Las películas de género lo tienen muy difícil en Argentina, ya que las producciones que allí se hacen están consagradas al cine de autor, gracias al prestigio internacional alcanzado en los festivales. La producción de terror no existe, por lo que Sergio Esquinazi ha tenido que moverse en un mercado underground de habla inglesa, hasta que por fin ha conseguido reunir fondos en su país. Por eso hay que ver esta película con los ojos de quien descubre una verdadera rareza, volcada de lleno hacia la creación fantástica salida prácticamente de la nada. La película se rodó en la localidad de Pinamar, rebautizada en la ficción como Villar Mar. Fuera de temporada la localidad tiene, sin embargo, un aspecto desolador, que es el que inspiró a Esquinazi para su thriller terrorífico. El arranque es voyeurista, a lo «Ventana indiscreta», con un joven en cura de reposo mental que se recupera de un tratamiento psiquiátrico, y que observa extraños movimientos en una casa abandonada.