Juan Mari Beldarrain Miembro de Eguzki
Reflexiones sobre el temporal
Disfrutar de paseos marítimos usurpados al mar es una tentación que disfrutamos a diario, pero hemos de ser conscientes de que la mar, tarde o temprano, pasará factura de lo que se le debe
No hay mal que por bien no venga, dice el refrán, si es que alguna conclusión positiva sacamos del desastre. Tras el temporal de mar que ha azotado -sobre todo a parte de Gipuzkoa- es necesario reflexionar sobre algunos aspectos, más allá del espectáculo o la «plasticidad» de las imágenes.
En primer lugar señalar que a pesar de vivir en la era de las predicciones a medio plazo, satélites metereológicos y avisos de protección civil, los mecanismos de aviso no han sabido traducir las posibles consecuencias de este temporal. Si bien se predijeron olas de 7 metros, no se cruzaron los datos con la altura de la marea para ese día ni la fuerza del viento. En otros episodios de viento, nieve o frío las alertas han funcionado mejor. Vamos, que la marejada nos ha pillado en pijama.
Aunque no ligado al temporal, el embarrancamiento -algunos lo llamarían «aparcamiento»- del buque Maro en la costa de Jaizkibel ha dejado otra evidencia: la inoperancia o escasa efectividad de los servicios marítimos de seguridad. Si bien la seguridad de los tripulantes se solvento eficazmente, no ha ocurrido lo mismo con el buque. Un buque encallado al que se podía acceder andando en marea baja, fue pasto de la mar de forma inexplicable. No se sabe qué ocurrió para que en una travesía prácticamente de cabotaje y sin mala mar un buque de 95 metros acabe en las rocas. ¿Averiado el motor no se pudo avisar a los remolcadores que estaban a 3 millas? ¿No se pudo anclar el barco a una profundidad de 20 o 25 metros? Pero lo peor son las explicaciones inverosímiles sobre la «mala suerte» de las 54 toneladas de gasóleo que transportaba. En una primera versión se volatilizo. ¡54 toneladas en 48 horas! Ni el Mago Txan sería capaz de tal hazaña. Ante la endeblez de esa versión vino la segunda: «se ha dispersado en pequeñísimas gotas». Como si la dispersión acabase con la gravedad del vertido. Nos tememos que seguiremos sin saber lo que verdaderamente ha ocurrido y que además la chatarra del Maro quedará a merced de las olas sin ser retirada. Este suceso ha servido para encender la alerta sobre el peligro que supondría la construcción de un puerto exterior en Jaizkibel. Vista la «pericia» demostrada con el Maro, incapaces de evacuar 57 toneladas de gasóleo, ¿que ocurriría con un barco con 60.000 o más toneladas? ¿Habría que confiar nuevamente en la volatilidad o dispersión finísima de la carga?
El siguiente aspecto hace referencia al instinto de la naturaleza para intentar recuperar lo que ha sido suyo. El mar se ha apropiado, durante unas pocas horas, de aquellos lugares que anteriormente le han correspondido, de la misma manera que lo hacen la lluvia, los ríos y la vegetación. No es casualidad que Donostia y Zarautz hayan sufrido con más virulencia el azote del temporal, pues son también las localidades que más «usufructo» o «plusvalía» han arrebatado al mar. Disfrutar de paseos marítimos usurpados al mar es una tentación que disfrutamos a diario, pero hemos de ser conscientes de que la mar, tarde o temprano, pasará factura de lo que se le debe. A mayor ocupación y abuso del espacio marítimo mayores serán las consecuencias de los temporales.
Por eso no entendemos el empecinamiento, en este caso del alcalde donostiarra, en construir una pasarela en Monpas. Donostia tiene suficiente con la actual fachada marítima urbana, con mantenerla y arreglarla periódicamente, como para arriesgarse con innecesarias pasarelas. ¿Alguien se imagina qué hubiera sido de esa «liviana» pasarela ante un temporal semejante? ¿O que hubiera ocurrido de plasmarse la idea del Alcalde de construir un puerto deportivo en el Paseo Nuevo, en el lugar exacto donde las olas reventaron con mayor virulencia? Las imágenes de veleros discurriendo por el Boulevard habrían dado la vuelta al mundo.
En enero, el Ministerio español de Medio Ambiente se gastó 2'5 millones de euros en trabajos que denominaron de «regeneración de playas guipuzcoanas». La regeneración consistía en remover la arena de las playas que el mar y el viento habían acercado a tierra y llevarla nuevamente a la orilla. Pues bien, ha bastado una noche para que ese dinero se haya demostrado inútilmente gastado. El que exista dinero público no debe significar la aceptación de cualquier proyecto que suponga un reto a la naturaleza.
Intensificar los usos turísticos o económicos en espacios que por vocación natural no nos son propios contrae este tipo de sucesos. Bastante tenemos con afianzar y arreglar lo que ya hemos usurpado a la naturaleza como para meternos en más aventuras.