Emakumearen nazioarteko eguna
Crmen Jaren Profesora de la UPNA «Ni más ni menos, quiero que me den lo que me corresponde»
Carmen Jarén nació en la localidad sevillana de Montellano en 1963 e imparte clases en la Universidad Pública de Nafarroa. Su caso se vuelve excepcional porque Jarén imparte sus clases en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de esta universidad navarra y, más aún, porque lo hace en el Departamento de maquinaria agrícola.
Aunque cada vez sea más común encontrarse con mujeres ingenieras, no lo es tanto en ramas como la elegida por esta profesora. De hecho, Jarén ha debido hacer frente a muchos obstáculos por el mero hecho de ser mujer y proponerse trabajar en un ámbito en el que la presencia de mujeres ha sido más bien escasa.
Esta sevillana afincada en Nafarroa estudió la carrera de Ingeniería Agrónoma en la Universidad Politécnica de Madrid. «Tenía muy claro que quería ser ingeniera agrónoma. Yo venía de un entorno rural y era lo que me apetecía, volver en cierto modo a esa conexión con el mundo rural del que me había separado al irme a vivir a la ciudad».
Pese a la dificultad que entraña el estudio de una especialidad tan complicada, asegura que los mayores impedimentos los halló al culminar sus estudios y dirigirse al mercado laboral. «Ha sido, sin duda, una de las épocas más duras para mi», subraya.
Tras hacer hincapié en que el porcentaje de mujeres en su carrera alcanzaba un tercio del total, matiza que las dificultades para todas las compañeras fueron «enormes». «No éramos pocas, pero sí que es verdad que a la hora de colocarnos, sin haber tenido un expediente peor, nos costó bastante más que a los hombres».
Todos los compañeros y compañeras mandaban el currículum a una empresa u otra. «Yo veía que respondía a muchos de los perfiles que se exigían y, sin embargo, no recibía ninguna respuesta». Comenta, como ejemplo, que en una ocasión, durante el proceso de selección llegó a la última fase y fue entonces cuando le dijeron que no la podían contratar, porque la oficina en la que trabajaban era muy pequeña y no tenían baño para mujeres. «Yo les dije: ‘o sea que no me vais a dar el trabajo porque no hay servicios en la oficina, pues me voy al bar de abajo, pero darme el trabajo’», explica a día de hoy riéndose. De hecho, asegura que del grupo de estudiantes de la facultad casi todas son funcionarias mientras que ellos casi todos trabajan en la empresa privada. «Para ser funcionaria solamente hay que estudiar para aprobar las oposiciones, nadie te discrimina por sexo».
Ante la imposibilidad de encontrar trabajo, decidió seguir estudiando y realizar el doctorado. «En aquel departamento ya había dos mujeres profesoras junto a doce profesores y, precisamente, una de ellas fue quien me dirigió a mí la tesis». Es entonces, cuando terminó su doctorado, cuando se creó la Facultad de Ingeniería Agrónoma y cuando se incorporó a ella. «Entré en un departamento como única mujer en el área de conocimiento de la ingeniería agroforestal, porque aunque en ‘agrónomos’ si que hay mujeres, en concreto el área de maquinaria agrícola no es de las materias en las que seamos mayoría las mujeres». Esa proporción ha cambiado con el paso de los años y hoy en día las mujeres son casi la mitad: «Digamos que hemos ido ocupando los puestos quizás en una proporción más adecuada».
«Hacer el doble»
Pese al avance, afirma que aún hoy «las mujeres tenemos que hacer el doble para que se nos reconozca la mitad». Además, comenta que tienen que enfrentarse a un handicap extra: «Cuando logramos algo nadie piensa que los hemos logrado por méritos propios, sino que nos lo dan porque somos mujeres y hay que alcanzar un cupo». El año pasado se presentó a una oposición de cátedra junto a otras 34 personas y coincidió que era la única mujer. «Fue gracioso, porque en la primera presentación todo el mundo me decía: ‘a ti te lo van a dar porque se la tienen que dar a una mujer’. Con lo cual, no la obtuve, pero si me la hubieran dado todo el mundo hubiera pensado que no había sido por mis méritos, sino por ser mujer y porque me la tenían que dar». En ese aspecto, se muestra contundente: «Yo no quiero nada por el hecho de ser mujer, pero tampoco quiero que me quiten nada por serlo; quiero que me den lo que me corresponda».
Asegura no sentirse discriminada en todo momento, aunque «sí que hay pequeños detalles que hacen que no bajes la guardia. Eso cansa y espero que sea un peso que la próxima generación de los alumnos y alumnas que estamos formando, no lo tengan que acarrear».
Sabe que su labor diaria y su valentía es una aportación. «Hoy todo el mundo se extraña de que una mujer imparta clases de motores y máquinas agrícolas, pero supongo que los alumnos y alumnas que nos han visto en esta taréa no se extrañarán nunca si en el futuro se encuentran con una mujer tractorista o una mujer técnica de taller o una mujer a cargo de un parque de maquinaria agrícola… Todas estas cosas que poco a poco se van viendo son las que al final lograrán que las mujeres que se dedican a áreas que no son tan comunes para las mujeres no sean vistas como bichos raros».
Aun así, considera que «hace falta alguna que otra generación que «no haya venido arrastrando estas cosas» para que esa igualdad sea real del todo.