Análisis | Ola de violencia xenófoba
Los problemas de la actual Sudáfrica
El pasado 25 de mayo era una fecha con gran significado para las fuerzas del panafricanismo, ese día se conmemoraba el aniversario de la formación de la Organización de la Unión Africana, antecesora de la actual Unión Africana. Y ese símbolo ha coincidido en el tiempo con la última serie de ataques de carácter xenófobo que se han sucedido en diferentes ciudades de Sudáfrica.
Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
La ola de ataques racistas desatada hace dos semanas en Johannesburgo ha evidenciado, según el autor, el auge de la xenofobia entre la población más desfavorecida de Sudáfrica, que fue la que acogió a los recién llegados, y el importante déficit estructural que afronta el país.
Los defensores de la idea panafricana en su sentido más progresista han alzado sus voces para repudiar estos acontecimientos, que como bien señala un dirigente del Congreso Nacional Africano (ANC) «es una trágica contradicción que el pueblo sudafricano, o partes del mismo, se lance a estos ataques contra conciudadanos de otros países, ahora refugiados en nuestro país, pero que en los años más difíciles del apartheid supieron dar su apoyo a la lucha del ANC y del pueblo de Sudáfrica».
El rechazo de las fuerzas progresistas sudafricanas no se ha hecho esperar y ha movilizado a sus bases para poner freno a los ataques contra inmigrantes africanos. «Somos parte integral de África, y nuestro destino está intrínsecamente ligado al de nuestros vecinos del continente». Al mismo tiempo, esos mismos actores no han dudado en realizar una seria reflexión, crítica y autocrítica, de la situación interna del país y de las organizaciones que sustentan al actual Gobierno.
Los ataques contra comunidades de emigrantes de otros países africanos no es algo nuevo en la Sudáfrica posterior al apartheid. En 1994 algunas bandas lanzaron la campaña «buyelekhaya» (que se vayan a casa), haciendo responsables de la ola de asaltos sexuales, crímenes y desempleo a los inmigrantes.
Desde entonces algunos sectores no han cesado de advertir del auge xenófobo en algunos sectores de la población más desfavorecida de Sudáfrica. En esta década uno de los colectivos que más ha sufrido los ataques es el de la población somalí, al que en los últimos tiempos se han sumado las bolsas de refugiados de Zimbabwe.
Es importante destacar también el papel de algunos medios de comunicación que desde hace tiempo tachan el fenómeno de la inmigración de «ilegal, OVNI o extraterrestres», presentando a esas comunidades como «el otro» y, en muchas ocasiones, como «criminales». De la agresión e insulto verbal se ha pasado, esta vez, a una campaña de ataques más graves y al grito de «makwerekwere» (término despectivo para denominar al extranjero africano) se ha desatado la violencia.
Las imágenes de las «luchas entre pobres» son la afirmación del importante déficit estructural que afronta Sudáfrica, que tras la heroica lucha para acabar con el tiránico régimen del apartheid no ha sabido o no ha podido culminar la transformación que la mayoría de la sociedad demanda.
El giro post-apartheid de la década de los 90 supuso, además, una puerta entreabierta para muchas personas de los estados vecinos, que veían con esperanza que el cambio sudafricano podía también significar, en cierta manera, mejores posibilidades para sus propias vidas. Sin embargo las presiones internacionales, materializadas por los programas del FMI y otros organismos, han sido incapaces de corregir la alta tasa de paro (que aumenta sin cesar), y han erosionado la capacidad del Gobierno para desarrollar los avances necesarios en sanidad, educación, alimentación o acceso a los servicios básicos como agua o electricidad.
La crisis ha afectado a toda la región, y ésta se ha visto incrementada con los acontecimientos de Zimbabwe. Además, ya dentro de Sudáfrica, han sido las comunidades más pobres las que han tenido que acoger a los recién llegados, al tiempo que el capital local y extranjero maniobraba con la situación, «regionalizando la mano de obra», y llevando a los inmigrantes a trabajar en condiciones cercanas al esclavismo.
Los logros también se han visto obstaculizados por una política de corrupción y desmovilización de buena parte del ANC. Algunos sectores no han dudado en aplicar el proyecto de alianza entre «sectores del capital global y local, la pequeña burguesía negra emergente y algunos cuadros políticos incrustados en la Administración del Estado». Para algunos sectores comprometidos con el cambio real, la situación se asemeja a una clara «desmovilización de las fuerzas del ANC y la colonización del mismo por parte de estructuras estatales».
Tampoco hay que olvidar a quienes señalan que detrás de todo esto confluyen también intereses políticos muy marcados, ya que las elecciones de 2009 son un objetivo para los diferentes sectores que buscan su acomodo a la sombra del poder. Esos sectores no habrían dudado en explotar las frustraciones de los sectores más pobres de la sociedad y al mismo tiempo desacreditar al Gobierno de ANC, fomentando incluso las divisiones en el seno de esta organización sudafricana. Hay quien señala que la actual situación guarda cierta similitud con los acontecimientos y maniobras que tuvieron lugar a comienzos de la década de los noventa.
A principios de mayo tuvo lugar en Sudáfrica la Cumbre de la Alianza, que reunió al ANC, el Partido Comunista Sudafricano (SACP), el Congreso de Sindicatos de Sudáfrica (COSATU) y la Organización Cívica Nacional Sudafricana (SANCO), y donde se fijaron los principales retos para poder profundizar en los cambios requeridos. El aumento de los precios (alimentos, combustible...); el alto nivel de desempleo, pobreza y desigualdad; las carencias en sanidad, educación y seguridad; la crisis eléctrica; las elecciones del 2009 y la situación de Zimbabwe han sido los ejes sobre los que ha girado la cumbre y a los que, según los participantes, urge dar una respuesta inmediata.
Esos sectores de la sociedad sudafricana se han comprometido a reconstruir las estructuras fallidas del ANC, combatir la corrupción y las políticas de influencias y acabar con los movimientos xenófobos.
Todos ellos son conscientes de que el giro hacia el cambio que supuso el fin del apartheid en Sudáfrica puede quedarse en papel mojado si no se le acompaña de medidas y políticas que trasformen las condiciones de la mayor parte de la sociedad, y la bomba de relojería que puede convertirse la realidad sudafricana, si termina por explotar, alcanzaría con su onda expansiva a buena parte de los estados del continente africano.