Maite Ubiria Periodista
El Maro electoral
Los «vascos en Madrid» atraviesan en estas horas posteriores a la contienda del 9-M una suerte de síndrome del Maro. Como el carguero al que una avería ha dejado varado en Jaizkibel, las formaciones que integran, al menos hipotéticamente, el polo soberanista vasco han encallado en las urnas.
Para evitar que la mancha se extienda, la primera reacción ha sido alejar el barco de la costa, situar lo más lejos de uno mismo la causa del accidente. No se menciona ni el estado del buque ni la pericia del capitán. Todo se andará. La culpa, de momento, fue sólo de la tormenta.
Ese argumento de la polarización es, sin embargo, tan frágil como perecedero. Aguanta mal el contraste, por no ir más atrás, con las también excepcionales y polarizadas elecciones de 2004. ¿Por qué la movilización de voto para «parar al PP» que mintió sobre el 11-M no se tragó como ahora a «los vascos en Madrid»? Sin duda, estamos ante maniobras de contención, a las que es de desear que sucedan análisis más realistas.
Hasta la Iglesia reconoce ya el daño al medio ambiente como pecado. Y ante la envergadura del derrame de miles y miles de votos, se impone asumir las propias culpas y actuar de acuerdo a la lección que arrojan las urnas para este país.
Sin embargo, esa tarea es ingrata y, necesitados de un espejito mágico que les devuelva una cara de éxito, algunos de los estrellados se miran ahora en Euskal Herria Bai. Sin embargo, lo hacen para repetir la trampa. EH Bai ha duplicado los resultados de AB en 2001 en base a una fórmula de colaboración entre abertzales que no impone condiciones previas y explicita sin disimulo el objetivo de conseguir el reconocimiento de Euskal Herria y de un proyecto de institucionalización que respete la voluntad de su ciudadanía. El PNV no se subió a ese barco, en el que sí navegan Batasuna y EA, entre otros, como el PNV no asumió un acuerdo democrático en Loiola, donde los jeltzales prefirieron navegar bajo pabellón de conveniencia. El síndrome del Maro no se supera buscando excusas sino corrigiendo el rumbo. No falta calado, la base electoral del soberanismo es sólida. El barco puede navegar, pero a costa de soltar lastre, de desdeñar los cantos de sirena de Madrid y de emprender ruta hacia un cambio político real en Euskal Herria. Ese proyecto es ganador, porque conduce a la paz.