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Asier Blas Profesor de la UPV-EHU

¡Oooh Italia...! ¡Porca miseria!

Ni radicales, ni centro- izquierdas ni gaitas liberales, todos amén. Estigmatizar y criminalizar colectivos por acciones individuales sólo por el hecho de ser extranjeros, pobres, tener una cultura diferente y/o pertenecer a otra etnia El centro-izquierda italiano durante su corta etapa de Gobierno ha gobernado el país con políticas de claro corte derechista y populista, haciendo dejadez de los mínimos exigibles a una posición progresista y liberal en términos políticos

Como bien dice el refrán, quien siembra vientos recoge tempestades. El centro-izquierda italiano durante su corta etapa de Gobierno ha gobernado el país con políticas de claro corte derechista y populista, haciendo dejadez de los mínimos exigibles a una posición progresista y liberal en términos políticos.

Fue en noviembre de 2007 cuando empezaron en Italia a organizarse las primeras cacerías y agresiones masivas contra los gitanos rom originarios de Europa del Este. Al parecer, un miembro de un asentamiento gitano cometió un crimen y a partir de ahí comenzaron las cacerías contra todo romaní que se moviese en los alrededores de Roma.

La reacción del Gobierno italiano fue vergonzosa. El que por entonces era alcalde de Roma y secretario general y líder del Partido Democrático de centro-izquierda (sic), Walter Veltroni, reclamó a Prodi medidas inmediatas contra los inmigrantes que se agolpaban en los asentamientos de chabolas. Las declaraciones de Veltroni, en referencia a los gitanos rumanos, incluían frases que enamoraron a la ultraderecha italiana: «El 75% de las detenciones afectan a los rumanos»; «no son inmigrantes que vienen a buscarse la vida, tienen como característica la criminalidad»...

Ante tantas presiones, Romano Prodi lideró con urgencia un decreto para ampliar a los ciudadanos comunitarios los supuestos que, hasta entonces, permitían expulsar a los extracomunitarios y para conceder plenos poderes a la Policía.

Los únicos que mostraron su oposición fueron los dirigentes de Rifondazione Comunista. El resto estaba maravillado con la estrategia del castigo colectivo para el delito individual. Ni radicales, ni centro-izquierdas ni gaitas liberales, todos amén. Estigmatizar y criminalizar colectivos por acciones individuales sólo por el hecho de ser extranjeros, pobres, tener una cultura diferente y/o pertenecer a otra etnia. Prueba de ello es que nadie quiso reparar en que la detención del culpable del crimen fue gracias a la denuncia realizada por un compatriota de éste que pertenecía al mismo asentamiento gitano.

Pero ahora nadie quiere acordarse de estos acontecimientos anteriores, tampoco de que el Gobierno progre anterior rehusó solicitar la subvención que la Unión Europea facilita para impulsar la integración económica y social del pueblo gitano. No, no. Simplemente, ahora es el momento de verter toda la mala leche sobre el extravagante, corrupto y ultraderechista Silvio Berlusconi. Y no es para menos, en una Italia putrefacta, en la que el crimen organizado está introducido en todos los resortes del poder y que se ha dedicado a liderar la persecución contra los gitanos en los suburbios de las ciudades, a los gobernantes italianos (coalición entre Berlusconi, Lega Nord y los neofascistas de Fini reconvertidos a populares europeos) no se les ha ocurrido otra cosa que aprobar un decreto que convierte la inmigración ilegal en delito. Decisión que antaño sólo podría ser propuesta por opciones ultraderechistas del estilo de Le Pen, pero que ahora ha colonizado la práctica de gran parte de gobiernos de derecha y algunos de centro-izquierda.

Fascinante, el 70% de los habitantes del país de la Cosa Nostra, la Mafia y la Camorra están de acuerdo con las repatriaciones y medidas tomadas por este Gobierno pseudo-fascista. Triste hipocresía la de aquellos que identifican el problema de inseguridad ciudadana de un país con 150.000 gitanos del Este que se han instalado en los suburbios de sus ciudades. Y por ello lo que se lleva en Italia es la caza del gitano; preferiblemente de origen rumano, albano o de la ex Yugoslavia. Muchos de ellos refugiados de guerra, estos sí de tercera o cuarta categoría para la ONU, el Tribunal de La Haya y cualquier otra instancia que pretenda mostrarse concernida por la ciudadanía de la ex Yugoslavia afectada por diferentes guerras.

En está última ocasión, la gota que colmó el vaso, se defienden los promotores y/o defensores del progromo contra los gitanos, fue el intento de una joven rumana por secuestrar a un bebé en Nápoles; acto seguido vino la respuesta con linchamientos y chabolas incendiadas. El Parlamento Europeo ha condenado los hechos. No está mal por una vez, aunque demasiado a menudo suele callar e incluso apoyar leyes restrictivas de derechos para inmigrantes. En Rumanía, en cambio, la preocupación principal es desvincularse y diferenciarse de los gitanos rumanos. Incluso se les culpa de mancillar el prestigio del país, sin reparar en el trato que se le dispensa en Rumanía a éstos. Los gitanos rumanos fueron esclavos hasta el siglo XIX, pero no por dejar de serlo han conseguido posteriormente un trato igualitario y no discriminatorio por parte de las instituciones y la sociedad rumana.

Y finalmente, todo esto ocurre mientras se silencia otra realidad de estos asentamientos gitanos, esa realidad en la que hay irrupciones nocturnas, redadas indiscriminadas, malos tratos de la Policía y niños gitanos que desaparecen en la nada. Pero Veltroni y sus camaradas callan.

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