CRÓNICA Acticidad volcánica en Ecuador
Nueve años de erupción del Tungurahua han cambiado la vida de sus vecinos
El volcán Tungurahua, inmerso desde hace nueve años en un proceso eruptivo que debe concluir dentro de tres, ha cambiado la vida a sus vecinos que, en algunos casos, han tenido que abandonar sus casas y buscar nuevos trabajos y negocios.
Los más afectados son los habitantes de las pequeñas aldeas de las laderas de este volcán del centro andino de Ecuador, tanto en la provincia de Tungurahua como en Chimborazo, de los que alrededor de 2.000 han sido evacuados por tercera vez desde que la furia del coloso empezó a manifestarse en 1999.
Para ellos, que siempre han vivido apegados a las faldas de la «Mama Tungurahua», es difícil pensar en abandonar para siempre casas y tierras y rehacer su existencia en otro lugar, sobre todo si para adquirir nuevas propiedades tienen que entregar las suyas.
Hace unas semanas, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, entregó casi noventa casas de un proyecto de 186 en el municipio de Penipe, en la provincia de Chimborazo, uno de los más afectados por la erupción del Tungurahua, que son las primeras de las muchas que los sucesivos gobiernos han prometido.
En el marco del mismo programa también se entregaron tierras en una especie de canje, por el que los campesinos venden sus propiedades en las faldas del volcán y reciben otras a bajo precio, con su correspondiente documentación, en lugares más lejanos y seguros, lo que no agrada a la mayoría, arraigada en el volcán.
«Nos han ofrecido casas y terrenos, pero no queremos, porque es a cambio de lo nuestro. Nos piden que vendamos nuestros terrenos, pero no, porque no vamos a poder comprar en otros lugares, y como nuestras tierras no hay», afirmó Alba Meneses, coordinadora del albergue de los desplazados de la aldea de Bilbao, en Cotaló. Mene- ses explicó que «venimos por la tarde a dormir (a Cotaló, fuera del área de peligro) y por la mañana retornamos a nuestras labores a cuidar nuestros animales y nuestras casas (en Bilbao), porque todo lo tenemos allá».
«Muy difícil»
«La vida se nos ha hecho muy difícil, pues tenemos que salir fuera de nuestras casas con nuestros hijos, pero cuando se calme o acabe la erupción, regresaremos a nuestras casas», insistió esta mujer de Bilbao, un pueblo que se ha convertido en símbolo de resistencia al volcán.
Otra vecina de la misma localidad, Amelia Aguilar, admite que, si le dieran una casa y tierras alejadas y no tuviera que perder sus propiedades bajo el volcán, sí iría a otro lugar, pues su vida «ha cambiado completamente desde el 99 y son ya tres veces las que hemos tenido que salir por el volcán».
«Es una situación muy complicada, pues no es lo mismo vivir así que estar en la casa. Se sufre de todo y, esta vez, los guaguas -bebés- y la gente mayor no han tenido comida desde el martes hasta el sábado», agregó.
Algunos son más radicales, como Humberto Meneses, que sigue en Bilbao, ya que desconfía de que no le vayan a robar si se marcha. Cree que «las autoridades nos matan más que el volcán» y no quiere irse «a otro sitio, pues no sé qué calidad de tierras hay por ahí y con quién vamos a topar».
Los que viven del turismo también han visto cambiar sus vidas y muchos reconocen que los visitantes «han aumentado sobre todo en las épocas en las que el volcán está más activo, aunque también hay turistas que no vienen porque tienen miedo del volcán», asegura Mercedes Caicedo.
Caicedo, administradora de una hostería fuera del área de peligro del Tungurahua, con una vista extraordinaria del coloso, recalca que «hemos aprendido a convivir con el volcán y a tomar las debidas precauciones, saber qué hacer en los momento de erupción y ser solidarios con los que viven más cerca».
William Martínez, taxista de Baños, principal ciudad turística del centro andino de Ecuador, en el área de peligro del volcán, reconoce que cuando hay erupciones, pese al riesgo, su negocio mejora y rara es la noche en que no tiene clientes que subir a lugares altos a observar los vómitos de fuego de la montaña, algo inédito hace unos años.
Como él, muchos hosteleros, que antes atendían a personas que iban en busca de las aguas y baños medicinales o de aventuras en ríos y montañas, han tenido que cambiar y dar servicios a los que buscan algo tan subyugante como la vista de un volcán en erupción.
En sitios como Runtún, al este de la montaña, Las Antenas (norte) y la carretera de Cotaló (oeste), convertidos en populares observatorios, ya hay quien ha organizado su negocio para vender algo caliente, de picar o piedras volcánicas a los curiosos, que acuden pese a que el Tungurahua se presenta casi siempre vestido de tupidas nubes.
Chema ORTIZ