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Nadie recuerda que una vez hubo arena bajo los adoquines

Arthur Miller escribió que el paso del tiempo condena al olvido la memoria de un país. Philippe Garrel no quiso resignarse a ello e inmortalizó sus recuerdos en imágenes que ilustran ahora las páginas blancas de la historia de los vencedores. La semana pasada Juan Gelman denunció a quienes vilipendian el esfuerzo de memoria.

Iñaki LAZKANO Periodista y profesor de Ciencias Sociales y de la Comunicación

Cuenta Philippe Garrel que la idea inicial de la película «Les Amants réguliers» (2004) surgió cuando se percató de que la enciclopedia Hachette omitía deliberadamente, casi en su totalidad, los hechos acaecidos en París durante mayo del 68. Presa de la ira, sintió la necesidad de descubrir a los más jóvenes aquella primavera en la que su generación soñó y luchó por la utopía de que un mundo más justo es posible. En esencia, la película es un alegato contra el olvido. Un sincero y estimulante ejercicio de memoria histórica.

Bernardo Bertolucci recreó aquella época de barricadas e idealismo con anterioridad en la irregular «Soñadores» (2003). Nostálgica y pasional, la obra del autor de «Novecento» (1976) ofrece una visión idílica y edulcorada de la rebelión estudiantil parisiense. Garrel, en cambio, disecciona el desencanto de los jóvenes revolucionarios después de la derrota. Sus entrañas están teñidas por el color frío de la desesperanza. Ese mismo espíritu de fracaso destilan las obras de Jean-Luc Godard y Chris Marker.

Pese a que el autor de la «La Chinoise» (1967) criticó la actitud de los estudiantes que se enfrentaron a los tanques soviéticos en la capital checa, el nuevo cine que floreció en la Primavera de Praga palpitaba con el mismo sentimiento que el de la Nouvelle Vague. Las películas de Jiri Menzel, Milos Forman y Vera Chytilovà representaban el rostro humano del socialismo que preconizaba Alexander Dubcek. Unos lucharon contra el capitalismo burgués; otros contra el estalinismo soviético. Pero el sueño era el mismo.

Cuatro décadas después, nadie recuerda a aquellos estudiantes que, en la primavera de 1968, buscaban la playa bajo los adoquines de París y Praga. Los recuerdos rebeldes fueron pasto del silencio. Arthur Miller escribió que el paso del tiempo condena al olvido la memoria de un país. Philippe Garrel no quiso resignarse a ello e inmortalizó sus recuerdos en imágenes que ilustran ahora las páginas blancas de la historia de los vencedores. La semana pasada Juan Gelman, al recibir el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, denunció a quienes vilipendian el esfuerzo de memoria. A los que dicen que no hay que remover el pasado. Sostiene el poeta argentino que las viejas heridas aún no están cerradas y que su único tratamiento es la verdad. Y luego,... la justicia. En efecto, sólo así es posible el olvido verdadero.

 
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