Elem Klimov ha sido uno de los más importantes cineastas soviéticos, en cuya carrera los cambios políticos ocurridos en la URSS durante la perestroika influyeron muy directamente. Tuvo muchos problemas con la censura oficial para sacar adelante su ambicioso proyecto «Agonía», en torno a la conocida figura de Rasputín. Y se consagró al concluir «Adiós a Matiora», una película de su mujer, la malograda realizadora Larissa Chepitko, a la que dedicó una obra posterior titulada «Larissa».

Las relaciones con los líderes de su país mejoraron cuando recibió el encargo de «Ven y mira», con motivo de la celebración del cuarenta aniversario de la victoria aliada en la II Guerra Mundial. El resultado fue tan impactante y de tal trascendencia internacional que trajo consigo el nombramiento de Klimov como presidente de la asociación de cineastas soviéticos, lo que le fue apartando de su dedicación plena a la creación cinematográfica. Moría hace cinco años sin ver materializado su proyecto sobre la figura de Stalin.

«Ven y mira» es visualmente abrumadora, todo un prodigio técnico que introduce al espectador en la locura de la guerra, mediante una cámara vertiginosa que se mueve como un elemento más en medio de las explosiones hasta conseguir un realismo atroz. Se centra en la matanza de Katyn, una de las tantas aldeas bielorrusas que fue arrasada por los nazis en el marco de la II Guerra mundial, quienes encerraron a sus habitantes en un granero y les prendieron fuego.

Uno de esos niños es el protagonista subjetivo de esta visión de la violencia bélica, retomando la idea manejada por Tarkovski en su película «La infancia de Iván», pero con menos lirismo y una mayor crudeza expositiva a cambio. Durante las más de dos horas de duración no concede tregua al espectador, haciéndole sentir el ruido ensordecedor de las bombas y el trazado luminoso de las balas en medio de la oscuridad con una pulsión terrorífica.