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De aquel Mayo del 68 a este Mayo de 2008, lecturas de la historia, luchas del presente

La radiografía de 1968 retrata un año intenso como pocos, en el que las esperanzas de cambio y las embestidas del orden establecido libraron un crudo combate. 1968 es el año en que matan a Martin Luther King, el año en que la Administración Johnson asiste a un desgaste imparable provocado por una juventud desgreñada y minifaldera que muestra su rechazo a la Guerra de Vietnam. El Mayo francés sólo puede entenderse en ese contexto de agitación histórica, en el que las propuestas de liberación se suceden unas tras otras, en el ámbito social, político, sindical, sexual... aunque en su contra marchen gobiernos enteros, los estamentos más conservadores de la sociedad y hasta los tanques soviéticos en el agosto de Praga. El 40 aniversario de la revuelta francesa sirve estos días para hacer balance. Y el mero hecho de que una sociedad reflexione sobre las bondades y desventajas de un fenómeno de rebeldía popular es el mejor signo de que nos encontramos ante un episodio político relevante. La maquinaria mediática de Nicolas Sarkozy ha tratado de hacer bueno el mensaje electoral del hoy presidente, que invitó a enterrar, a olvidar Mayo del 68. Las tribunas mediáticas de la derecha gobernante tratan de encerrar bajo siete llaves la herencia del Mayo francés y, superados ya los complejos, miran a las revueltas que saltaron de Nanterre a la Sorbona, para encender después la mayor huelga obrera, como si fueran el paradigma del mal. La lectura que hacen las nuevas élites conservadoras de Mayo del 68 es, sin duda, excesiva, y con su tremendismo interpretativo sólo se equiparan a aquel gaullismo que respondió de forma tan desproporcionada al brote contestatario.

Sin embargo, tampoco la lectura que se alimenta de la nostalgia hace gran favor al pensamiento renovador que impregnó aquella primavera de hace cuarenta años. Desde posiciones ciertamente acomodadas, algunos de los más mediáticos protagonistas de las imágenes del Mayo francés tratan de encerrar en el calendario el sentido de aquella movilización ciudadana. El contexto atraparía, según esa lectura individual, la enseñanza del movimiento estudiantil y obrero y se convertiría en barrera infranqueable para quienes puedan percibir aquellas jornadas de guerrilla urbana y reivindicación sin límites como un referente, siquiera en el plano de las ideas, para desenmascarar las nuevas formas de autoritarismo que oprimen al mundo en el siglo XXI.

Los adoquines

Conquistas obreras, avances en la liberación de la mujer, evolución del modelo educativo, vorágine creadora... son algunos de los logros que, de forma bastante generalizada, se atribuyen hoy a Mayo del 68. Sin embargo, uno de los aspectos que más cambió tras aquellos días de combate urbano fue el lugar atribuido a la sociedad en el modelo de organización política. Mayo marca la transformación de la calle en espacio de expresión preferente para los colectivos ciudadanos. Sobre los adoquines de Mayo se sustentó un modo nuevo de entender la acción política, hasta entonces recluida en espacios cerrados, ya en las instituciones, ya en los centros de trabajo de los que se nutrían los apoyos de las fuerzas de izquierda transformadora. La calle abre puertas y pasa a ser un espejo al que miran los gobiernos, que en décadas sucesivas, y hasta hoy mismo, verán cómo las demandas más diversas se apropian del asfalto.

La política liberticida que encarna Nicolas Sarkozy no ha sido capaz de arrebatar la calle a quienes aún se atreven a combatir por los sueños. Desde las calles se da respuesta hoy a las reformas que tienen como piedra angular la reducción de los servicios públicos y la erosión del llamado estado del bienestar. La degradación democrática, la omnipresencia policial, la acumulación de poder por las élites económicas, el oligopolio de los medios de comunicación son parte de la receta sarkozysta y fuente de nuevas formas de rebeldía, como la hora de silencio desarrollada, también en Baiona, para denunciar la política de «caza al inmigrante sin papeles» que lleva a cabo el Gobierno de la República.

Mayo de 2008 en Euskal Herria. Nuevo hito en la larga carrera contra la razón de un pueblo. En vísperas de la jornada del Primero de Mayo, un gobierno del PSOE, por medio del brazo ejecutor de un tribunal especial que juzga a quienes denuncian la tortura y la dispersión, encarcela a la alcaldesa de Arrasate. El auto de prisión de Ino Galparsoro sepulta los derechos democráticos y también expresa el derrumbe de la fachada ética con la que se ha tratado de vender el asalto a la voluntad popular orquestado por PNV y PSOE con sus mociones.

Todos los partidos, salvo el PSOE y el PP, muestran su rechazo al atropello. Sin embargo, el lamento del PNV no casa bien con la carga de la Ertzaintza en Arrasate la misma tarde en que Garzón firmaba el auto de encarcelamiento de una persona que lleva sirviendo desde hace dos décadas a su pueblo. Y de nuevo los adoquines fueron ayer testigos del rechazo al autoritarismo y de la voluntad popular de abrir paso, con el bagaje de muchos mayos de lucha, a un cambio político con mayúsculas.

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