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Juan Mari Arregi Periodista

Carta abierta a Sandra Carrasco

¿No sería el mejor homenaje a tu padre y a mi compañero y amigo y a todas las personas que, a lo largo de estos últimos casi cincuenta años, han padecido la violencia de un signo u otro, que, gracias a un acuerdo irreversible y total, fuera definitivamente él, tu padre, la última víctima mortal de la violencia?

Hola Sandra. Cuando te vi hablar por la televisión, rodeada de tantos micrófonos y arropada por tantos políticos y el mismo Gobierno español, tras el atentado mortal de ETA contra tu padre, quise enviarte unas letras. Me pareció sin embargo que era demasiado rápido. Todavía eran pocas las horas que habían transcurrido tras haber sufrido aquellos trágicos momentos atendiendo a tu padre acribillado en el suelo... Porque, como te diré luego, yo también pasé una situación similar en el caso de un compañero y amigo. Y por esa misma razón creo poder entender y compartir, de alguna manera, tu dolor y tus más íntimos sentimientos. Pasadas ya más de dos semanas, me ha parecido oportuno enviarte esta carta abierta. Una carta que no quisiera por nada del mundo que te molestara o te hiriera. Ojalá sirviera para motivar tus buenos sentimientos y tu esperanza.

Me llamó la atención tu entereza aquel día 8 de marzo ante las cámaras de televisión, horas antes de enterrar a tu padre. Te sentiste orgullosa de él. Me pareció fantástico, porque quiere decir que te transmitió sus ideas socialistas y estoy seguro que intentarás mantenerlas y luchar por ellas. Ojalá sea así. En tu lenguaje espontáneo juvenil de la calle, llamaste «cobardes», «no tenéis cojones», «hijos de puta» a quienes mataron a tu padre. Lo entiendo totalmente porque yo mismo he tenido esos sentimientos hacia quienes ordenaron y hacia quienes quitaron la vida a mi compañero y amigo. Por esa razón yo creo que podríamos entendernos y ponernos de acuerdo para que nunca más tuviéramos que sufrir muertes violentas como la de tu padre y tantas otras personas, ni como la de mi amigo y compañero y tantos otros amigos y compañeros.

Precisamente un día como hoy, 30 de marzo, hace ya 23 años, otra madre como la tuya y otras dos hijas como tú, de edad muy similar, se tuvieron que enfrentar también, como tú, con el cuerpo todavía caliente de su esposo y padre, Xabier Galdeano, en la calle, junto a su propia casa, como te ocurrió también a ti, acribillado a tiros por unos mercenarios del GAL pagados por el Gobierno español que entonces presidía Felipe González, secretario general del PSOE. Yo mismo, que acompañaba a la familia de Xabier, sufrí aquella situación. Tu no habías nacido aún. El fue también un hombre bueno, generoso, que, habiendo podido vivir como un burgués, lo dejó todo: negocio, casa y bienestar para dedicarse a las necesidades y aspiraciones de su Pueblo. No fue miembro de ningún comando, se dedicó al desarrollo de un periódico abertzale, «Egin», donde trabajaba conmigo. Precisamente al volver de hacer unas fotos para enviar a su periódico, el GAL lo mató en San Juan de Luz.

Y Xabier no fue la única victima mortal abertzale, sino otra mas de una larga cadena de victimas abertzales, unos miembros de ETA y otros no. Precisamente el mes de marzo ha sido un mes, a lo largo de los últimos tiempos, en el que perdieron violentamente la vida no solo policías o guardias civiles, o militantes del PP o del PSOE, a manos de grupos armados abertzales sino también otros militantes abertzales o simpatizantes o trabajadores que reclamaban su pan, que perecieron a manos de la Policía o Guardia Civil o de los mercenarios del GAL pagados por el Gobierno español. Podemos contabilizar, en ese mes, hasta 30 las personas que fueron victimas de la acción policial o de la mafia mercenaria pagada por el Gobierno español. Y si retrocedemos en el tiempo, desde el franquismo, otras muchas personas, de un color o de otro, han ido cayendo víctimas de la violencia.

Ni Franco, ni el BVE, ni la Triple A, ni los Guerrilleros de Cristo Rey ni el GAL, que tantas muertes y otros daños materiales causaron a militantes y familias abertzales, ni las torturas, ni las detenciones, ni las ilegalizaciones con unos u otros Gobiernos (Franco, UCD, PSOE, PP) han conseguido terminar con el conflicto político y armado que padece este pueblo. No creas, Sandra, a quienes dicen que ETA será derrotada. Es cierto que ETA no podrá derrotar nunca al Estado, pero el Estado, estate segura, tampoco podrá derrotar a ETA. Hace casi cincuenta años que nos vienen repitiendo lo mismo. Y el problema, como tú, tu familia y las de Calahorra, lo habéis podido sufrir ahora, sigue enquistado ahí.

Tu, Sandra, tienes veinte años. Y estás ahora afectada por la muerte violenta de tu padre. ¿No crees sin embargo que algo serio y profundo tiene que estar ocurriendo en este pueblo para que llevemos casi cincuenta años envueltos en la violencia y sufriendo atentados de signo político distinto, contra políticos y sus sedes o casas, así como torturas, detenciones, cierres de periódicos abertzales, ilegalización de partidos abertzales...? ¿No crees, Sandra, que, por el bien de todos, deberíamos poner cada uno lo suyo para resolver de una vez este problema y evitar así más muertes y actos violentos por ambas partes? ¿Por qué en otras partes del mundo se puede negociar un acuerdo político en medio de la guerra y de la barbarie y aquí no? Dicen los que han estado presentes en la ultima negociación entre ETA y el Gobierno español, y entre PSE, PNV y Batasuna, que el acuerdo estaba casi a punto de lograrse. ¿No sería el mejor homenaje a tu padre y a mi compañero y amigo y a todas las personas que, a lo largo de estos últimos casi cincuenta años, han padecido la violencia de un signo u otro, que, gracias a un acuerdo irreversible y total, fuera definitivamente él, tu padre, la última víctima mortal de la violencia? Sólo así, Sandra, ganaríamos todos.

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