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Veinte años, cinco etapas y miles de personas... la historia del gaztetxe

La historia del Gaztetxe de Gasteiz es la suma de miles de pequeñas y grandes aportaciones. En la madrugada del 28 de abril de 1988 se abrieron, para no cerrarse nunca, las puertas de un edificio abandonado en un lugar estratégicamente situado: en lo alto de la ciudad, en el centro de la colina, en el Casco Viejo.

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Txotxe ANDUEZA

Han pasado veinte años y miles de personas han entrado en esta casa, participando de una fiesta, organizando una actividad o quedándose asumiendo la tarea de mantenerla y proyectarla hacia el futuro.

En la web que recoge la historia de este Gaztetxe contada por sus protagonistas, se habla de cinco etapas: la entrada en la casa y los primeros pasos en el debate y definición del espacio ocupado; una etapa de transición provocada por una crisis de identidad; la lucha por mantener posiciones frente al Ayuntamiento, que trajo la conquista del agua; la implicación en distintas luchas sociales, las obras en la casa; los duendecillos que lograron una riada de solidaridad y respaldo para la realidad que ya era y no ha dejado de ser el Gaztetxe de Gasteiz. Y GARA quería poner rostro y nombre a ese relato de hechos, fechas y acciones.

En su anuncio de los actos de conmemoración de este aniversario, los jóvenes del Gaztetxe afirmaban que el testigo de esta casa ocupada ha pasado de generación en generación. Pero ese «pasar el testigo» pocas veces ha significado desligarse totalmente de la dinámica de esta casa. Por eso, en el grupo que los jóvenes del Gaztetxe reúne para este reportaje, participa uno de sus primeros «ocupantes».

Tiempos convulsos

Javi Agillo cree que los tiempos en que ocuparon la casa eran muy diferentes: «Había en Euskal Herria una auténtica explosión reivindicativa. Yo recuerdo el ambientillo que había en la calle, las ganas de expresarse, la espontaneidad, el cuestionar la vida cotidiana en todos los aspectos, sociales, políticos...». Eran tiempos convulsos: «el GAL, la entrega de refugiados, la colaboración de Policía Municipal y Nacional en la represión de todo tipo de movilizaciones en Gasteiz; la lucha contra la política especulativa y a favor del derecho a la vivienda, el auge de los gaztetxes... y en general una efervescencia social y de los movimientos contraculturales; la reconversión industrial, el paro que afectaba especialmente a los jóvenes...». A todo ello parecía querer hacer frente este grupo de jóvenes identificados con las corrientes de autonomía libertaria que entraron a aquella casa deshabitada que el Obispado tenía en lo alto de la colina de Gasteiz.

Agillo cree que el Gaztetxe vino a cubrir una necesidad, «un local que fuera autogestionado por los jóvenes, abierto a todas las experiencias, a los movimientos sociales, en el que pudiéramos desarrollar nuestras propias iniciativas sin censuras». Y precisamente la autogestión, «como filosofía y práctica», fue, junto con el propio espacio físico, el legado que aquel primer grupo dejó a las siguientes generaciones que han ido integrándose en la dinámica del Gaztetxe.

Y ello a pesar de que el choque entre concepciones diferentes de qué y para qué debían utilizar el espacio que habían ocupado, hizo que un grupo importante de personas abandonara el Gaztetxe, abriendo una etapa en la que el trabajo principal fue asentar la casa, haciendo obras y consiguiendo, tras arduas negociaciones con el Ayuntamiento, un elemento fundamental: el agua. Javi Agillo lo reconoce sin ambages: «Eramos muy diferentes a las generaciones que en los últimos años han mantenido el Gaztetxe. Nosotros éramos más sectarios, la realidad política también marcaba más diferencias entre las familias políticas, teníamos una concepción más caótica».

Necesario para Gasteiz

Arrate Albaina cree que el Gaztetxe ayuda a los jóvenes a desarrollarse como personas, «porque es una realidad que creas tú también, las actividades parten de nuestras necesidades, las decidimos nosotros, las gestionamos y las llevamos a la práctica». La época en que ella entró al Gaztetxe estuvo llena de claroscuros. Fue uno de los momentos en los que la amenaza de derribo fue más evidente, pero también fue entonces cuando el Gaztetxe se abrió más a los movimientos sociales, al barrio, a la ciudad.

El lema «Gaztetxea guztion etxea» fue la propuesta que los jóvenes de la casa de la colina hicieron para hacer frente a la amenaza, y la respuesta fue que cosecharon miles de adhesiones y que muchos colectivos se posicionaron claramente a favor de la continuidad del Gaztetxe.

Y ese fue el legado que su generación dejó a las personas que posteriormente se incorporaron a la dinámica de la Gazte Asanblada: «El Gaztetxe era ya un referente, era aceptado por la sociedad, todo el mundo entendía ya que cumplía una función social para la juventud y que era necesario para Gasteiz». «Eso sí, añade Arrate, la autogestión es una filosofía que ha quedado muy marcada en toda la historia del Gaztetxe», y aunque ello les ha ocasionado a veces problemas a la hora de gestionar permisos, por ejemplo, «no hemos recibido ninguna subvención, no nos hemos configurado como una asociación, ni nos hemos querido relacionar con las instituciones a ese nivel, porque ello nos quitaba autonomía».

La campaña «Gaztetxea guztion etxea», además de socializar la casa, sirvió para atraer a nuevos jóvenes a esta experiencia de autogestión. Entre ellos estaba Erlantz Anda, un joven que hoy en día sigue siendo parte activa de este local. Recuerda que su entrada en esta dinámica se dio en un momento «delicado»: «había una amenaza fuerte de derribo y una campaña muy cañera, que exigía mucho trabajo». Se hizo una movilización en la que participaron unas 8.000 personas, la campaña de los iratxos... lo que les ayudó a quitar el susto que el mucho trabajo por hacer les había metido en el cuerpo. Se vio, en opinión de Erlantz, «que había un montón de gente que quería que el Gaztetxe se quedara donde estaba, que reconocía que cumplia una función».

Personalmente, lo que más atrajo del Gaztetxe a Erlantz, como a la mayoría de jóvenes que han ido sumándose a sus actividades, «era la forma de funcionar», porque, si bien en Euskal Herria siempre ha habido un movimiento social muy fuerte, «la mayoría ha tenido un funcionamiento muy jerarquizado». Por el contrario, asegura, «el Gaztetxe es más vivencial, lo hacemos todo nosotros, nada viene establecido ni marcado de ningún sitio». Y destaca los lazos de amistad que se forjan en la casa: «se ha intentado siempre mantener esa relación». Y aunque aún sigue ligado a sus actividades, cree que el mejor legado que pueden dejar a los siguientes es «el funcionamiento, el modo de pensar y cuestionarse todo, y seguir haciendo cosas para dar continuidad a la casa».

Rompiendo estereotipos

Ekaitz Samaniego lleva tres años participando de la vida del Gaztetxe y Jorge Turrado, uno. Son las últimas generaciones que se han incorporado a la historia de este local.

Ekaitz se acercó con la celebración del Gaztetxe Eguna, una jornada en la que participaron en torno a 15.000 personas. «Yo empecé a venir aquí, yo creo que como todos, de fiesta. Pero enseguida empiezas a ver que en esta casa y en sus actividades hay mucho trabajo, y cuando ves que son jóvenes empiezas a venir, porque te identificas, y porque ves que hay mucho por hacer». En sus primeros pasos en el Gaztetxe, Ekaitz participó en la campaña que Alde Zaharra realizó en oposición al PERI, «porque teníamos claro que esta casa no podía existir en este barrio con el PERI».

La amistad es, al parecer, la auténtica droga que ofrece y engancha en el Gaztetxe, como reconoce Ekaitz: «Lo que más me aportó fue llegar y encontrar un clima de amistad, que la gente está muy compenetrada, que llegas y ves que hay algo muy bonito en la mesa... Y eso es lo que engancha en el `gazte', que estás a gusto con la gente, que puedes aportar, que no te van a poner vetos, y que tu opinión siempre cuenta». Una afirmación que rompe estereotipos, como los han roto las distintas jornadas de puertas abiertas a las que han invitado a los vecinos del barrio, para que conozcan en directo lo que hay.

Jorge Turrado había participado en otras iniciativas dirigidas a la juventud, en concreto una oferta que hicieron conjuntamente su centro de estudios y el Ayuntamiento, y tiene claro a qué carta quedarse: «no hay punto de comparación, en una te dicen lo que hay y sólo te queda aceptarlo o marcharte, mientras que aquí participas en ver qué puedes hacer, qué viene bien, qué es interesante, qué es divertido hacer».

En el año que lleva acudiendo habitualmente al Gaztetxe, su opinión sobre este local ha cambiado, y mucho: «yo soy del 90, no he conocido Gasteiz sin el Gaztetxe, pero la opinión que tenía se basaba en lo que oía, siempre relacionado con `la droga' y `la kale borroka'. Pero te das cuenta que, si piensas libremente, aquí tienes un espacio en el que puedes ponerlo en práctica». Así que acaba con un llamamiento a los jóvenes que aún no han entrado al Gaztetxe: «Antes de opinar, hay que conocer».

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