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Desfalco en el Guggenhein Bilbao

Vía de agua en el buque insignia

Martin ANSO

El consejo de Berroeta-Aldamar, la sociedad pública constituida para construir el Museo Balenciaga, denunció hace unos meses ante la fiscalía a quien había sido su gerente, Mariano Camio, ex alcalde de Getaria por el PNV. Falsedades documentales e irregularidades contractuales, así como ocultaciones de datos y movimientos financieros, son los hechos que le imputa, aunque, con posterioridad, han salido a la luz nuevas acusaciones, algunas tan demoledoras y pintorescas -y que habrá que probar- como que distribuyó pañuelos de los fondos del prestigioso modisto entre las esposas de algunos burukides. Berroeta-Aldamar, al tiempo que anunciaba la denuncia, hacía pública una autocrítica «por el hecho de que no hayan funcionado los mecanismos de control»; autocrítica que la consejera de Cultura, Miren Azkarate -que está teniendo una legislatura francamente movida-, hizo suya en una comparecencia parlamentaria.

Los mecanismos que no funcionaron con el Museo Balenciaga -y que, dicho sea de paso, tampoco lo hicieron en el caso de la Hacienda de Irun- también han fallado en el Guggenheim, es evidente, con independencia de que cada ciudadano se crea más o menos la versión oficial de los hechos, de la que en principio no hay por qué dudar, aunque Euskal Herria sea un país con una tradición de versiones oficiales que invite a un sano, por necesario, escepticismo.

El caso es que el control ha fallado, y ahora cabe preguntarse por qué y cabe responder que porque las ilegalidades han sido cometidas por personas «de confianza», no porque lo sean, que han demostrado no serlo -al menos desde el punto de vista del conjunto de la sociedad-, sino porque ocupan puestos de esos que en el argot político se consideran «de confianza».

La vía de agua se ha detectado ahora nada menos que en el buque insignia, en el Guggenheim, y, además, muy poco después de que, al menos por parte de los responsables del museo, se hubiera dado por zanjado otro feo asunto, el de la pérdida de 6 millones de euros en un desafortunado cambio de divisas para adquirir obras de arte.

Además de por qué ha fallado el control en los casos citados, hay otras preguntas que cabe hacer. Por ejemplo, en el buque insignia o en el conjunto de la flota, ¿cuántas vías de agua más hay? O la del millón: ¿el poder corrompe o, como decía Rubén Blades, simplemente desenmascara?

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