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ALPINISMO Actividad en Patagonia

Reflexiones transparentes y desencanto patagónico

Los alpinistas Rolando Larcher, Fabio Leoni y Elio Orlandi, autores de «El Gordo, el Flaco y El Abuelito» (1.250m, 7a+, A3), en la este de la Torre Central del Paine, exponen a Gara su desilusión sobre el actual alpinismo

Andoni ARABAOLAZA | DONOSTIA

No cabe duda de que las formas de encarar las diferentes actividades alpinas, sobre todo las realizadas por la elite mundial, ha cambiado mucho. Son bastantes los que critican lo mucho que está contaminando el profesionalismo; el simple hecho de vender algo, sea lo que sea, desvirtúa en muchas ocasiones la realidad del propio objetivo. Evolucionar o no, de qué manera, enclaustrarse en el pasado, aceptar las nuevas demandas... son conceptos que una y otra vez chocan en el mundo del alpinismo.

Todo eso y más, por ejemplo, se ha podido divisar, una vez más, en la pasada temporada de Patagonia. Éticas, actitudes, estilos... diferentes y contrapuestos. Adelantábamos hace unos números algunas de las actividades más relevantes. Por esa crónica pasaron Rolando Larcher, Fabio Leoni y Elio Orlandi, autores de El Gordo, El Flaco y El Abuelito; es decir, la nueva vía abierta en la cara este de la Torre Central del Paine. Tres días de preparación, once sin bajar de la pared, y cima el 7 de febrero para una línea de 1.250 metros y dificultades de 7a+ en libre y A3 en artificial.

Pues bien, los protagonistas de esta nueva actividad, alpinistas bregados y con un historial y experiencia muy importante en Patagonia, han querido reflexionar sobre los cambios que se están dando tanto en las actividades como en los escaladores que por aquellas moles se acercan. El gordo (Larcher), el flaco (Leoni) y el abuelito (Orlandi) saben lo que hacen y lo que dicen, y, estando de acuerdo o no, han realizado para Gara unas reflexiones que ponen a cada uno en su sitio.

Larcher, por ejemplo, de una forma más poética se expresa sobre su última experiencia: «Ascensiones de este género no se realizan interiormente llegando a la cima, ni mucho menos cuando se vuelve a la base. Se está contento, pero es una alegría sutil, se ha empeñado demasiado física y psicológicamente de vuelta a la seguridad para saborear su verdadero valor. Sucede también la inevitable adaptación humana a las condiciones hostiles. Vivir en la pared se convierte en una cosa normal, transformando casi en una obviedad la inmensa fortuna de alcanzar la cumbre.

»Solamente volviendo al valle, a la civilización, el cuerpo se regenera lentamente, la mente se relaja y, también lentamente, te invade una profunda y dulce sensación de apagamiento, de alegría, de plenitud. Un embriagador néctar, que fluyendo, fortalece todavía más nuestra gran amistad. Una bellísima sensación que crece a medida que la meta alcanzada se empequeñece, reflejada en el espejo del coche que se aleja».

Las reflexiones de Orlandi (recogidas íntegramente en la página contigua bajo el título «Desencanto patagónico: Es decir, desilusión sobre el alpinismo»), en cambio, no dejan indiferente a nadie. Quizá, en estos tiempo de tanto cambio, merece la pena parar el pistón y poner las cosas en su sitio.

Desencanto patagónico:
Es decir, desilusión sobre el alpinismo

En general, creo que también en la escalada o el alpinismo, cuando nos dejamos comer la cabeza por el frenesí o la obsesión de mostrarnos a toda costa más fuertes que los demás, se llega al punto de quemar la propia pasión y perder el control del respeto humano y del reconocimiento del valor de las cosas que hacen los demás, y, una vez presas de una especie de exaltación exasperada, se corre incluso donde sería mejor detenerse de vez en cuando para respirar, mirar, hablar, pensar... Y no solamente «consumir» quizá únicamente por la urgencia del récord y del resultado a cualquier precio.

Esto está sucediendo, desgraciadamente, en los últimos años entre los escaladores punteros que frecuentan las montañas de la Patagonia. Hay trapicheos ridículos y a veces vergonzosos de los que se sabe poco o nada fuera de los habituales «aficionados»; desde luego, no son revelados en las revistas especializadas, ni mucho menos publicados en webs de alpinismo. «No es oro todo lo que reluce» y, desgraciadamente, además de alguna otra ascensión, también la famosa travesía del Torre ha sido víctima de esta carrera a la exasperación.

Obviamente, queda sin duda fuera de discusión el valor técnico de la ascensión o la capacidad talentosa de los varios pretendientes que se han acercado en diversas tentativas, sobre todo los últimos años. Pero no sólo de números, grados y dificultad debería vivir el alpinismo... y el método con el que se ha perseguido y concluido esta meta, a veces hecho de golpes bajos, rivalidad, conjeturas, omisiones, malicias, estrategias y litigios, no parece un ejemplo histórico edificante o digno modelo para transmitir a las futuras generaciones.

Para entender mejor la idea, cuando en 1987, al abajo firmante y a Mauricio Giarolli se nos ocurre la idea y la intentamos por primera vez (Salvaterra y Carchi vendrían después y se unirían a nosotros en 1989 y 1990) con el mismo estilo alpino de hoy -también porque resulta la única forma de afrontar una ascensión de este tipo- nos atascamos bajo el hongo somital de la Standhardt que aquel año estaba enormemente inflado y luego la habitual tormenta llegó puntualmente.

Eran otros tiempos y tal vez nos estábamos anticipando en exceso. Por supuesto, no había todavía internet, con los puntuales boletines meteo y la seguridad de sus famosas ventanas anunciadas; no existían las facilidades que hoy ofrecen las comunicaciones, la ligereza del material y el desarrollo tecnológico; no estaba el Chaltén con su comodidad, ni las transformadas condiciones ambientales y climáticas; no existían los teléfonos vía satélite, ni tampoco ese clima de reality show de nuestros días; en fin, no había todavía todos estos vips que trataran de evitarse y menos vips que se vigilaran e hicieran guardia por turnos para no ser engañados por los rivales en la carrera por el mismo objetivo. Eran verdaderamente otros tiempos, más genuinos y menos frenéticos, y nosotros afrontamos aquella aventura con tranquila serenidad, conscientes entonces de ser los únicos que acariciábamos la realización de aquel nuestro gran sueño. (...). Hoy, en cambio, aquel sueño se ha roto. La famosa travesía ha tenido su epílogo y por fin ha sido realizada.

Es apropiado decir: ¡por fin!, porque no se podía más de la estéril y ridícula competencia surgida. Una maravillosa idea transformada por algunos personajes, de manera oportunista, en obsesiva e histérica competición, tanto como para llegar a cansar con el paso del tiempo a la gente normal y hacer esperar a muchos alpinistas que esta bendita travesía fuese finalmente realizada. Ya no importaba de qué manera ni por quién. Pero el verdadero regusto amargo que queda de fondo es ver transformadas, esta y otras bellas realizaciones, al papel de fútiles concursos contra el crono y contra los demás, y estas estupendas montañas, en simples canchas de juego y estéril tierra de conquista.

Personalmente, prefiero el hombre al alpinista, la simplicidad del buen sentido a la complejidad de las polémicas, la sinceridad de la pasión a la falsedad del éxito, el sentido de la medida y del respeto a la insolencia de la arrogancia. Ahora alguno podría también objetar que se habla sólo por envidia, pero personalmente puedo asegurar que hace mucho tiempo que no me sentía implicado en esta historia y que la travesía no era ya objeto de mis deseos para cuando se inició aquel obsesivo ciclo de fuertes intereses.

Creo sinceramente que con estos ejemplos de método se están perdiendo grandes ocasiones para comunicar los verdaderos valores que deberían representar la base de la relación de equilibrio entre el hombre y la montaña.

Cuántos nudos de la memoria se soltarían. Pero considerando que ya vivimos un presente hecho también de exageraciones, histerismos y esquizofrenias, quizá sería el caso de intentar dejar como herencia para el futuro el derecho a un alpinismo más a la medida del hombre, lejos de los superhéroes y de la manía del récord, libre de prevaricaciones, dogmas y arrogancia, en armonía consigo mismo, con los demás y en simbiosis con el ambiente y la naturaleza.

Como sería mucho más sensato si muchos de estos fabuladores que eligen la exasperación y la prisa de los récords sobre las montañas del mundo, ralentizasen de vez en cuando para mirarse dentro e interrogarse si vale realmente la pena vivir tan histérica y apresuradamente la propia pasión. Elio Orlandi

 

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