferentes siglas?

¡Qué decir de la Ley de Partidos Políticos! Todos los aspirantes vascos se han situado en los tacos de salida, como si fueran velocistas que compiten por llegar tras el 9-M en primer lugar a la meta de su derogación. Todos coinciden en dar prioridad a la presentación de propuestas contra una norma que ven inaceptable. IU asegura incluso que no pactará con Zapatero si no se carga la ley. Todo muy bonito, si no fuera porque la efectividad real de reclamar la derogación de la Ley de Partidos en el Congreso y el Senado es exactamente cero. Y si no fuera porque en cada ayuntamiento de Euskal Herria sí se podría aplicar una medida práctica para dejar sin efecto la ilegalización: el artículo 182.2. En cinco años, es decir, en más de 1.700 días, sólo lo ha hecho un concejal, en Azkoitia. Por cierto, no era del PNV, ni de EB, ni de EA, ni de Aralar.

Un último ejemplo válido es el de las selecciones vascas. Los dirigentes del PNV se han vuelto a poner su camiseta para afirmar que saltarán al campo del Congreso a reclamar la oficialidad. Es otro buen argumento para perder tiempo y cobrar dietas en Madrid. No tenían que irse tan lejos: les bastaba con haber salido a la calle en Bilbo el pasado 29 de diciembre, en una de las reivindicaciones populares más multitudinarias de los últimos tiempos. Pero Iñigo Urkullu estaba más ocupado esos días en pedir el boicot a ciertos futbolistas que sí defienden la selección de Euskal Herria.

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