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Javier Ramos Sánchez Jurista

El espíritu de Arrasate

La imagen de un pueblo que hace escasos días vivía conmocionado por la manifestación de una de las expresiones de violencia que sufrimos ha sido la de primar con el voto a las dos fuerzas políticas en cuyas manos está la resolución

A veces una sola instantánea refleja como ninguna otra prolija explicación la realidad que vive y padece Euskal Herria en su inacabado conflicto con el Estado español. Así sucede, en efecto, con lo acontecido en Arrasate. Al llamamiento a la participación que efectuaron todos los partidos tras la muerte del ex concejal socialista, a fin de que se visualizara el rechazo a ETA y a la propia izquierda abertzale, se oponía el trabajo de esta última por la abstención activa, como forma de protesta ante unos comicios no democráticos, porque no garantizan el pluralismo político que se supone básico en un sistema de representación parlamentaria.

La respuesta del pueblo arrasatearra ha sido doble: una muy importante abstención (40,50% ahora, por un 26,70% en 2004) junto a un gran apoyo al PSE (40% ahora, frente a un 26,15 % en 2004). Resultan ser, además, cifras redondas y complementarias: ganan la abstención y el PSE y pierden el resto de fuerzas políticas, que han sufrido un evidente retroceso electoral. Es decir, la imagen de un pueblo que hace escasos días vivía conmocionado por la manifestación de una de las expresiones de violencia que sufrimos los vascos a causa de la irresolución política de un conflicto político ha sido la de primar con el voto a las dos fuerzas políticas en cuyas manos está la resolución de dicho conflicto.

Resulta fácil de colegir, en cambio, que las actitudes de indolencia ante la represión política y ulterior intento de apropiación utilitarista del voto de la izquierda abertzale por parte de partidos como PNV, EA, EB o Aralar han quedado desautorizadas. El pueblo quiere soluciones al grave conflicto que padece y las quiere ya, porque es el primero en sufrir las consecuencias. Por eso ha mostrado su rechazo a políticas de compadreo y poltrona, que son las que llevan practicando aquellas formaciones que se dicen abertzales y progresistas. Es esta política errática y ventajista la que ha colmado la paciencia del pueblo vasco que, por ello, castiga al PNV con 120.000 votos menos, a IU con la pérdida de cerca de 60.000 sufragios, a EA con 30.000 y la pérdida del diputado en Cortes, a Aralar, con 9.000 votos menos y a Nafarroa Bai con un triste estancamiento.

Cierto es que el efecto bipartidista en el Estado ha conducido, de un lado, a parar los pies a la derecha más ultra y católico-fascista de Europa y, de otro, ha puesto a Izquierda Unida en el lugar que muchos ya vaticinaban al denominarla, con ironía, «Izquierda Hundida». Pero cierto también es que eso ocurre cuando se ejerce de escudero de la socialdemocracia en lugar de ser motor de un nuevo paradigma político antisistémico. Y ocurre que en Euskal Herria, del mismo modo, son dos las únicas opciones políticas que cuentan en clave de resolución del conflicto: el PSOE, como gestor de los intereses del Estado, y la izquierda abertzale, como depositaria de la llave que abre la puerta de la legitimidad política del pueblo vasco y de su derecho inalienable a decidir.

Mientras tanto el PNV, EA y los demás pueden ir pensando lo que les espera en las próximas elecciones autonómicas si siguen aceptando mansamente el vaciamiento abertzale forzado y antidemocrático por parte de las fuerzas españolistas. El peligro de ser apartados de la gestión del negocio es ya real. Mejor harían en empezar a trabajar, por su propio interés, en un gran acuerdo nacional abertzale y progresista. Porque esperar del Estado alguna compensación del vergonzoso seguidismo realizado en el último y fallido proceso de negociación, es una espera vana. Ya debieran saber que Roma no paga traidores.

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