Mira OBERMAN

Pedersen vive en la pequeña ciudad de Bedford, al norte de Indiana -Estado en el que ayer tuvo lugar una disputada primaria entre Hillary Clinton y Barack Obama- y suele acudir al club de veteranos local y apuesta en las carreras.

A las gentes del terruño les gusta la caza y la pesca y frecuentan la iglesia. Desde hace décadas, siempre eligen a los republicanos para que les representen en Washington.

Pero tras el cierre de fábricas, el alza del precio de los carburantes y el elevado número de jóvenes que desempeñan su segunda o tercera misión bajo la bandera de las barras y las estrellas en Irak, las cosas parece que pueden cambiar.

Pedersen tenía la intención de votar ayer a Obama y espera hacer lo mismo en las elecciones generales de noviembre. Y ni el escándalo que despertaron las incendiarias declaraciones de Jeremiah Wright, el antiguo pastor del senador de Illinois, ni su relativa inexperiencia parece que le inquieten.

Sus preocupaciones son simples: «La guerra, que suba el precio de la gasolina, que también suba el precio de los alimentos,... todos los empleos que se van al extranjero», enumera.

Pero aunque Halfdan Pedersen apuesta por Obama, Hillary Clinton tiene generalmente más tirón entre los electores blancos de la clase obrera, que le han ayudado a imponerse en estados como Ohio y Pennsylvania.

Y las posibilidades de la ex primera dama podrían remontar si consigue un buen resultado en Indiana, un Estado predominantemente rural pero que también ha sido duramente golpeado por la desindustrialización y en el que no se han impuesto los demócratas desde el año 1964.

El talento para la retórica de Obama encuentra menos eco en una población poco cualificada, que se acerca más a la «popular» Hillary Clinton. Sin contar con el empuje económico que vivió el país durante el mandato de su marido Bill ocupa un lugar destacado en la balanza, según analiza Marjorie Hershey, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Indiana.

Pero, teniendo en cuenta la presión económica que padecen las capas más desfavorecidas pero también la clase media y el nivel general de insatisfacción hacia la Administración Bush, los dos aspirantes demócratas están bien situados para captar el voto de electores socialmente conservadores.

«Durante los años de Reagan muchos de estos grupos no padecieron el retroceso económico y cuestiones sociales como el aborto les alejaban de los demócratas», pero, en estos momentos, «la economía hace que estos temas se hayan convertido en menos importantes para ellos», explica Hershey.

La cuestión, por tanto, estriba en saber si los demócratas llegarán a seducir a una franja lo suficientemente importante del electorado como para batir al candidato republicano, John McCain, que goza de una gran popularidad por su estatus de «héroe» de la guerra de Vietnam.

Reticentes al cambio

Theron Wright, vendedor en un establecimiento de alimentación, forma parte de aquellos a los que nada puede convencer para que voten a Clinton u Obama. Ni siquiera le ha afectado el escándalo del pastor Wright, ya que considera que «únicamente lo han empleado para aparecer en la prensa».

Lo que inquieta a Wright, según explica mientras se toma una cerveza en el club de veteranos de Bedford, es el mensaje de correo electrónico que ha recibido y en el que se acusa a Obama de ser musulmán y de haber prestado juramento sobre el Corán. «Es un buen orador, pero no me inspira confianza», dice, mientras le da vueltas a la cabeza intentando convencerse de que se trata de un falso rumor.

«No creo que este país esté suficientemente preparado para tener un presidente negro. Y tampoco pienso que esté preparado para tener a una mujer en la Presidencia», añade categórico Wright.