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Maite SOROA

La lección de Ansón

En tiempos como los actuales, de cierta zozobra por lo por venir, echa servidora mano de los pensamientos de Luis María Ansón, en «El Mundo», para comprobar cómo siguen ancladas las naves del nacionalismo español.

Ayer en su Canela Fina Ansón empezaba con una sentencia: «Sólo los españoles, todos los españoles, libres e iguales ante la ley, tienen derecho a decidir sobre las cuestiones sustanciales que afectan al Estado. Los vascos, como los murcianos, los riojanos o los aragoneses pueden tomar decisiones sobre aquello que se enmarca en el ámbito regional o municipal». Y ya está. El resto del artículo casi sobra, pero Ansón tenía que rellenar el espacio contratado y sigue con su rosario: «Lo demás sería pulverizar a España y colisionaría frontalmente con la Constitución».

Según su particularísimo análisis, ahora resulta que «Zapatero I el de las mercedes, como no cuenta con los dos tercios de las Cámaras y mucho menos con la voluntad general en un referéndum, sorteó la Constitución para otorgar sus favores a Cataluña a través de un Estatuto redactado sobre el filo de la navaja de las fronteras constitucionales (...). Se ha hincado de hinojos ante el PNV, con el fin de conseguir los escaños que necesita el presidente para la investidura. Después de las concesiones, algunas de ellas no nos enteraremos, serán subterráneas, se dirá: `Aquí no pasa nada'. Y a cortísimo plazo, es verdad. A medio y largo plazo se han asentado las bases para que se haga realidad el secesionismo». Ya empieza a asustar a sus lectores.

Y dice que aunque lo que a ZP le hubiera gustado habría sido negociar con CiU, «resulta más fácil negociar con Urkullu y cambiar sus escaños y la retirada del referéndum de Ibarreche, por un nuevo Estatuto que bordeará la Constitución».

Pero Ansón tiene un remedio: «Todo esto lleva a una conclusión cada vez más clara para la salud de la nación española: es imprescindible una reforma constitucional que cierre definitivamente el Estado de las autonomías. No resulta de recibo que, tras cada elección general, el partido vencedor tenga que hacer nuevas concesiones a los nacionalismos voraces. Hay que contener la hemorragia incesante con una reforma constitucional que detenga de una vez por todas la caravana de las concesiones». O sea, que se acabó lo que se daba. Más o menos.

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