Tras el tsunami, la reconstrucción ha llegado al fin del mundo
La crónica de Kanyakumari o «el fin del mundo» es la de la reconstrucción tras el tsunami. La pobreza sigue asentada alli, donde muchos sobreviven con dos euros al día. Ahora encaran el futuro, reconociendo que la educación y la formación de las nuevas generaciones es fundamental.
Marina SEGURA RAMOS
La ciudad de Kanyakumari es también conocida como el «fin del mundo», por estar situada en el lugar más al sur de la India, donde están enterradas las cenizas de Gandhi y donde convergen el mar Arábigo, el mar de Andamán y el Índico. Pertenece al estado indio de Tamil Nandu y tiene una extensión seis veces mayor que la superficie del Estado español. A raíz del tsunami de 2004, 800 personas murieron en el distrito de Kanyakumari.
Ahora, 23.000 residentes sobreviven allí con dos a cuatro euros diarios. Algunas familias comparten casas de 30 metros cuadrados, pero en los últimos años su rostro de pobreza está cambiando.
Sin embargo, la realidad de los habitantes de este lugar de peregrinación que alberga las cenizas de Ghandi se está transformando gracias al trabajo de organizaciones humanitarias, como es el caso de Cáritas.
Esos organismos han realizado importantes esfuerzos en la reparación de casas y barcos dañados por el tsunami, en la formación de las comunidades, en la construcción de centros de acogida para huérfanos, en la instalación de dispensarios médicos y escuelas, y en la construcción de nuevas casas.
Parte de las ayudas económicas se han destinado a Kanyakumari, y están cambiando el rostro de la pobreza de un enclave considerado sagrado por los hindúes, porque allí confluyen el océano Índico, el mar Arábigo y el mar de Andamán.
Con ese dinero se están construyendo nuevos hogares para los pescadores, los más afectados por el tsunami, y en unas condiciones mucho más dignas que sus anteriores cobijos, a veces simples cabañas sin luz ni agua.
Las 400 familias que se han trasladado a Claret Nage (la Ciudad de los Claretianos), a kilómetro y medio del mar, son o bien afectadas por el desastre natural o personas que ya vivían en unas extremas condiciones de vulnerabilidad en la zona portuaria y precisan de ayudas para sobrevivir.
Para poder acceder a las viviendas, han tenido que pagar únicamente el terreno -75.000 rupias (unos 1.200 euros)-, pero los más pobres han podido acogerse a ayudas concedidas por las organizaciones o bien a créditos bancarios.
Trabajan 15 horas por entre 2 y 4 euros
Muchas familias de pescadores, que salen a mar a las cuatro de la mañana y regresan a las siete de la tarde para ganar entre dos y cuatro euros diarios, permanecen en el antiguo barrio cercano al puerto ya que no hay suficientes casas para todos en Claret Nage.
Es el caso de del matrimonio formado por Ribolin y Ubraldal Alargaram, que viven en 35 metros cuadrados junto a su madre ciega, de 80 años, una hermana y una hija.
Aparte de los nuevos hogares, se ha apostado por la educación y la formación de las nuevas generaciones, que reciben clases de tecnologías de la información, hostelería, comercio, enfermería, mecánica, corte y confección e inglés, además de la enseñanza reglada para los más pequeños.
A pocos meses de iniciarse la línea de formación con los jóvenes de entre 18 y 26 años, los resultados son espectaculares: el 100% de ellos -la mayoría mujeres- han logrado después un empleo, según explica a periodistas españoles desplazados a la zona el coordinador de los cursos de formación.
Ello tiene una relevancia especial para las chicas, ya que es una vía de romper con su tradicional dependencia familiar, de su futuro marido y con la cuestión del pago de la dote que sus padres entregan a la hora de casarse.
En esta ciudad india, la dote media asciende a un millón de rupias (10.000 euros), una cantidad imposible de abonar por la mayoría de las familias de esta zona.
Majil Sagolla y su esposa Jeiya, 43 y 36 años, respectivamente, y cuya economía familiar depende de la pesca, tienen tres hijas, de 13, 11 y 8 años, y ambos están convencidos de la importancia de la educación de sus niñas para optar a un futuro mejor, explican.
Por cada hija desembolsan 5.000 rupias anuales en gastos escolares (casi 100 euros), una fortuna para ellos, que muchos en India no pueden o no quieren invertir en las hijas.
Las hijas en la India son signo de mala suerte y suponen una carga económica muy gravosa, lo que empuja a algunas padres a quitarles la vida cuando nacen, explica a EFE el padre claretiano Gaspar Masilamani, de 44 años, y cuya orden tiene una casa de acogida para niñas que son rechazadas.
Por otro lado, el esfuerzo que ha supuesto reconstruir las vidas después del tsunami ha conllevado que las mujeres hoy tengan un papel mucho más activo en la sociedad.
Aunque desde siempre han sido las responsables de administrar los exiguos sueldos de sus esposos, ahora son una pieza clave en la organización de la comunidad y, al igual que ellos, participan en las decisiones y tienen los mismos derechos, explican ellas mismas.
Vinod Peter es un joven al que su talento le ha permitido diplomarse en ingeniería electrónica, con la ayuda de sus vecinos, porque el quiosco de golosinas que regenta su madre no genera suficientes beneficios para comer. Su caso es el reflejo del esfuerzo del conjunto de la comunidad católica de esa ciudad, un 56% del total, lo que supone un porcentaje muy alto en un país predominantemente hindú.
Su familia es una de las beneficiarias de las 400 nuevas casas que está construyendo Cáritas y la orden de los claretianos a kilómtero y medio del puerto de la ciudad, dentro de un proyecto destinado a los más vulnerables y a los afectados por el tsunami. Sin embargo, el traslado al nuevo hogar de Vinod habrá de esperar hasta que encuentre trabajo como ingeniero, porque hasta entonces su familia depende de las ventas de chuches. Su sueño es encontrar empleo en Dubai, a través de los contactos que puedan apaortarle los emigrantes de Kanyakumari allí.
El desastre natural mató a más de 230.000 personas en el Sureste Asiático, de las que cerca de un millar eran habitantes del distrito de Kanyakumari, situado en el Estado indio de Tamil Nadu. Las consecuencias más graves las sufrieron los pescadores, cuyas casas, más cercanas al mar, resultaron afectadas. La actividad del sector pesquero en esta ciudad genera alrededor de 10.000 empleos directos e indirectos, de cada barco depende la manutenciónde entre cinco y diez familias. Tras el tsunami, los pescadores explican que la captura de la pesca -sobre todo calamares, erizos, besugo y palometa- ha descendido, porque han variado las corrientes y los fondos.
Sin embargo, otros sostienen que la pérdida está compensada, porque los barcos que salen ahora a faenar a 40 millas de la costa son más potentes que los que se empleaban antes del tsunami.