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El mundo de la moda despide al diseñador Yves Saint-Laurent

«Sin elegancia de corazón no hay elegancia», decía el modisto Yves Saint-Laurent, aclamado en vida como mucho más que un dios de la moda y quien, recién exhalado su último suspiro, es ensalzado por colegas y admiradores de todo el mundo.

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Lola LOSCOS | PARÍS

Pocas horas después de su muerte en la noche del pasado domingo, tras luchar desde hace un año contra un tumor cerebral, los medios franceses se han convertido en una recopilación de memorias, bocetos, diseños, fotografías y opiniones del gran modisto.

Desde los diarios de la mañana, que lograron en el último momento transformar su portada para rendir homenaje al artista internacional, a las emisoras y televisiones, estos días se habla el idioma Saint-Laurent por todas partes, y por todas partes se expande su concepción de la vida, del amor y de la belleza femenina, que él consideraba profunda, como su arte para vestirla y desvestirla. El diseñador apostó por la igualdad de hombres y mujeres, con su estrategia de ofrecer a la indumentaria masculina toda su feminidad y capacidad seductora.

Sus restos mortales serán honrados el jueves en la iglesia de San Roque de París.

Artista genial y fragilísimo, de sensibilidad tan refinada que para soportar la existencia recurrió a un sinfín de sustancias más o menos prohibidas, lamentaba, decía, «sólo una cosa: no haber inventado el jean».

Había algo también que Yves Saint-Laurent «odiaba» con especial ahínco: «la moda», con su absurda tiranía de tendencias bianuales, para las temporadas de invierno y de verano, la moda que siempre «pasa», en detrimento del estilo, que el genial YSL consideraba «eterno». Podía ser la moda tan perniciosa que, prevenía YSL, «las mujeres que la siguen de demasiado cerca corren el gran peligro de perder su naturaleza profunda, su estilo, su elegancia natural».

Saint Laurent presentaba en cierta forma cada seis meses la misma y eterna colección, algo particularmente notorio en sus últimos años al frente de la casa de costura, creada en 1962 junto con su amigo Pierre Bergé. En cada desfile, los mismos valores infalibles garantes de elegancia: la inusitada mezcla de colores que sólo él sabía reunir, las nuevas declinaciones de su esmoquin de gala, del estampado pantera, del traje pantalón o de sus faldas generalmente hasta la rodilla, y, por supuesto, de su cazadora, de su mítica sahariana o de sus osados vestidos de noche. «Quería que todo el mundo comprendiese que mi concepto del vestir es intemporal y tardé veinte años en probarlo», escribió en 1982, un año antes de ser solicitado por el Metropolitan de Nueva York para mostrar sus creaciones y ser el primer modisto que exponía sus obras en un museo.

Las mismas que hasta el último momento, en enero de 2002, cuando decidió dejar sus pinceles, gustaba presentar al viejo estilo, lentamente, con cada modelo numerado y anunciado sobre el podium, y con María Callas presente.

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