José Miguel Arrugaeta Historiador
El nuevo conflicto global
Desde el final de la Guerra Fría el mundo ha vivido un periodo de casi dos décadas de transición marcado por una gran diversidad de conflictos y enfrentamientos de todo tipo, que los especialistas y los grandes medios nos han vendido con etiquetas diversas como dictadores sanguinarios, limpiezas étnicas, guerra contra el terrorismo, choque de civilizaciones y otras del mismo estilo. Sin embargo estas calificaciones e interpretaciones resultan en mi opinión claramente unilaterales e insuficientes para entender, al menos de manera básica, la época que nos ha tocado vivir. Por eso hoy voy a dejarme llevar por esa obsesión, deformación profesional propia de historiadores, de caracterizar lo esencial de un periodo histórico, que viene a ser algo así como construir la base donde ir montando las múltiples y variadas piezas de un puzle, que son los acontecimientos diarios, para que éstas encajen con cierta lógica y nos permitan ver la panorámica general.
Lo primero que hay que constatar es que se han producido variaciones fundamentales en aquel imperialismo mundial que definiera Lenin de manera magistral y sintética en su libro «El Imperialismo: Fase superior del Capitalismo», y parece haber pasado a un segundo plano eso de repartirse el mundo, demostrar la hegemonía y controlar los mercados y las finanzas, por la sencilla razón de que un selecto grupo de países y el capital multinacional tienen todos estos asuntos bastante controlados y si hay conflicto siempre llegan a un arreglo, o lo dirimen en enfrentamientos colaterales, pues sencillamente es impensable en la actualidad una guerra abierta entre potencias, que sería sin más el final del género humano.
Así, lo que caracterizó al sistema mundial a lo largo del siglo XX ha ido adquiriendo en estos últimos veinte años nuevas facetas, de las que yo resaltaría por su importancia las siguientes: Lo primero es que vivimos en un mundo definitivamente globalizado, donde todos los elementos guardan un alto nivel de interrelación. La economía, los cambios climáticos, la tecnología y las comunicaciones han convertido al planeta Tierra verdaderamente en una aldea global e indivisible para todos sus habitantes, o sea que aquella frase de que el mundo es un pañuelo se ha convertido en una realidad permanente.
Lo segundo es que en esta especie de patria común, y como si fuera por definición, ni todos somos iguales ni todos tenemos las mismas oportunidades. Las riquezas materiales, de servicios, tecnologías, alimentos, cultura y otros elementos básicos del desarrollo humano están muy injustamente repartidos. Esto es bastante fácil de apreciar con la geografía en la mano: hay una enorme y creciente barrera que separa a un Norte desarrollado y consumista en extremo y a un Sur superexplotado y sobrepoblado. Pero voy un poco más lejos, pues ni tan siquiera la geografía es actualmente una frontera cierta en sí misma y podemos encontrar esta muy desigual distribución de la riqueza repetida y aplicada en cada región, país o zona del mundo; es decir, que hay, cada vez más, un Sur que vive en el Norte y un Norte que habita en el Sur. Y ustedes pensarán que esto de la injusticia social no es precisamente nuevo, lo cual es cierto, por lo que me permito añadirles que este estado de cosas ha adquirido a estas alturas un carácter totalmente insostenible, al unirse a la tercera característica esencial de esta nueva época, que es sencillamente que el modelo de desarrollo económico y social, o sea el capitalismo de consumo, ya sólo pone el acento en las cosas materiales, el beneficio a corto plazo y un consumo irracional de objetos y bienes.
Esta forma de medir el éxito y los niveles de desarrollo y bienestar se han convertido en un modelo único a imitar que conlleva un despilfarro creciente de todos los recursos naturales con que contamos, léase agua, energía de cualquier tipo, alimentos, minerales estratégicos... Y si ustedes relacionan esto con que la población mundial ha llegado a cifras más que respetables, y que grandes y muy poblados países han comenzado a entrar de lleno en eso del desarrollo, que conduce al final a un consumo a ultranza (India, China, Rusia, Brasil, México...), la consecuencia lógica es que no alcanza para todos y que, además, aunque con muy diversas responsabilidades y participaciones, estamos modificando nuestro medio ambiente de manera sumamente peligrosa, de lo cual no se salva nadie, e incluso, según muchas y cualificadas opiniones, andamos rayando en lo irreversible.
Si a todo lo anterior le añaden además que estamos entrando de manera evidente en una crisis económica, que tiene todas las características de un agotamiento propio del sistema económico de desarrollo capitalista (lo que Marx definió muy acertadamente como crisis estructural de ciclo largo), que puede alcanzar incalculables consecuencias sociales a nivel mundial, a corto y medio plazo, de las cuales tampoco se va a salvar nadie por la globalidad del sistema que les he descrito, pues realmente la cosa no pinta nada bien.
Y para que se den cuenta cabal de a qué me refiero, si yo les hago una reducción extrema de toda la población mundial a una simple aldea de 100 habitantes tendríamos las siguientes cifras: 57 serían asiáticos, 21 europeos, 14 del continente americano y 8 africanos; de éstos sólo 30 serían blancos y apenas la misma cantidad cristianos; 6 personas (sí, han leído bien, seis) serían dueñas del 59% de todas las riquezas y unas 75 vivirían en condiciones de pobreza; además habría 70 analfabetos y 50 desnutridos; uno solo gozaría de un título universitario; y les ahorro los datos de los niños para no amargarles en día. Así que ustedes que saben leen y escribir, que tienen un techo, comen todos los días, se abrigan y pueden tener algún dinerillo ahorrado pertenecerían a esos 25 de la aldea que se puede considerar que tienen una vida más o menos decente.
Mantener este injusto e inhumano estado de cosas y garantizar los recursos naturales para que continúe el insostenible modelo de consumo -de ese 25% de la humanidad-, lo cual conlleva obligatoriamente a la exclusión definitiva y permanente del futuro para el otro 75% de la población mundial, es la esencia del nuevo conflicto global al que ya estamos asistiendo.
Cualquier zona, región o país del Tercer Mundo que posea recursos energéticos o naturales apreciables, agua limpia y utilizable, pueda producir alimentos en grandes cantidades, tenga alta proporción de población emigrante... es potencialmente de interés para el grupo de países altamente desarrollados y las elites de poder, y sus centros pensantes los incluyen ya sin disimulos en los elásticos conceptos de «seguridad nacional»; si además coincide que en algunos de estos mismos lugares hay fuerzas políticas o sociales, gobiernos y tendencias de pensamiento que reivindican, aunque sea desde una diversidad de corrientes y alternativas, la apropiación y uso de sus recursos naturales para el desarrollo nacional, programas de justicia social y popular (equidad social, salud, educación) o, simplemente, la ampliación de su soberanía y su derecho al desarrollo, esos países o regiones pasan automáticamente a ser lugares de conflicto, presentes o futuros. Los gringos, que son una maravilla en esto de simplificar, acaban de caracterizar estos tiempos en su nuevo Manual de Operaciones del Ejército como una «era de conflictos persistentes». Sencillo de entender, ¿verdad?
Los ejemplos son tan fáciles como que forman parte de las noticias nuestras de cada día: Tíbet, Irak, Darfur, los cambios en América Latina (el movimiento autonomista de las poderosas oligarquías locales bolivianas, la renacida IV Flota norteamericana para el subcontinente...), el acoso a Irán, la guerra de Chad... Todos estos conflictos y acontecimientos tienen algunos de los componentes que les he descrito, y consecuentemente la intervención de agencias de inteligencia, financiamientos, ONG o, directamente, tropas con planes de intervención estratégica de las potencias imperialistas, o emergentes, predominantes en cada lugar. Sin agotar tema tan complejo en el breve espacio de un artículo, tomen estas reflexiones como simple herramienta para poder comprender, interpretar y calcular la avalancha de noticias, informaciones y mentiras con que nos bombardean cada día, pues en estos tiempos aparentemente confusos resulta básico y elemental entender el mundo en que vivimos con un pensamiento propio, que nos haga libres e independientes de verdad, y podamos construirnos una actitud consciente y activa a favor de la justicia y de la libertad de los pueblos, esa misma libertad que reclamamos para nosotros mismos.
Eso sí, una advertencia: no sean extremos a la hora de aplicar modelos para interpretar, y mucho menos éste que les ofrezco; piensen siempre que, al tiempo que se está produciendo ya este nuevo conflicto global en diferentes frentes, en todos los lugares hay también actores y fuerzas locales con sus propias razones, lógicas y legitimidades; y deben tenerlo muy en cuenta pues las aspiraciones de pueblos y grupos humanos son muchas veces difíciles de manipular, y es lo que convierte a cada situación y conflicto en algo particular e irrepetible.