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Crónica | Procesión en Portugalete

La Virgen de la Guía paseó por la ría y la calle Coscojales fue un hervidero

Portugalete vivió ayer la que para muchos y muchas es la mejor fiesta, la más entrañable, la de la Virgen de la Guía. En la mejor tradición jarrillera, la imagen históricamente venerada por las gentes de la mar fue sacada de su hornacina en el mercado de Abastos para ser paseada por La Canilla, antes de embarcar en el «Villa de Portugalete» ría abajo.

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Kepa PETRALANDA

Se sabe que con anterioridad al siglo XVIII muchos marinos bautizaron sus embarcaciones con su nombre y en el citado siglo, en el entorno de Los Hoyos, una ermita estaba dedicada a la advocación de la Virgen de la Guía. Su primitivo emplazamiento a principios del pasado siglo fue el lavadero de la calle Coscojales y, tras la guerra, la talla volvió al mercado de abastos, en cuya hornacina se había mantenido desde 1915.

Ayer, en su pedestal, a hombros de cuatro veteranos del grupo de danzas Berriztasuna, la virgen volvió a ser trasladada por La Canilla hasta el embarcadero. Apenas medio metro de altura, tocada de azul con una capa que apenas permite ver su rostro -«panpina bat», expresó con buena lógica una cría a su paso- ,el recorrido fue seguido por cientos de vecinos, de riguroso blanco y azul marino, y animado por dantzaris, txistularis y músicos de Portugalete.

Ya en la proa de un repleto ``Villa de Portugalete'', flanqueda por el ``Euskal Herria'' y otras pequeñas embarcaciones, así como la de Salvamento Marítimo, la procesión marítima inició el descenso de este tramo final de la ría del Ibaizabal, para virar a la altura de Santurtzi y volver al embarcadero jarrillero.

Desde allí, de nuevo en alegre y nada solemne procesión, la comitiva se dirigió hasta la plaza de abastos, para volver a depositar la talla en su lugar privilegiado.

Aficionados al «morapio»

Pero la fiesta había empezado mucho antes y acabó -seguro que para algunos todavía no habrá terminado-, bien entrada la madrugada. El Monasterio de Santa Clara fue escenario de la tempranera misa en honor a la virgen y a las 9.00 fue cuando se lanzó el txupin y se realizó el tradicional izado de dominguines en la misma calle en la que vivieron, la calle Coscojales, según reza la auténtica historia portugaluja.

Domingo y Dominga fueron «muy aficionados al morapio, por lo cual eran la chacota del pueblo», refiere Miguel Ángel Marín. «En esta fiesta se vestían sus mejores galas, siendo invitados a tomar txikitos hasta que los efectos del morapio los sumía en los sueños del Dios Baco, siendo la diversión de la fiesta».

También ayer, durante la impresionante bajada, los muñecos que rememoran a Domingo y Dominga fueron volteados, aunque no fueron éstos los únicos. Ya para primera hora de la tarde se notaban los efectos de un fiesta que cuenta con otra característica propia; la sopa boba o sopa de ajo que se ofrece a mediodía al objeto de «espabilar los estómagos de la carga ingerida», aunque con resultados dispares, tal y como se pudo observar en la calle.

Durante todo el día hubo también concurso de trajes típicos, así como rallye fotográfico. Se celebraron, asimismo, actividades deportivas, como pelota, barrenadores y soka-tira, y lo gastronómico tuvo su manifestación más destacada en el 4º Concurso de Marmitako que se celebró en la Rantxeria.

La fiesta también se vistió de teatro infantil con la obra ``Birusak erasoan'' y hubo un hueco para los gigantes y cabezudos.

Además, en el programa estaba previsto la actuación de coros en torno a la canción portugaluja, con participación del Orfeón Elai-Alai, las corales Pleamar y y Santa María y Barbis Taldea, y zanpanzar a cargo de Simón Otxandategi.

 

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