Jesús Valencia Educador social
El PNV no ha cambiado de rumbo
No es la Metrópoli la que ha cambiado de actitud; son los jelkides los que claudicaron hace ya muchos años.
Eusko Alkartasuna sí que sorprende con sus virajes imprevistos y sus espectaculares bamboleos, pero el PNV no. Los primeros suelen jugar a varios palos; reclaman nuestra soberanía y, al mismo tiempo, respaldan sin condiciones al Gobierno que nos la niega; hoy intentan distanciarse del PNV y mañana cojean ostentosamente porque Urkullu ha sufrido un esguince. El caso del PNV es distinto. Los murmullos desaprobatorios de algunos militantes no indican que en el partido convivan dos almas. Ni las transmutaciones de Egibar confirman la coexistencia de dos estrategias. Las palabras del propio aludido confirman la hipótesis urkuliana del «calentón» y la existencia, dentro del EBB, de una sola estrategia.
Es verdad que en otros tiempos, ya remotos, el PNV respiraba otros aires. Eran los días lejanos y emblemáticos de la fundación del partido. La breve y apasionada vida de Arana fue una intensa apuesta a favor de la independencia; con una visión excesivamente bizkaina, pero atizando el sueño de una nación diferenciada. Así lo entendieron sus seguidores, sus detractores y sus liquidadores. Entre los primeros destacaron los jóvenes que secundaron con entusiasmo la propuesta de un Sabino al que tenían por maestro y profeta. Sus enemigos interpretaron la nueva doctrina como un cáncer nacido en las entrañas españolas y que debían extirpar de cuajo. Utilizaron todos los medios a su alcance para conseguir dicho objetivo. Los fundadores del PNV hubieron de soportar calumnias, persecuciones, encarcelamientos, ilegalizaciones por parte de los poderes centralistas. Una turba de españolistas furibundos se acercó hasta Abando y apedreó la casa de los Arana como descarga compulsiva contra «los enemigos del Imperio español» cuando éste perdía sus últimas colonias. ¿Alguien se imagina una reacción semejante del españolismo frente al PNV de hoy? No es la Metrópoli la que ha cambiado de actitud; son los jelkides los que claudicaron hace ya muchos años.
De eso se encargaron los liquidacionistas, nacidos a una con el partido y en su propia cuna. Neutralizaron la voluntad soberanista de los fundadores reduciendo su proyecto a un nuevo modelo de integración en España. Hicieron de la renuncia estrategia permanente, casi rasgo identitario, de un partido fundado en aras a la independencia. Desde sus primeros años se vincularon con la burguesía pactista, buscaron acuerdos con el Estado para salvaguardar sus intereses, actuaron con mil marrullerías para que personas dóciles a esa estrategia coparan los órganos de dirección, potenciaron un partido estatutista en lo político y reaccionario en lo social, combatieron la discrepancia interna, colaboraron con la policía dándole las fichas de los dirigentes obreros a los que debían detener... Según denunciaban ya entonces las voces críticas de Aberri, «vamos de dejación en dejación, de concesión en concesión». El PNV de hoy sigue dirigido por «españolistas», «fenicios» y «regionalistas» que actúan igual. Los calificativos entrecomillados no son míos ni de ahora. Los utilizó el propio Sabino para definir con dureza a quienes estaban corroyendo su proyecto independentista.