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CRÓNICA Un viaje por el Cáucaso sur

Las aguas bajan revueltas en la república de Armenia

Las recientes intervenciones policiales para reprimir cualquier intento de protesta de la oposición al presidente de Armenia, Serge Sargsian, han desatado la última de una sucesión de crisis políticas en esta república del sur del Cáucaso, inmersa desde hace años en una profunda crisis económica.

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Txente REKONDO

Armenia es una de las tres antiguas repúblicas soviéticas del sur del Cáucaso, cuya ubicación geoestratégica ha contribuido al paso de diferentes imperios, aunque siempre ha mantenido una importante lucha por preservar su independencia e identidad como pueblo. Dos de los pilares más importantes en ese ámbito los encontramos en el importante peso que siempre ha desempeñado la religión en el país, siendo Armenia el primer pueblo en adoptar el cristianismo como religión oficial (la Iglesia Apostólica Armenia es su plasmación), y en la importancia de la lengua (el alfabeto armenio surge en el año 405) que se ha convertido en el vehículo central «para poder preservar y consolidar la identidad armenia».

Uno de los episodios que más ha marcado la historia de este pueblo tuvo lugar a principios del siglo veinte, lo que se ha venido a conocer como «el genocidio armenio», cuando el imperio otomano llevó a cabo un plan que acabó con la vida de cientos de miles de armenios. Posteriormente, Armenia ha conocido la materialización de tres repúblicas. Entre 1918 y 1920 surge la República Independiente de Armenia, que durante 1920 y 1991 se llamará República Socialista Soviética de Armenia, para ser a partir de esta fecha, y hasta la actualidad, el Estado independiente de la República de Armenia.

Escenario de varias crisis

Si la diversidad étnica no tiene la importancia de sus dos repúblicas vecinas (Georgia y Azerbaiyán), Armenia ha estado sumida en diferentes crisis desde la desaparición de la URSS. Por un lado, la debacle económica que siguió tras ese acontecimiento todavía no ha sido superada. Aunque algunos datos apuntan a una cierta recuperación, todavía es posible ver los restos de numerosas industrias abandonadas por todo el país. El posterior conflicto armado con Azerbaiyán en torno a Nagorno Karavagh y la inestabilidad política tampoco han ayudado a emerger al país caucásico.

La última escalada de tensión se produjo el pasado 1 de marzo, fecha que algunos definen como «sábado sangriento», cuando las manifestaciones de la oposición fueron reprimidas por las fuerzas policiales y varios manifestantes murieron, al tiempo que decenas acabaron detenidos. Acto seguido el nuevo presidente electo, Serge Sargsian, declaró el estado de emergencia.

Levantado el estado de excepción la víspera, la oposición intentó manifestarse el pasado 21 de marzo en recuerdo de los fallecidos y en demanda de libertad para los detenidos. La convocatoria era una cadena huma- na silenciosa que debería unir la plaza de la Libertad (donde fallecieron la mayoría de los manifestantes) y la calle Italia, donde se ubican edificios oficiales y de la judicatura, y atravesando las principales calles céntricas de la capital, Yerevan.

Horas antes, pudimos observar que la presencia policial, formando importantes barreras, copaba los puntos de reunión anunciados. Las fuerzas opositoras nos comentaron su intención de realizar una ofrenda floral y colocar velas en memoria de los muertos. Sin embargo, sus deseos iniciales fueron frustrados por la intervención policial.

Por medio de mensajes y de palabra, los opositores se desplazaron a una calle donde pudieron concentrase en fila y en silencio, portando carteles y velas, mientras eran grabados uno a uno por la Policía y proseguía el acoso policial y los impedimentos para concentrase.

El sábado 22 se volvió a repetir el intento, pero la intervención policial, algo más dura, volvió a reprimir cualquier intento de concentración.

Algunos representantes gubernamentales reconocían que «la declaración del estado de emergencia, y los recientes acontecimientos, reflejan que la situación de Armenia no es de normalidad». A su vez, apelaban a un dialogo entre las autoridades y las fuerzas opositoras para poder desbloquear la situación, algo que era apoyado de forma pública por el defensor del pueblo armenio.

La oposición reconoce oficiosamente que la asistencia a las protestas ha descendido por el miedo y la represión, pero que buena parte de la población está muy enojada con la actitud del futuro presidente, Sargsian. Al mismo tiempo esas mismas fuentes insistían en el enfado ante la actitud de la jerarquía eclesiástica que, apoyando a Sargsain, parecía acusar a los propios manifestantes de lo acontecido.

Y en este escenario debemos detenernos en la posición de las potencias extranjeras. Estados Unidos, que mantiene la mayor embajada de la región en Yerevan, amenaza por boca de la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, con romper determinados acuerdos económicos, mientras que Rusia sigue mirando a Armenia como un potencial aliado, clave para frenar el ascenso de otros actores extranjeros en la región.

Fuente de recursos

La diáspora armenia, con importantes lobbys en el Estado francés (donde lograron la promulgación de una ley en torno al genocidio armenio) o en Estados Unidos (donde cuentan con importantes apoyos y condicionan en cierta medida la candidatura de Obama o Clinton), es una de las principales fuentes de recursos para el país (carece de las riquezas naturales de Azerbaiyán o de la privilegiada posición geoestratégica de Georgia) y estaría presionando para dar una solución al actual conflicto político que divide a la población armenia.

Las generaciones más jóvenes, que se han sumado a las protestas y que protagonizaron buena parte de los enfrentamientos de las última semanas, se muestran desilusionadas con la clase política actual. Ven en ella a una sucesión de personalidades que sólo busca mantener sus privilegios y en ningún caso profundizar en las reformas que demanda el actual sistema para lograr una mejora en la calidad de vida de la mayoría del país.

En los próximos meses el debate político en Armenia puede profundizarse en torno a ese sistema forjado por los líderes políticos del país y al mismo tiempo pondrá a prueba buena parte de la cultura política armenia. Queda por ver el desgaste tanto para Sargsian como para la Iglesia armenia por su actitud durante la crisis, así como la capacidad de nuevos movimientos para generar una alternativa real de cambio.

En lo que coinciden la mayoría de los armenios es en que este ciclo no va a suponer el fin de la historia, y que estos acontecimientos tendrán su impacto en el futuro del país. Las aguas que discurren por Armenia continuarán bajando revueltas, y no será un simple efecto del deshielo de sus imponentes cimas montañosas.

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