CRíTICA | Cine
«Bab'Aziz»
Mikel INSAUSTI
Lo que plantea Nacer Khemir en «Bab'Aziz» es a todas luces una idealización de la cultura islámica pero que parece más que justificada como forma de contrarrestar la demonización que está padeciendo el mundo musulmán por parte de los líderes de Occidente. Al escoger la filosofía sufí, propone una vuelta a la esencia esotérica de una religión en la actualidad presa del fanatismo extremista, que viene a ser como si un cristianomarxista reivindica a los místicos para romper con la dicta- dura eclesiástica del Vaticano. Y en esa dirección, no es de extrañar que el último largometraje del nada prolífico cineasta tunecino recuerde a «Las mil y una noches» de Pasolini, a lo que ha de contribuir en algo el hecho de que el italiano Tonino Guerra haya colaborado en la escritura del guión, que, fiel a la narrativa tradicional árabe, es una sucesión de cuentos que se entrelazan unos con otros.
De Nacer Khemir conocíamos su premiada cinta «Los balizadores del desierto», realizada más de veinte años antes que «Bab'Aziz», tiempo suficiente para que el tratamiento de la cuestión árabe haya cambiado profundamente. Entonces el en- foque era más social, con la historia del maestro destinado a un pueblo del Magreb perdido en medio del desierto, y que, en vez de enseñar, aprende de la sabiduría de unas gentes curtidas en la supervivencia. En la nueva película, el tema sigue siendo el del conocimiento dentro del Islam, aunque huyendo de la presión política externa para refugiarse en una dimensión atemporal. Si no fuera porque, de vez en cuando, entra en escena algún personaje montado en una motocicleta, el espectador nunca sabría en que época está ambientada la narración.
«Bab'Aziz» es una fascinante experiencia sensorial, con ese poder hipnótico que tiene la danza del sama, en la que los derviches giran sobre si mismos eternamente, con una mano alzada señalando al cielo y la otra bajada en dirección a la tierra. Ellos no se marean y alcanzan el trance, pero quien les observa atentamente, sí. La energía que desprenden de su movimiento circular, siguiendo la órbita de los planetas, crea una especie de vértigo, de perdida del sentido del equilibrio. Desafían la gravedad y hacen que la mente se abra al vacío, a una percepción cósmica. La ropa blanca que visten se inspira en la mortaja, en cuanto preparación para la muerte. Una imagen que conecta en la película con la de los djinns, que moran entre sus tumbas. Ante tan perturbador espectáculo, el viejo sabio ciego consuela a su atemorizada nieta con la siguiente sentencia sufí: «No hay que temer a lo que viene al final de la vida, si es un paso a lo que hubo antes del principio». El anciano derviche le había dicho antes a la niña que su agujero en el mentón es la marca del ángel, resultado del dedo que selló su boca al nacer, abarcando desde la barbilla a la nariz, para que se olvidara de todo el conocimiento universal adquirido en el útero materno.
La infinita belleza de las imágenes de «Bab'Aziz» es el resultado de una conjunción armónica de elementos, todos ellos muy básicos. Las líneas curvas de las dunas se confunden con la poesía de unos rostros luminosos, en especial el de la adorable Ishtar. Los palacios bajo la arena o en el fondo de un pozo, las mezquitas entre palmeras, las ciudades desaparecidas con casas de barro, son espejismos que crean una atmósfera de ensueño. Y los músicos sufíes, llegados desde Túnez y Persia, tocando y cantando a la luz de las hogueras, cautivan de principio a fin.
Dirección: Nacer Khemir. Guión: N. Khemir y T. Guerra. Producción: Cyriac Auriol y Ali-Reza Shojanoori. Intérpretes: Parviz Shahinkhou, Maryam Hamid, Nessim Khaloul, Mohamed Grayaa, Golshifteh Farahani, Hossein Panahi. País: Túnez-Irán. Año: 2005. Duración: 98 minutos.