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San Fermín no quiere corsé

Fede DE LOS RÍOS

Lo que hace unos años no hubiese pasado de un mal chiste es lo que hoy constituye la fiesta. Dice la señora dueña del cortijo que los organismos populares, entre ellos las peñas, pretenden quedarse con un espacio público para su goce particular. Se basa en el informe de la concejala móvil pero segura Ana Elizalde, a la que le tocó en suerte una de las veinte plazas del aparcamiento de la Plaza del Castillo adjudicadas por el Ayuntamiento. En dicho informe colaboró la arqueóloga y concejala de Cultura Paz Prieto. La culta Paz determinó que nada nuevo aportaban los más de 400 actos programados por la chusma en la Taconera. Ella, desviviéndose en aumentar el acervo cultural de la vieja Iruña, logró traer a su primo el cultísimo Álvaro de Marichalar -el de la moto de agua- como conferenciante por tan sólo 3.100 euros. Un acto que le honrará siempre.

Tres mujeres tres, como las hijas de Elena, preparadas por la Universidad de Opus Dei, que por lo que se ve imprime carácter. Tres cilicios dispuestos a macerar nuestros cuerpos sustrayéndonos de cualquier goce libertino. No cejan. El pueblo debe divertir su mirada con actos que el poder determine convenientes. Nos quieren meros espectadores de sus penosas ocurrencias. Panem et circenses para el vulgo.

No contentos con dictaminar nuestras horas de trabajo, de no-vida, también quieren dictar nuestro ocio. Los que viven de nuestro tiempo trabajo no pueden entender que queramos autodeterminarnos en lo lúdico. Quieren adueñarse de nuestra vida entera.

Quienes hicieron especiales las fiestas de Iruñea fueron las peñas y la participación del pueblo. Sin dirigismos institucionales. El espacio de la fiesta será siempre un espacio de subversión donde toda autoridad está de más. Sé que es difícil que lo entiendan las limitadas cabezas de UPN que, como derecha caciquil, se comportan rechazando lo que ignoran.

Diviértanse ustedes como mejor les venga en gana, vayan a misa, bailen en alpargata jugando a lo popular o jueguen al golf; pero, por Dios, olvídense de nosotros nueve días al año. No es pedir mucho.

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