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Biodiversidad y seguridad alimentaria

El arca de semillas Noruega siembra dudas

El mundo ya cuenta con su particular arca de Noé vegetal, no animal. Es la Bóveda Global de Semillas, lista desde hace más de un mes para albergar cinco millones de muestras semilleras de todo el mundo y evitar su posible pérdida. Pero voces de la sociedad civil ya se preguntan si esto responde a la necesidad de los campesinos o a otros intereses.

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Joseba VIVANCO

Adolf Erik Nordenskiöld, quien ocupa un lugar en la historia de las exploraciones por ser el primero que logró, en 1879, bordear en un buque la costa norte de Europa y Rusia, intentó antes alcanzar el Polo Norte usando renos de tiro, pero fracasó cuando éstos escaparon. Lo hizo partiendo de Svalbard. Traducido como «orilla fría», es un archipiélago situado en el océano Glacial Ártico, al norte del continente europeo, forma parte de Noruega y era el habitual punto de partida de aquellas heróicas expediciones árticas. Pero este enclave es noticia ahora por albergar la bautizada como Bóveda Global de Semillas, un proyecto internacional que pretende coleccionar los recursos fitogenéticos del planeta y ponerlos a salvo de su posible pérdida o destrucción. Una especie de refugio que puede albergar a casi cinco millones de muestras de semillas. Pero los aplausos iniciales han dejado paso a algunas dudas y no sólo porque pocos días ante de su apertura, el pasado 26 de febrero, el archipiélago vibrara con el mayor terremoto conocido en la historia de Noruega.

La Bóveda viene a poner colofón a un proyecto que nació hace tres décadas, cuando genetistas reunidos por la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) comenzaron a discutir sobre la necesidad de un banco genético que protegiera a las semillas del control creciente por parte de las multinacionales. Un genetista ruso de nombre Vavilov había sido el primero en crear uno de estos almacenes, en San Petersburgo, hace más de un siglo. Aquella colección se salvó de la II Guerra Mundial, pero no de Stalin y sus purgas. Las semillas se perdieron, abandonadas y almacenadas en botellas de Pepsi o vodka.

No fue hasta los años setenta, en plena Revolución Verde, cuando los fitogenetistas observaron con preocupación la pérdida de biodiversidad, la erosión genética de los cultivos del planeta. La propia ONU corrió al rescate y, literalmente, fueron recolectadas cientos de miles de muestras hasta los años ochenta. El problema fue crear bancos donde almacenarlas. Bajas temperaturas y baja humedad son requisitos indispensables. Los bancos se habilitaron, pero con el paso del tiempo se encontraban con las puertas abiertas, encharcados o refrigerando más cervezas que semillas. Es más, en los ochenta, en el banco nacional canadiense, uno de los más importantes por su colección, se depositaban cajas con semillas en los pasillos en mitad del ir y venir de los ratones.

Peor les fue a bancos como el que albergaba la colección de raíces y tubérculos de Camerún, donde la falta de energía durante un fin de semana acabó con ella; o a los frijoles de Perú y Guatemala, o los chiles y tomates de Colombia y Costa Rica, que se murieron en sus propios bancos; o la colección nacional de Afganistán, destruida en 1992 por la guerra; o la propia iraquí de Abu Ghraib, con igual final en la invasión de 2003. Tanto despropósito generalizado fue aprovechado por Monsanto, DuPont, Syngenta y otras multinacionales para adueñarse del mercado de semillas. Los gobiernos tuvieron que volver a apostar por los bancos genéticos públicos: a principios de los setenta había menos de diez; hoy, la FAO calcula que son unos 1.500 repartidos por 150 países. Sin embargo, como revela la organización civil ETC Group en un reciente documento, sólo 400 de ellos tienen potencial de almacenamiento para largo plazo y apenas 35 cumplen con los estándares científicos.

De los científicos a los campesinos

En un encuentro internacional celebrado en Leipzig en 1996, los expertos asumieron que la mayoría de las semillas recolectadas en los últimos 30 ó 40 años, unos seis millones y medio de muestras, se hallaba almacenada en bancos sin garantías. La propia FAO reconoce que mucho de ese material bajo su protección está muerto. Con este panorama, y ante el riesgo que supone que diez multinacionales controlen el 57% del mercado de semillas, se apostó entonces por un «plan de acción» que doce años después se ha quedado en nada, a no ser que la solución haya sido la Bóveda Global de Semillas de Svalbard.

La cuestión que ha comenzado a inquietar a algunas organizaciones civiles es si poner todos los huevos en la misma canasta es sinónimo de seguridad plena. Julio César prendió fuego a la famosa biblioteca de Alejandría, la biblioteca Palatina de Roma se quemó mientras Nerón tocaba su lira, los conquistadores españoles hicieron otro tanto en América, y los nazis... «¿Es la Bóveda otro ejemplo más de arrogancia tecnológica?», se pregunta el Grupo ETC. «¿Será que los genetistas están enfocando sus miras en la Bóveda del Fin del Mundo cuando deberían fijarse en poner a salvo los pequeños bancos genéticos?», añade.

La elección noruega es argumentada por ser uno de los países más fiables, su gobierno es respetado y no se piensa que pueda verse involucrado a muy largo plazo en ningún conflicto bélico o accidentes naturales. Sobre los sistemas de seguridad de la bóveda, bajo tierra, a la temperatura y humedad adecuadas, con la máxima vigilancia, incluso lejos de la amenaza de los osos polares, no hay discusiones. Pero sí sobre su finalidad. «Confiar exclusivamente en el almacenamiento de semillas en congeladores no es la solución», dice otra organización civil, Grain. ¿Por qué? «La bóveda crea un falso sentido de seguridad», responde.

A juicio de esta organización, esta apuesta por crear un banco único ex situ de los lugares donde han sido recolectadas responde a «las necesidades de los científicos, no de los campesinos». E insiste en que «lo que la Bóveda de Svalbard hace es encerrar la diversidad para responder a una emergencia. La urgencia real, sin embargo, consiste en dejar que la diversidad siga viva hoy, en el campo, en las manos de campesinos y campesinas, y en mercados controlados por la gente y al servicio de las comunidades». En la misma línea, ETC Group sostiene que agricultores y campesinos de todo el planeta no están muy de acuerdo con la forma en que los científicos han recolectado la diversidad genética en sus campos. Es más, la conservación en bancos de semillas no tiene nada que ver con la preservación que desde hace cientos de años hacen los propios agricultores. «Con la conservación local, la diversidad genética no necesita hielo, sino campo», apostilla.

Al igual que otros colectivos de la sociedad civil internacional, ETC Group no ve en Svalbard una solución a largo plazo para la seguridad alimentaria del planeta. «Para algunos de nosotros la Bóveda es una distracción que podría generar la complacencia de los gobiernos, de la misma forma que la Revolución Verde de los sesenta y setenta promovió que los gobiernos abandonaran la agricultura y el desarrollo rural en los ochenta y los noventa», expone. «Apoyar a los agricultores en su trabajo de conservación es más urgente».

¿Quién tiene la propiedad de la bóveda? ¿quién tiene acceso? ¿Quién la ha pagado?

El Gobierno noruego tiene la propiedad de la Bóveda, pero cuenta con el respaldo internacional y existe un amplio consejo consultivo. Las semillas, por su parte, serán siempre propiedad del depositante, que debe tener una muestra igual en sus bancos propios. Pero, ¿tendrán acceso las multinacionales? No. Y ¿quién la ha pagado? Noruega en su integridad, mientras que su mantenimiento correrá a cargo de un fondo mundial (al que la Fundación Gates sí aporta dinero, aunque no para la Bóveda) y del pago de los países depositantes, a dólar por muestra enviada. J.V.

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