Maite SOROA
Sigue el culebrón de Federico
Ahora que le han condenado, Federico Jiménez Losantos está probando la hiel del abandono de los amigos y los moratones de la tunda que le están zurrando los enemigos. Ayer «El País» se cebaba un poco.
Constataba el editorialista que «la condena judicial del periodista de la Cope Federico Jiménez Losantos por un delito continuado de injurias graves con publicidad contra el alcalde de Madrid incide sobre tres asuntos de interés público: los límites a la libertad de información y expresión, la teoría de la conspiración sobre el 11-M y el papel de la emisora propiedad de la Iglesia». Cosa grave parece.
Sienta cátedra el de Prisa: «La libertad de expresión y de información es muy amplia, pero tiene límites. El primero es el de la veracidad. El amparo que la Constitución ofrece a informaciones y opiniones requiere que no se basen en falsedades o al menos que haya habido un intento diligente de verificación. Losantos no respetó ese límite cuando acusó reiteradamente a Alberto Ruiz-Gallardón de propugnar que no se investigara el 11-M y que ese crimen que causó 191 víctimas quedara impune». ¡Ay si contáramos aquí la sarta de trolas diaria que destilan los medios españoles cuando de Euskal Herria se trata!
Lo que viene a decir es que Federico quiso acollonar o castigar a Gallardón y que «Esta actitud intimidatoria del periodista se proyecta sobre el presente, dada la voluntad expresada por el presidente del PP, Mariano Rajoy, tras las últimas elecciones, de mantener su independencia frente a presiones mediáticas, en referencia transparente a Losantos y otros influyentes comunicadores. Resulta por ello un magno ejemplo de distorsión interesada de la realidad que algunos de esos comunicadores, como el director de «El Mundo», consideren que la condena de su colega establece un precedente disuasorio para los periodistas que se atrevan a criticar al poder. Más bien al contrario, la sentencia está llamada a servir de freno a la utilización impune, con el pretexto de la libertad de expresión, del poder intimidatorio de ciertos medios para coaccionar a personas públicas». De acuerdo, pero que sirva para todos los casos. Y en «El País» también cuecen habas... y a calderadas.