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Europa, la exquisitamente hipócrita

La Unión Europea compatibiliza esta política criminal con la firma y proclamación de todos los textos habidos y por haber donde se defiendan los derechos humanos

El 5 de junio los ministros de Interior europeos elaboraron el borrador de un abominable texto: medidas para librar a sus respectivas ciudadanías de la insoportable plaga de los extranjeros indocumentados. El día 18 de junio la muy noble y poderosa Eurocámara aprobó, con puntos y comas, la infumable propuesta de los veintisiete superpolis. De aquí a dos años, cuando la recién aprobada normativa entre en vigor, la suerte de toda esta chusma de intrusos estará echada. Quienes deambulen por las estancias palaciegas europeas sin los correspondientes permisos serán arrojados desde las almenas del castillo.

La Unión Europea es un conglomerado de gentes e historias esplendorosas. Heredera de las culturas griega y romana. Centro neurálgico de la cristiandad. Protagonista de cruzadas para librar a Occidente de sarracenos y otomanos. Cuna de las lenguas más utilizadas en el planeta. Manantial donde brotó el renacimiento de las ciencias y las artes. Inventora de técnicas navegatorias que le permitieron conquistar nuevos mundos. Madre de la Ilustración y de la democracia asentada en la libertad, igualdad y fraternidad de todas las personas. Instauradora del nuevo modelo de estado basado en la separación de poderes. Germen de la revolución industrial y también del socialismo revolucionario. Continente rico en esencias y en opulencias; que sus muchos afanes y sacrificios le dan derecho a poseer incontables riquezas y pingües beneficios ¿Cómo no proteger tantos tesoros de las miradas tristes y suplicantes que se asoman por nuestras ventanas? A un continente tan lúcido bien se le podía ocurrir la simple idea de compartir lo que ha robado y de utilizar sus incontables recursos en la promoción de un mundo más igualitario. Pero las medidas recién aprobadas no apuntan en esa dirección. Los flamantes eurodiputados han optado por otra solución: convertir a los emigrantes indocumentados en delincuentes. Invitarles a que «voluntariamente» se marchen. Si no aceptan tan «gentil invitación», privarlos de libertad durante 18 meses. Y luego reubicarlos en el ancho mundo de sus miserias. Como estos andrajosos ocultan su verdadera nacionalidad para reducir el riesgo de repatriación, los opulentos europeos han arrendado «países amigos» como vertederos donde botar tanto deshecho. El hecho de ser mujeres o menores no acompañados no será inconveniente para arrojarlos en tales muladares alquilados.

Sobra decir que la Unión Europea compatibiliza esta política criminal con la firma y proclamación de todos los textos habidos y por haber donde se defiendan los derechos humanos. Según dice Evo Morales en su conocida Carta, «Europa conserva una positiva imagen como espacio de prosperidad y de libertades públicas». La escandalosa contradicción entre lo que dice y lo que hace, no supone ningún problema, ya que el grado de cinismo que ha desarrollado nuestro Viejo Continente es asombroso. Muchas voces airadas del mundo expoliado se preguntan con rabia y perplejidad: ¿Es posible que la referencial Europa atropelle sin vergüenza los derechos que proclama? Les invito a que se den una vuelta por Euskal Herria para despejar esa duda.

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