Escribe el presidente del Euzkadi Buru Batzar, Iñigo Urkullu, en el acta de su última reunión (secreta, dicen) con el PSE, que a Jesús Egiguren no le tembló el pulso al asegurar que los de Zapatero no tienen nada que dialogar con el PNV «mientras no esté Batasuna» y que, en cualquier circunstancia, tampoco volverán sobre los términos tratados en las fracasadas reuniones del santuario de Loiola. Todo está, pues, muy claro. Tampoco hacía falta leer ni ésa ni ninguna otra acta para conocer lo que realmente está ocurriendo aquí. Pero nunca está de más que aparezcan nuevas pruebas.

El chasco de Urkullu es fácil de entender. De un lado, el dirigente del PSE -delegado del presidente español para un eventual proceso de normalización y paz- reconoce que la interlocución jelkide es del todo insuficiente para abordar un proceso resolutivo y que, como si quisiera parafrasear a Telesforo, sin hablar con el campanero es del todo inútil merendar con el arzobispo. Si de lo que se trata es de que callen las campanas, claro. Los observadores internacionales que apoyaron el mencionado proceso debieron de llegar a esa misma conclusión, según se desprende de las actas de las reuniones posteriores a Loiola desarrolladas en varios países europeos -secretas éstas también-.

Y, además, el portavoz de Zapatero deja a la vista de todos la verdad desnuda: el Gobierno español nunca tuvo la menor intención de suscribir y menos aún cumplir los términos negociados en Loiola y que el propio Ukullu -edecán entonces de Josu Jon Imaz- contribuyó a deslavar en el pozo de la inconcreción.

El resumen no puede ser más inquietante para un partido -el de Urkullu- cebado al calor del poder delegado: el PSOE ha creído llegado el momento de sustituirle en la pedanía y, además, le señala como el cómplice necesario de la gran estafa que urdieron en el santuario de Azpeitia.

Alguien podría pensar que Madrid, como Roma, no paga a traidores.