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De Sartaguda a Arrasate y La Moncloa, 72 años de viaje a ninguna parte de PSOE y PNV

En el llanto de hijos, sobrinos, nietas de los fusilados en 1936 se condensaban ayer en Sartaguda vidas enteras de sufrimiento olvidado y pisoteado, más de siete décadas de resignación impuesta por los vencedores, un sinfín de tragedias familiares que hasta ahora ni siquiera han tenido el bálsamo del reconocimiento. Ha habido que esperar 72 años para que la localidad navarra más masacrada por el golpe de Estado fascista -allá donde se perpetró un genocidio planificado para exterminar la sensibilidad de izquierda, republicana y abertzale- inaugure un Parque de la Memoria que es más, mucho más, que un mero mausoleo en recuerdo de una historia más o menos lejana.

Eso lo sabe perfectamente UPN y todo el conglomerado de poderes fácticos de la derecha navarra, que han dado la espalda de forma muy evidente a esta masiva inauguración. Su actitud es la prueba más palpable de que este Parque trasciende el carácter de homenaje a las víctimas del «Alzamiento» y de recuerdo de las cunetas, donde acabaron más de 3.000 «rojos» sólo en Nafarroa. UPN sabe perfectamente que hay un fino hilo conductor que no se ha interrumpido entre 1936 y 2008.

En Sartaguda se dieron cita ayer, juntos pero no revueltos, personas que se identifican como socialistas, republicanas, comunistas, abertzales o anarquistas. Una amalgama similar a la que el 15 de junio de 1936, sólo un mes antes del golpe de Estado, formaba el Frente Popular Navarro. Este bloque que pidió aquel día a las autoridades estatales que «no desamparen a las izquierdas navarras, no dejando otra posibilidad para Navarra que la del Estatuto aislado, en lucha con unas derecha crecidas en su poderío; y, al contrario, procuren facilitar la entrada de Navarra en el Estatuto vasco, proporcionando una mayor comunidad de fuerzas de izquierda y de afanes de democratización social».

Como se ve, la batalla central se entablaba en torno al conflicto irresuelto de la territorialidad, como ahora. Y encerraba un conflicto entre retroceso y progreso, entre derecha e izquierda, entre pasado y futuro, también como ahora. Por eso UPN huye del Parque de la Memoria.

José Ramón Martínez Benito e Ino Galparsoro

Pero no todo es equiparable. Pese a las imágenes más o menos conjuntas del día de ayer, en la fotografía hay agentes políticos que aparecen «movidos» después de la larga travesía del desierto franquista.

En el caso del PSOE, ni siquiera hay que salir de Sartaguda para comprobarlo. José Ramón Martínez Benito, el primer edil elegido por el pueblo y uno de los impulsores más decididos de este Parque, ha sido expulsado del partido por no renunciar al apoyo de la izquierda abertzale y dar la Alcaldía en bandeja a UPN. Difícilmente Martínez Benito podía cambiar de chaqueta en una localidad como Sartaguda, en la que siete décadas no bastan para borrar historias como la de su predecesor en 1936, Eustaquio Mangado, un albañil de la UGT de 57 años de edad, con ocho hijos, al que se llevaron de casa el 14 de agosto para matarlo en la vecina Lodosa.

Ese PSOE en el que hoy día ya no caben gentes como Martínez Benito es el mismo partido que ha promovido también la expulsión del cargo, por las bravas, de otra alcaldesa: a Ino Galparsoro, de la izquierda abertzale, le ha quitado la vara de mando para ponerle los grilletes. Martínez Benito y Galparsoro no piensan lo mismo, pero tienen cosas en común, como no olvidar de dónde vienen y haber mantenido sus convicciones por encima de amenazas. Y otra no menos importante: gozar del apoyo, cariño y solidaridad de sus vecinos, algo de lo que muchos otros alcaldes no pueden presumir. Sartaguda se lo mostró ayer a su primera edil; y Arrasate, el jueves a su alcaldesa, en la jornada de huelga general.

Las mociones, munición para Garzón

Si la posición de la dirección del PSOE ha dado un vuelco respecto a aquella de 1936, el seguidismo mostrado por el PNV hace que los jeltzales se deslicen por el mismo tobogán sin final aparente a la vista. Ni el revelador encarcelamiento de Galparsoro tras el fiasco de la moción de Arrasate ha hecho que los jeltzales cambien de actitud. Tampoco lo ha logrado la confesión de Garzón en su último auto, en el que el juez da a las famosas mociones un carácter meramente instrumental, de cebo para criminalizar a ANV y quitarle alcaldías (tras leer el auto, ¿seguirá alegando el PNV que el encarcelamiento fue sólo una «garzonada»?). Y, puestos ya a enfangarse hasta las cachas, a PNV, PSOE e incluso EB no les ha importado ir tras el PP y terminar votando con él en el Parlamento de Gasteiz para establecer que ANV no puede gobernar ayuntamientos. Qué lejos queda Sartaguda...

El PNV actúa codo con codo con el PSOE en un momento en que no tiene más oferta que suplicar un acuerdo a Zapatero. Para ello, y tras la confirmación de que será recibido en La Moncloa casi en el último minuto de la primera fase de su «hoja de ruta», Ibarretxe no ha tenido mejor idea que tratar de reflotar parte de las conversaciones de Loiola, en un intento de encandilar a la opinión pública vasca que asistió ilusionada al inicio de aquel diálogo multipartito. Pero, vista la práctica diaria de PNV y PSOE, no hay motivo alguno para pensar que ese punto vaya a ser un paso hacia el imprescindible cambio político, sino otra vuelta inútil más en torno al mismo esquema de siempre.

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