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Análisis

De la Ley a la trampa, de la trampa a la chapuza y de la chapuza al fracaso

Ramón SOLA

«Hecha la Ley, hecha la trampa», dice el refrán. La Ley de Partidos se le ha quedado corta al tándem PSOE-PNV en sitios como Arrasate, que engrosa ya el escaparate de la «democracia española» en Euskal Herria. Como en Ondarroa o Lizartza, nadie duda de que hoy habrá allí más independentistas.

Hay silencios que son significativos. Periódicos como ‘‘El País’’, ‘‘El Diario Vasco’’ o ‘‘Deia’’ optaron por editorializar ayer sobre el 1 de mayo, el ‘‘Playa de Bakio’’, Serbia o la inmigración en Valencia, terrenos sin duda menos pantanosos que el encarcelamiento de la alcaldesa de Arrasate. Quizás decidieron escaquearse tras mirar sus propios foros de internet y constatar que el tema no tenía venta ni camuflaje posible. Muy claro lo veía, por ejemplo, el internauta llamado «Así no» en ‘‘El País’’: «Os puedo jurar que me repugna ANV, pero esto me parece una vendetta cutre y barriobajera. Esto no se lo cree ni el que asó la manteca. En fin...» O «Manu»: «Y aquí estamos celebrando que se destriparan franceses en una revuelta contra el poder establecido, por gente que usaba la violencia para fines políticos; ¡ay, ay, qué lío es todo!». O «Miguel»: «Ahora ya pueden ganar la moción de censura, ¡y olé!». O «Kenet» en el de ‘‘Público’’: «Yo pensaba que había sido Polonia la oveja negra de la UE, pero al final España puede ser mucho peor». O «Xurxo Ventos»: «Más cargos electos encarcelados por ejercer la política. ¿Pero es que nadie se da cuenta de lo que está pasando? Ay, ¡qué dirá de esto la Historia, cuando pase por fin la sombra alargada del ferrolano aquel..!»

Sería iluso pensar a estas alturas que estas reflexiones son mayoritarias entre la opinión pública estatal, pero los mensajes críticos –decenas y decenas en esta ocasión– sí evidenciaban que con el encarcelamiento de la alcaldesa el Estado español ha roto otro límite, otro techo, para seguir haciendo el hara-kiri a su «democracia» en Euskal Herria. Y que sus ciudadanos lo ven. Primero se inventó una Ley de Partidos que entrampaba cualquier pretensión de presentarse como un Estado de Derecho homologable. Ahora, cinco años después, ni la Ley sirve; sólo la trampa. Y hasta a los más «progres» les toca presentar como acciones heróicas la toma de Lizartza con 27 votos (y muchos ertzainas), el control del Consistorio de Ondarroa (aunque sea con mando a distancia y haya que expulsar del partido hasta al ex alcalde), la izada de la española en Bilbo (con nocturnidad y alevosía) y, ahora, el proyecto de reconquista de Arrasate. ‘‘El País’’ ya anunciaba ayer que todavía están a medio camino: «Galparsoro no podrá ser sustituida por los suplentes de su candidatura, aunque ANV no perderá la moción de censura». Y todo ello con un fiscal y un juez como ejecutores. Es lo que da de sí la democracia española.

Si tras la Ley va la trampa, tras la trampa va la chapuza. Informes policiales ad hoc que llegan tarde al despacho del juez, carreras para registrar el Ayuntamiento en busca de simples actas municipales, teorías alambicadas sobre el desdoblamiento en dos de una misma persona... Nada nuevo. La chapuza acompaña a España cada vez que rompe su propio techo. En chapuza, sangrienta y tétrica, acabaron los GAL. En la chapuza del festival de Las Ventas se agotó el crédito del «espíritu de Ermua». En chapuza repetida una y otra vez han desembocado los intentos de acabar con ETA a plazo fijo («en cuatro años», dijo Mayor Oreja, como luego Rubalcaba, antes de ir a sentarse ambos a una mesa de diálogo). En chapuza han derivado las tan cacareadas «mociones éticas». Y chapuza mayor es la decisión de mandar a Galparsoro entre rejas, tras no poder quitarle ni la vara de mando ni las ideas.

Hay un término que Garzón viene usando con reiteración en sus autos y que lo resume todo. Ya habló de «contumaz rebeldía» cuando encarceló a Pernando Barrena y Patxi Urrutia por dar una charla. Y ahora imputa «voluntad rebelde» a Ino Galparsoro. Pese a su situación, los tres lo habrán leído con satisfacción, porque la rebeldía, eso que Garzón pinta con tintes peyorativos, siempre ha sido un valor positivo en Euskal Herria. Y contra esa rebeldía que tan incomprensible les resulta no valen las leyes, tampoco las trampas, y menos aún chapuzas tan evidentes.

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