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Raimundo Fitero

Habituales

No creo que exista ningún comentarista deportivo que se equivoque más que J.J. Santos cuando llega a sus labios un partido como el que el pasado miércoles nos deparó Tele 5, consiguiendo un récord de audiencia, demostrando que en todas las guerras hay quienes sacan provecho y esta cadena está siendo la más beneficiada en la llamada «guerra del fútbol» entre La Sexta y Prisa. El partido tuvo su morbo, pero la locución, como siempre estuvo por encima de la lógica de errores, con un Benito Floro que sigue siendo un maestro de la obviedad. El resultado penoso para unos, exultante para otros. Pero J.J. Santos es malo de solemnidad, tanto que gracias a su impericia estuvo a punto de privar a sus telespectadores de las imágenes más buscadas: el famoso pasillo del Barça a los campeones. En fin, los errores habituales, de los habituales en la televisión.

Una de nuestras habituales en pantalla es Massiel, por ejemplo, que anda echando espuma por la boca debido a que alguien ha dejado caer que su triunfo en Eurovisión en los tiempos del franquismo más fraguista estuvo apañado. Y eso es así. Se supo entonces, se ha sabido después y ahora empiezan algunos a confirmarlo. No sé exactamente cómo, cuándo, cuánto, pero los trapicheos eran normales. El régimen era la mismísima corrupción, y los entes públicos de otros países lo que querían era vender series. Y así se compraban (y se compran) voluntades y puntos. Está como muy indignada, acusa a La Sexta de cosas extrañas, se pone muy flamenquita. Tiene muy mal beber. Y mucha necesidad de salir en las pantallas, haciendo lo que sea. Es un vicio.

Algo así me transmite una señora jueza que aparece en los platós de ETB-1, con su discurso político tan ensamblado en las corrientes más actuales de la justicia practicada a la medida de los intereses políticos coyunturales, de la aplicación de las leyes para que sirvan a los partidos hegemónicos y que se pone muy nerviosa cuando alguien le contradice aunque pretenda mostrar equilibrio, equidistancia y rigor. Es una habitual. Y sus opiniones son las habituales, las que gustan a quienes la contratan. Por eso sale tanto, por eso le gusta tanto salir.

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