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«El ser humano es, por naturaleza, un sujeto solitario»

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JOSÉ MARÍA PÉREZ ÁLVAREZ, PREMIO BRUGUERA DE NOVELA

«La soledad de las vocales», del escritor orensano José María Pérez Álvarez (O Barco de Valdeorras, 1952), ha sido merecedora del III Premio Bruguera de Novela, otorgado por un jurado unipersonal, tarea que ha recaído en esta edición en la escritora Esther Tusquets. Es una novela coral protagonizada por personajes marginados que coinciden en un tugurio.

Todos los personajes que desfilan por la pensión Lausana son personas derrotadas y condenadas a la soledad, «habitantes de la noche», en palabras de Esther Tutsquets. Allí conviven un tapicero serbio, una ex nadadora, dos homosexuales, un pintor y un discípulo de James Joyce que intenta escribir una novela titulada ``La memoria del olvido'' y que comparte su habitación con el fantasma de una joven que se suicidó en el mismo cuarto que él ocupa.

En su novela hay continuos guiños a James Joyce. ¿Es usted discípulo del autor irlandés, como su personaje?

Sí, hay muchos guiños a Joyce. Si uno tiene cinco o seis novelas canónicas, una de las mías es ``Ulises''; después algo de Kafka, El Quijote y ``Rayuela''. Joyce forma parte de un grupo de escritores que funcionan con un tipo de literatura que me gusta mucho y que me atrae más que la literatura convencional, como lector y como escritor.

Aunque el narrador es uno, da la impresión de que ha querido dibujar un protagonista colectivo formado por todos los personajes que se alojan en la pensión Lausana. ¿Es así?

Sí. En realidad, los personajes están interconectados. Hay un narrador que parece que domina todo el ambiente de la pensión pero que necesita de todos esos otros personajes: el escritor que menciona, el discípulo de Joyce; los homosexuales, la ex nadadora, el pintor... Es una relación como la que puede existir en una pensión pequeña. A diferencia del ambiente de los hoteles de lujo, en los que puedes estar rodeado de gente pero no conoces a nadie, aquí se establece una intimidad entre ellos. Aunque, efectivamente, uno es preponderante, todos son indispensables para el ambiente de la pensión y de la novela.

Y tienen en común, además, que las suyas son vidas desgraciadas...

Son vidas perdedoras. Hay circunstancias de la vida en las que todos perdemos algo, pero siempre hay gente que pierde más. En una sociedad como la nuestra, en la que nos peleamos por cosas sin importancia, realmente hay gente que no tiene qué comer, que está enferma... En esa pensión hay gente marginada de una sociedad occidental: son perdedores pero aún tienen esperanza y se mantienen, comen, beben, pasean. Son perdedores con respecto a lo que hoy consideramos triunfadores.

Ha utilizado el recurso de la reiteración, que tiene sus peligros. ¿No ha sentido vértigo?

Es peligroso, por eso traté de utilizarlo con mucho cuidado. Quería que funcionara como una especie de leitmotiv, de estrofa o estribillo, como una oración que repites constantemente pero buscando no enfadar al lector. Quería que estableciera un ritmo, que fuera tirando del resto del texto y que estableciera un nexo entre distintas partes de la novela. Crea un clima obsesivo. Quería que el lector se diera cuenta de que, en realidad, el argumento es muy endeble, que lo que está funcionando es el lenguaje y que es el que está estableciendo los recursos narrativos. Lo que les ocurre a los personajes es incluso intrascen- dente. Muchas veces es real lo que les pasa, otras no se sabe si es ficticio. A través de la reiteración, de la obsesión, quise establecer unos puntos comunes entre los personajes para que la novela terminara funcionando.

Esther Tusquets ha destacado la economía de decorado de su relato.

Al igual que quería que no hubiera frases brillantes, ampulosas, no quería un decorado excepcional. En otras novelas mías aparece la Costa de la Muerte, las rías gallegas, escenarios que en sí mismos tienen una cierta grandeza. En este caso, quería un escenario reducido y cutre para que lo fundamental ocurriera en el corazón de los personajes, en el lenguaje.

Queda un poso pesimista.

Hay un cierto pesimismo, que yo como ser humano tengo. Sé que estamos avanzando mucho, que estamos mucho mejor que antes pero, al mismo tiempo, hay una serie de conflictos que antes no existían. Hay un cierto pesimismo en la novela, aunque los personajes guardan cierta esperanza. Al mismo tiempo, es una constatación de la soledad en la que vivimos todos: podemos sentirnos arropados por los amigos, por la familia, pero el ser humano es, por naturaleza, un sujeto solitario. Gracias a esos encuentros con otras personas se redime de la soledad.

Ha confesado que pensó en dejar de escribir.

Lo que dije fue que, a raíz de terminar esta novela, no había conseguido que ninguna idea ni situación me empujase a escribir y, mientras no sea capaz de hacer algo que realmente me apasione, prefiero dejarlo, convertir al silencio en un género literario.

Izaskun LABEAGA

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