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Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía y crítico literario

De la «Q» a la «i»

Tengo entendido , aunque la verdad es que de estas cosas al menos no entiendo nada, que la calidad (Q) ya está lograda, ahora le toca el turno a la innovación (i). Vamos, que de aquí a unos pocos años, o meses, a este país no lo va a conocer ni Dios. Ya las primeras muestras de estas innovaciones que hacen que los cambios y transformaciones dejen boquiabierto a todo quisque no hay quién las entienda, parece que han comenzado a asomar: así, en los recientes exámenes de la selectividad, los encargados de poner el examen (desde luego poca complicación tiene la cosa teniendo en cuenta además que, al menos en el caso de la Filosofía, el programa -y el mecanismo a la hora de examinar- data de más de una veintena de años) dejaron boquiabiertos, en primer lugar, a los alumnos que no podían creer lo que veían sus ojillos: tanto los que habían elegido Filosofía como los que habían optado por Historia fliparon en colorines al ver que se les preguntaban cosas que no habían estudiado, pero no por vagancia, sino porque sus profesores les habían indicado que no era necesario, pues teniendo en cuenta la mecánica del examen podían esquivar algunos temas. Así ni los alumnos ni sus padres ni sus profesores entienden nada de nada, quizá sea debido a que todavía no han entrado en los gloriosos pagos de la innovación (en este caso sorpresiva). La cosa tiene su cosa, y al menos dos cosillas sí que quisiera yo decir sobre la cosa.

Por una parte, por parte de quienes nos gobiernan se da una concepción muy particular de la relación entre las palabras y las cosas; recuerdan en cierto sentido a aquello que dijese Austin -refiriéndose a los enunciados performativos- de «hacer cosas con palabras», y me explico. Se lanzan campañas repetitivas (puro marketing) por tierra, mar y aire, acerca de lo que se ha de lograr, y parece que con repetir dichas palabras se logra lo que en principio anuncian. Calidad, pues nada, se pone en marcha una serie de hojitas en las que se repite bobadica tras bobadica, obviedad tras obviedad y a triunfar: conseguida la Q como quien recibe la bandera azul para las playas de su pueblo como muestra de que son de confianza para el baño, etc. Al común de los mortales, dejo de lado las mentes preclaras de los iluminados que nos iluminan con su aura hasta el deslumbre, parece claro que no por repetir las palabras se hacen las cosas.

Mas no queda ahí la cosa, las mentes pensantes -y organizantes ad nauseam- de todo este tipo de engendros no se cansan y no dejan de parir, completando los aspectos anteriormente señalados con una visión plenamente en consonancia con los tiempos que corren (qué digo corren, vuelan); tiempos de lo virtual, de lo inmaterial. Así, del mismo modo, que en nuestro hoy se oferta carne sin carne, bebidas alcohólicas sin alcohol, café sin cafeína y así, los del Jaurlaritza proponen consulta sin consulta (sin previsión -al menos anunciada- de un posible «plan B»), ecología -desarrollo sostenible- sin reparar en tirar montes para hacer un tren que va a pasar muy rápido -como un AVE- y que va a servir al transporte público y popular lo que yo te diga; levantan pilares y remueven tierras para hacer cinturones de circunvalación, periféricos o vaya usted a saber; optan -sin contrastar con otras propuestas menos dañinas con la naturaleza y seriamente argumentadas- por alzar incineradoras para que se tiñan los campos -y sus pobladores- de cenicita, que hace como muy lindo; con hiperactividad compulsiva se disponen a destruir acantilados con un valor ecológico innegable, o dejan funcionar canteras a pesar de que ello suponga poner en riesgo destacadas huellas del pasado de los seres humanos del país; repetición, un día sí y el otro también, de que se ha de dejar expresar las opiniones al pueblo, sin dejar ellos -en cuestiones de suma importancia para el futuro de la tierra- que se oigan las voces discordantes de su monólogo desarrollista, hegemonizado por el comando hormigón (es de justicia subrayar que en todos los proyectos de estas grandes obras cuentan con el apoyo no sólo de los constructores y empresarios de todo pelaje sino también de sus oponentes parlamentarios. «A un panal de rica miel...»).

Así las cosas, desde luego, poneos a temblar, malditos, ya que van a tener razón: de aquí a unos años este país no lo conoce ni Dios, ni su madre... habrán puesto todo patas arriba, habrán removido todos los montes habidos y por haber, habrán derribado el país, lisa y llanamente. Son tiempos de innovación para no perder el tren del progreso, ¿o es que queréis volver a la edad de piedra que decía -cuando el intento de imposición de la central nuclear de Lemoiz- el siempre ocurrente Xabier Arzalluz?; el que no se apunte a ello quedará sepultado por el sentido de la historia, o quizá por la tierra que remueven los innovadores.

«Lo que resulta más chocante es el aplomo de estas bravas gentes, su seguridad en la estupidez y el permanecer aferradas a ella» (Flaubert).

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