La primera vez lo escuché de manera incompleta, después lo leí, atendí a toda la controversia suscitada, pero como el sábado la repiten, volví a ver la gala de OT donde el publicista de sí mismo, Risto Mejide, avanzó en su papel de borde y demagogo neocom hasta límites insufribles, inasumibles y que colocan, a mi entender a sus compañeros de mesa de jurado y, al programa y a la propia cadena, al borde de tomar una decisión para que no sigan convirtiéndose sus apariciones en un ejercicio de violencia verbal que roza lo denunciable.

Está claro que este señorito con pintas de nihilista de ultra derecha es un producto que vende bien, y por ello acaba de publicar un libro, y cuanto más borde sea con los jóvenes aspirantes, más ventas conseguirá, pero si su cerebro está magullado por sus años de hacer de las mentiras eslóganes, lo que no es de recibo es que por la audiencia todo sea permitido, hasta jugar con los sentimientos de los concursantes, de meterse con su intimidad e incluso con sus decisiones tomadas en libertad, aunque sea bajo presión emocional. El sargento Risto se cree que todo debe militarizarse, y que cualquiera que se presenta a OT lo hace sabiendo que hay un totalitario que se permitirá decirle cualquier cosa con tal de quedar él, el sargento demagogo, por encima de todos, incluso del programa.

La penúltima perla es decir a consecuencia del abandono de una concursante por sentirse sin ánimos para continuar tras el fallecimiento de su abuela, una frase cuartelaria del más puro estilo chusquero dirigiéndose a los que quedaban y sin venir a cuento: «si alguien tiene que hacer una gestión, ha dejado mal aparcado el coche, se le ha muerto el canario, un perro, el abuelo o lo que sea..» y a continuación les invitaba a irse ya, porque decía que fuera había muchas personas con problemas similares que siguen cumpliendo con su labor y trabajando. No hace falta esforzarse en contestarle, solamente advertir a la cadena que cosas así, con este zafio estilo faltón, son las que convierten todo en basura.