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Ellen Goodaman Periodista estadounidense

Útero SA

Ya todos tenemos un cuento sobre un trabajo relocalizado más allá de nuestro alcance en la economía global. Mi preferido es sobre el editor californiano que contrató a dos periodistas en la India para cubrir un reportaje del gobierno de la ciudad de Pasadena. ¡De verdad!

Hay veces también que la relocalización de los puestos de trabajo adquiere un sentido bastante literal. Así, cuando el trabajo del que estamos hablando es, bien, el parto.

En los últimos meses hemos tenido un semillero de cuentos internacionales sobre madres de alquiler. Centenares de parejas cruzan las fronteras en búsqueda de vías poco costosas para aumentar la familia. A su vez, hay un nuevo círculo de trabajadoras internacionales que están gestando para ganarse la vida. Muchos de los cuentos sobre la globalización de la producción de niños empiezan en la India, donde el gobierno parece considerarlo, literalmente, como una industria creciente. En la pequeña ciudad de Anand, apodada «la cuna del mundo», 45 mujeres están recientemente ingresadas en la clínica local. Por la producción y entrega de un niño ganarán de 5.000 a 7.000 dólares, el valor equivalente al salario de una década de las mujeres en la India rural.

Pero incluso en Estados Unidos algunas mujeres, incluidas esposas de miembros del Ejército, complementan su renta mediante el alquiler contractual de sus úteros. Ellas se han convertido en madres de alquiler para parejas ricachonas de países europeos que prohíben esta práctica.

Esta globalización de la producción de niños proviene de la intersección peculiar de una gran tecnología reproductiva con una fuerza de trabajo de baja tecnología. El negocio de la biotecnología se creó en el mismo caldo de cultivo que la niña Luoise, la primera niña fertilizada in vitro. Pero desde entonces hemos visto la concepción relocalizada de óvulos y esperma de los donantes. Hemos dividido la maternidad en sus partes desde la madre genética a la madre de gestación pasando por la madre de nacimiento y ahora por la madre alquilada.

También hemos visto el crecimiento de una economía internacional. Esperma congelado vuela de un continente a otro. Y los pacientes se han convertido en turistas médicos, que buscan una atención sanitaria más barata, que puede consistir en una cadera nueva en Tailandia o en un tratamiento intrauterino en Sudáfrica que se ofrece junto a un safari fotográfico por el mismo precio. Entonces ¿por qué no alquilar un útero extranjero?

La infertilidad no es cosa de broma. El deseo primario de tener un niño subyace a esta empresa transnacional uterina. De una parte, parejas que eligen el alquiler de úteros quieren un niño con, al menos, la mitad de sus propios genes. De otra parte, las madres de alquiler, que raramente son implantadas con sus propios óvulos, pueden creer que el bebé que portan y entregan no es realmente suyo.

Como una mujer dijo, «nosotras les damos el bebé y ellos nos dan el dinero que tanto necesitamos. Es bueno para ambas partes». Una madre de alquiler de Anand empleó el dinero para pagar una operación de corazón para su hijo. Otra elevó la dote para su hija. Y después de hablar de la «explotación» de la mujer preñada, consideremos su alternativa en Anand: un trabajo machacante en una fábrica de vidrio por 25 dólares al mes.

Sin embargo, hay -y debería haber- algo inquietante en el enfoque del libre mercado en la producción de niños. Es más fácil aceptar a las madres de alquiler cuando es un regalo que una mujer hace a otra. Pero raramente vemos a una mujer rica convertirse en una madre de alquiler para una familia pobre. En realidad, en los países del tercer mundo, algunas mujeres firman estos contratos con una huella digital porque son analfabetas. Además, no tenemos aún cuentos sobre contratos de trabajadoras para las cuales el embarazo fue una ocupación peligrosa, pero los tendremos. ¿Qué obligación tiene hacia la madre de alquiler una familia que simplemente la contrató para fabricar un niño? ¿Qué control tienen -o deberían tener- los contratantes sobre las vidas de sus «empleadas» mientras están incubando a «sus» hijos? ¿Qué explicaremos a estas criaturas sobre este comercio internacional?

«Las fronteras nacionales están cayendo», dice el bioético Lori Andrews, «pero no podemos parar las emociones humanas. Estamos ensanchando familias y no tenemos ni los términos para digerir el acuerdo».

Es la comercialización que es perturbadora. Hay algunas cosas que no podemos venderlas no importa lo bueno que sea «el acuerdo». No podemos, por ejemplo, vendernos como esclavos. No podemos vender a nuestros hijos. Pero el negocio de las madres de alquiler está peligrosamente cerca de ambos tratos. Y el alquiler internacional de madres inclina la balanza.

De manera que estas fronteras que estamos cruzando no son solamente geográficas. También son éticas. Actualmente la economía global empuja a cada uno a la búsqueda del trato más barato como si se tratara del simple bien común. Pero en la investigación biológica la humanidad es sacrificada a la economía y la persona se convierte en un producto. Y, paso a paso, llegamos a un lugar desconcertante en nuestro viejo cuento. Se llama mercado.

(Traducción de Daniel Raventós)

© www.sinpermiso.info

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