CRíTICA cine
«Iron Man»
Mikel INSAUSTI
La Marvel no podía empezar su andadura cinematográfica con mejor pie, demostrando que en esa casa entienden el cómic como nadie, y ahora también al dar con la manera en que ha de ser llevado a la pantalla para no traicionar su origen. Esta vez el habitual cameo del patriarca de la viñeta Stan Lee cobra más sentido que nunca, porque con «Iron Man» la película de superhéroes encuentra su verdadero camino, basado en un trabajo de muchos años que ya empieza a dar sus frutos de futuro, gracias a las nuevas técnicas de efectos por ordenador.
Estamos ante el estreno que ha venido a poner las cosas en su sitio, justo en el momento en el que el subgénero parecía sufrir una crisis, mediatizada por renombrados autores que le estaban confiriendo un toque sombrío y psicológico a través de las principales franquicias. «Iron Man» rompe definitivamente con esa tendencia oscura, al recuperar el concepto genuino de adaptación de cara al logro de un espectáculo total, capaz de conjugar la brillantez de la narrativa de acción con una intencionalidad crítica tan certera como el potencial armamentístico exhibido. Uno de los aspectos que más se ha venido experimentado, a mi modo de ver sin éxito, es el del desdoblamiento de personalidad. Los resultados tal vez no hayan sido convincentes hasta la fecha debido a que se ponía demasiado énfasis en el fenómeno de la transformación, por el cual una persona de carne y hueso acababa convirtiéndose en un ser mitológico dotado de poderes sobrehumanos.
Por primera vez «Iron Man» presenta al superhéroe hecho a sí mismo, el único que puede ser creíble desde su nacimiento mismo. No es casualidad que este nuevo mito humano surja en el interior de una cueva, que viene a representar el útero materno. Es un ingeniero en cautiverio el que se crea su propia armadura, partiendo de unos medios escasos y con un esfuerzo titánico. La colosal creación no procede, por tanto, de la fuerza misma, sino de las debilidades y necesidades de su inventor, incluso me atrevería a decir que de su parte femenina. La ambigüedad que define al personaje, políticamente incorrecto donde los haya por su reorientación ideológica contraria a las tesis gubernamentales de los EEUU, la plasma ese genio de la interpretación que es Robert Downey Jr., consiguiendo una caracterización que supera todas las conocidas de superhéroes. Y a ello ayuda mucho el que bajo el traje del Hombre de Hierro se esconda un tipo nada ejemplar, un alma solitaria que se entiende mejor con su fiel robot-herramienta que con sus semejantes, corruptos ellos.
Y si el protagonista es lo máximo, qué no decir de su oponente, un gigantesco Jeff Bridges con el cráneo rasurado, que no le va a la zaga como villano de la era Bush. Dentro de la adecuación de la figura heroica a los frentes abiertos hoy por el imperialismo norteamericano, sin descartar las consecuencias morales de tales actos genocidas, hay una reflexión sobre el desarrollo tecnológico y su control por parte de las autoridades.
La parte neurálgica de «Iron Man» está ocupada por las escenas en el laboratorio, las cuales ponen al día muy inteligentemente el espíritu de las viejas películas de serie B sobre científicos locos, al ser presentada la figura central como la de un iluminado en medio de la desigual correlación de fuerzas entre las grandes corporaciones multinacionales y los países pobres. El plano final es una plena reafirmación de identidad contestataria, tan contundente como la canción «Iron Man» de Black Sabbath.
Dirección: Jon Favreau.
Actores: Robert Downey Jr., Gwyneth Paltrow, Terrence Howard.
País: EEUU, 2008. Género: Fantástico. Duración: 135 m.