Ekaitz Lotina Arana Familiar de Fernando Etxegarai
Han secuestrado a «Pinki»
Pinki ha sacado a la palestra la dureza que entraña la lucha que los presos mantienen a diario, sus inquietudes, sus sentimientos, sus pensamientos, sus convicciones y, por qué no, también sus temores
Se han llevado a Fernando Etxegarai. Nos han robado a Pinki. Aunque a estas alturas pocos se han sorprendido con la noticia, el secuestro de Pinki es una de esas noticias que aunque esperadas, no por ello son menos sangrantes. Es algo que él mismo ha ido advirtiendo al decir «no se por cuanto tiempo podré estar por aquí».
Vaya por delante que hace ya mucho tiempo que aprendí a diferenciar entre lo justo y lo «legal». Hace mucho tiempo que no creo nada que provenga de esa oficialmente autodenominada «justicia». Me viene a la mente cómo preguntaba irónicamente Evaristo hace casi tres décadas: «¿Por qué vuestra justicia necesita estar escrita? ¿Por qué nos obligáis a no discutirla? ¿Por qué vuestra justicia necesita de la fuerza? ¿Por qué no sois capaces de convencer?». Pues en mi opinión está bastante claro: porque esa justicia no es verdadera; porque esa justicia está podrida; porque esa justicia sólo sirve a quienes tienen la firme determinación de acabar con todo lo que huela a disidencia; porque esa justicia no es «Justicia».
El caso de Pinki no es sino un ejemplo más de ello. Un ejemplo aún más doloroso, teniendo en cuenta que hablamos de alguien a quien se le concede la libertad tras pasar casi veintiún años en cárceles del Estado español, y a quien, tras cuatro meses en libertad, se le detiene para devolverlo al lugar que el Estado ofrece a todo aquel que no comulgue con sus ideas. En este caso, además, se han pasado su justicia por el mismísimo arco del triunfo. Algo a lo que nos tienen acostumbrados, pero que ahora cuenta con una nueva modalidad.
Hace un par de semanas tuvimos la ocasión de comer con Pinki en un paraje cercano a las faldas de Anboto. Estuvimos mirando a la gran mole rocosa y él mostraba su sorpresa al no identificar dicho monte desde aquella perspectiva. Estuvimos admirando la belleza del lugar e incluso por un momento dio la sensación de que Mari salía de su cueva y en forma de neblina saludaba la presencia de Pinki. Quedó pendiente un paseo por el cresterío que une Alluitz y Anboto. Parece que habrá que esperar un poco, pero estoy seguro de que daremos una vuelta por allí... y por muchos sitios más.
Han sido cuatro meses los que le han «permitido» estar en la calle. Un periodo breve, más aún si lo comparamos con los veintiún años que ha pasado entre rejas. Pero creo que ha sido un periodo intenso. Pinki ha podido disfrutar del apoyo y del cariño que tanta gente le ha mostrado; del afecto y del respeto que conocidos y desconocidos, de su ideología y de otras, le han mostrado. También la solidaridad que desde distintos puntos de Euskal Herria le han hecho llegar.
Pinki ha sacado a la palestra la dureza que entraña la lucha que los presos mantienen a diario, sus inquietudes, sus sentimientos, sus pensamientos, sus convicciones y, por qué no, también sus temores.
Ha podido volver a conocer Euskal Herria, lugares con los que ha quedado sorprendido. Ha conocido los carnavales de Ituren y Zubieta, ha paseado por Baztan... y por un montón de sitios más. Ha conocido ese metro de Bilbao que tanta curiosidad le producía, ha podido ver a chavales jugando a fútbol en la playa, ha podido volver a dar paseos en bote, aunque alguna vez hayan tenido que volver remando.
Pinki ha podido comprobar de primera mano cómo se las gastan esos autómatas vestidos de rojo y negro, que cuando él fue encarcelado, allá por 1987, algunos todavía creían que podían ser algo parecido a una Policía del pueblo. Fernando ha recordado, que nunca fueron grandes masas de gente las que afrontaron las luchas, las grandes masas eran las que se iban uniendo cuando la cosa tenía mejor pinta. Ha podido demostrar que a base de interés y conciencia se puede pasar de chapurrear euskara a hablarlo perfectamente y a utilizarlo en todas las ocasiones en las que sea posible. Bejondeizula!
Ha podido abrazar de nuevo en la calle a sus hijas, Kaitana y Maddi, que sólo contaban con uno y dos años cuando fue encarcelado.
Pinki ha podido despedirse de Jabi Atxulo. Incluso tiene el mérito de haberle arrancado grandes sonrisas, aunque hayan sido casi las últimas con las que hemos podido disfrutar. Y estoy seguro de que desde su estrella, Jabi mira orgulloso la dignidad con la que «Pinki» está afrontando esta dura situación.
Hoy Pinki está en la cárcel de Basauri; pasado mañana ya veremos. Pero una cosa sí tenemos clara: iremos a mostrarle nuestro apoyo y cariño allá donde esté. Cogeremos coche, autobús, avión, bote o goitibera si hace falta, pero allí estaremos... aunque sea en turnos de 45 minutos.
Amaitzeko, bai Pinkiri eta bai bere senide eta lagunei, mezu argia: eutsi goiari!