El Eibar no se contentó con haber roto la semana pasada su racha como visitante y ayer hizo lo propio con la que le mantenía invicto en Ipurua desde que el Racing de Ferrol se llevara los tres puntos el pasado mes de enero. Una derrota que, de todas formas, mantiene una de las tónicas de la temporada: cada vez que se ha especulado con la posibilidad de que los azulgranas entrasen en la pelea por el ascenso, ha llegado un disgusto.

Lo peor no es que ese sueño se haya esfumado de manera prácticamente definitiva, sino que una realidad que parecía bastante más cercana, la de la permanencia, también se ha visto aplazada. El tropiezo frente al Castellón acerca al cuadro armero a los puestos de descenso, ahora a nueve puntos y con dos desplazamientos consecutivos en ciernes, aunque las cifras siguen avalando el optimismo. Al Eibar se mantiene a un triunfo de asegurarse otra temporada en Segunda, con ocho jornadas por delante. Y no es cuestión de conformismo, sino de saber apreciar un excepcional trabajo.

Lo cual no evita cierto sentimiento de envidia hacia el Castellón, que llegó a Ipurua en la misma tesitura que su anfitrión -sólo un punto separaba a ambos equipos en la tabla- y se marchó con la permanencia en el bolsillo y las puertas de la ilusión abiertas de par en par. Con merecimiento, porque el Eibar no jugó un buen partido, mientras su rival, aunque estuvo lejos de encandilar al espectador, supo aunar pelea, calidad individual y la resolución necesaria para echarse arriba cuando peor se le pusieron las cosas.

Nada parecía indicar durante el primer tiempo que el encuentro fuera a terminar con tres goles, con dos equipos que pelaron cada balón en cada centímetro del campo. O casi, porque los de las áreas, la verdad, no se pisaron demasiado. Hubo que esperar, de hecho, hasta el minuto 17 para que se produjese el primer remate entre los tres palos, con un disparo de Perico desde la frontal que Cuéllar atajó sin ningún problema.

Fue una muestra de lo que estaba por venir, faltas y lanzamientos desde fuera del área como único recurso ofensivo, a excepción de una combinación de Txiki y Natxo Insa, que Altuna remató al palo en fuera de juego, o un balón de Insa para Goiria que Carlos Sánchez detuvo con algunos apuros.

Las cosas cambiaron tras el descanso. Y de inmediato, porque a los cuatro minutos de la reanudación, Tabares peinaba un balón de Pedro Hernández para que Perico rematara a gol sin demasiada oposición.

Mala pinta

Con un Castellón que ofrecía pocos o ningún resquicio, un Eibar atascado en ataque y dos jugadores como Perico y Arana asustando cada vez que cogían el balón, la cosa empezó a pintar ciertamente mal.

Pero, cumplido el cuarto de hora, los armeros enchufaron uno de esos arreones que tan buenos resultados les han dado en otras ocasiones. El público se encendió, el área blanquinegra empezó a cobrar protagonismo, y el panorama dejó de verse tan oscuro. Yagüe, que saltaba al campo para sustituir a Carmelo, probó primero, rematando en posición forzada un envío lejano de Biel Medina; el propio delantero catalán peleó después un balón para Goiria, aunque el vizcaino estaba en fuera de juego; y una falta lejana de Txik, con remate de Del Olmo y del propio navarro tras el consiguiente córner, acabó por convertirse en la antesala del gol.

Llegaba en el minuto 70 -inmediatamente después de que Manel estuviese a punto de enviar a las mallas un remate de Víctor Salas-, con un servicio de Natxo Insa, que Goiria consiguió rematar pese a la oposición de los dos centrales y el guardameta blanquinegros.

La remontada parecía factible, más aún cuando, diez minutos después, el Castellón se quedaba con diez jugadores al perder, además, a su mejor hombre, Perico. Parecía que todo se ponía de cara a los azulgranas, sobre todo teniendo en cuenta que el árbitro podía haber pitado penalti de Yagüe en esa misma jugada, en lugar de mostrarle la amarilla a su rival por piscinazo.

Pero, por desgracia, al Eibar se le atragantó tanta emoción, mientras los visitantes recurrieron a su otro baluarte, Arana, para volver a adelantarse. El centrocampista sevillano se fue como quiso por banda derecha y su centro lo remataba Tabares; Cuéllar rechazó con el pie, pero el balón fue directo a la cabeza del ariete y de allí al fondo de las redes.

Una pizca de suerte que acabó con la ilusión azulgrana.