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Raimundo Fitero

Post Chikilicuatre

El mundo de la canción ligera tiene un punto de inflexión en la noche del veinticuatro de mayo del año dos mil ocho de la era cristiana. Eurovisión se momifica en sí misma. Ahora son los países emergentes del petróleo y el gas siberiano quienes pueden interesarse en que esos miles de millones de televidentes se conviertan en consumidores de sus productos, que sean turistas que vayan a beber wodzka, a comer gulash, a bailar con las bragas o los calzoncillos de seda en la mano. Nunca ha sido otra cosa este festival. La geo estrategia es militar y comercial, si es que existe alguna diferencia entre ambas cuestiones.

Ahora, en nuestro entorno mediático, una vez vistos los «points» resulta que todos se han convertido al anti Chiki Chiki. Es más, los más moderados le acusan de ser un producto de mercado que va a ganar mucho dinero. Y es exactamente esta crítica el máximo elogio, porque fenómenos tan paupérrimos estéticamente solamente se entienden como el gran festín del consumismo barato, del todo a cien, de la impostura, de los cuerpos gloriosos, especialmente de mujeres, aunque tampoco estaban mal los chicos, en términos generales. Es decir que si usted ve en todas las fiestas a alguien disfrazado de Rodolfo Chikilicuatre, con su guitarrita y su tupé, fíjese en todas las bodas, porque va a ver clónicos de la cantante ukraniana, de la griega, del ruso o del bosnio. Quiere decirse que si unos son frikis de guardarropía, una teatralización, yo diría que crítica, de un mundo creado de la nada y que a nada conduce, los otros son los apóstoles de la moda global, disfrazados con ropa de marca, es decir, a mi entender, muy alienados y alienantes.

En una taberna, con bocatas, cervezas y agua, mucha agua, en el exterior, la tele puesta en el acontecimiento, sucediéndose países y cantantes y de repente, todos a ver el Chiki Chiki, y entonces empecé a comprender que aquello, en aquel contexto era inviable, que nadie podía entender lo cutre, el que una bailarina se cayera, que el actor-cantante, cante mal y poco, que la música sea de bajo nivel. Pero allí estuvo y Uribarri se encumbró como profeta. Entramos en la era post Chikilicuatre. A otro negocio.

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