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Análisis | Crisis política en mongolia

Las agitadas aguas del mar verde

 Los recientes incidentes en Mongolia han situado al país en los medios de comunicación, tras años de olvido. Las noticias vinculadas a Mongolia siempre han estado unidas a referencias históricas, casi míticas, en torno al pasado y al papel que desempeñó el héroe local, Chinggis Khaan (Genghis Khan en Occidente), cuando los mongoles lograron dirigir un enorme imperio que dominó territorios vecinos y grandes extensiones de tierra más lejanas.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

El autor analiza la evolución política y económica de las últimas décadas de Mongolia, país asiático prácticamente deconocido en Occidente al que los últimos incidentes tras la victoria electoral del PPRM, acusado por la oposición de «fraude», han puesto de actualidad.

Se ha buscado presentar un abanico de tópicos como la única realidad del país. Las referencias a sus inmensas estepas, que algunos califican como verdadero «mar u océano verde», o la imagen cuasi bucólica de sus gentes nómadas, viviendo en esas estepas y desiertos, son algunos ejemplos. Si bien esas imágenes son parte de la realidad de Mongolia, también lo son el desarrollo continuo de la población urbana, sobre todo en torno a Ulaanbaatar (Ulan Bator), su capital, o los datos de la ONU, que señalan que más del 10% de la población vive con menos de un dólar al día.

Tras la caída del imperio mongol vino la dominación china, hasta que con la ayuda del Ejército Rojo, Mongolia se convirtió en República Popular, el segundo estado comunista del mundo tras la creación de la Unión Soviética. En esa época se forjó un lema que hace unos años todavía se podía leer en un mosaico: «Desde el amarillento suelo feudal, el caballo salta sobre los negros terrenos del capitalismo hacia el maravilloso suelo rojo del comunismo».

Algunos analistas señalan que ya en esa época «los dirigentes mongoles supieron hacer uso de una elección pragmática para huir de las presiones chinas o acabar en las garras del dragón». La desaparición del espacio soviético trajo la constitución de una nueva realidad en Mongolia y una nueva fase para su población. La transformación del sistema político, la legalización de los partidos y la celebración de elecciones supusieron que el nuevo estado recibiera el «label democrático», interesado, de la comunidad occidental.

Sin embargo, esa llegada de «la democracia y el libre mercado» supuso el fin de la ayuda soviética, políticas de choque y privatizaciones, con resultados que trajeron una transición al mercado libre en la que la desaparición de los logros en sanidad o educación fue pareja al aumento de la pobreza, la corrupción, la degradación ambiental, el declive cultural y una mayor dependencia económica respecto a otros actores extranjeros.

Si hace unos años, la mitad de los casi tres millones de habitantes mantenía una vida ligada al nomadismo en las zonas rurales, en los últimos años esto ha variado rápidamente. La grave situación generada tras el colapso y desaparición de la URSS, unida a una sucesión de inviernos muy duros, provocó el declive de la vida nómada. Las avalanchas de población hacia la capital también tuvieron sus consecuencias, con segmentos incapaces de lograr beneficios en la nueva situación.

Algunos reportajes sensacionalistas en Occidente nos han mostrado la dura vida que llevan los llamados «niños de la calle» de Ulaanbaatar, aunque esos mismos medios no hacen lo mismo, por ejemplo, con los «homeless» en Londres y otras ciudades europeas. En la actualidad mucha gente busca enriquecerse rápidamente, y si bien es cierto que algunos pocos lo logran, la mayor parte de la población no recibe beneficio alguno de la nueva coyuntura. De hecho, los datos de algunas agencias internacionales señalan con preocupación, que «entre un tercio y la mitad de la población» vive en la pobreza en la Mongolia actual.

El llamado libre mercado ha sido positivo para unos pocos, a costa de otros muchos. Los mismos que defienden las «bondades» de ese sistema y sacan frutos de él, son los que en caso de «vacas flacas» no dudan en exigir la actuación estatal para salvaguardar sus beneficios. La distancia entre ricos y pobres es cada día más acentuada en la población mongola, y en la capital se aprecia con nitidez. Como señala una mujer que vive en uno de los numerosos suburbios de la capital, «nuestra vida era buena durante el comunismo, pero el capitalismo nos ha dejado sin nada. El Gobierno no hace nada para ayudarnos».

Los recientes acontecimientos que han supuesto «las mayores protestas políticas» en Mongolia desde 1990 y la declaración del primer estado de emergencia desde entonces, son reflejo de la frustración entre una parte de la población y, sobre todo, el fruto del pulso político que mantienen las dos formaciones políticas más importantes del país, el Partido Popular Revolucionario Mongol (PPRM) y el Partido Democrático Mongol.

Las votaciones legislativas del pasado 29 de junio, calificadas por observadores internacionales como «libres y limpias» han supuesto el triunfo del PPRM, y las denuncias de manipulación de sus opositores del Partido Democrático. Las razones de su fracaso están en la división del potencial voto que podía articular en torno a sí. La presentación de partidos minoritarios e independientes ha logrado disminuir los votos hacia los «demócratas», mientras que por su parte, el PPRM no ha tenido que hacer frente a ese fenómeno.

El PPRM, heredero o continuador del partido que en su día se formó sobre la base soviética, ha ido evolucionando paralelamente a los cambios en el país, transformando su ideología, no en vano en la actualidad se define como socialdemócrata y desde 2003 es miembro de pleno derecho de la Internacional Socialista. Pero al tiempo que dice identificarse con la ideología de Tony Blair, sus dirigentes son los mismos que décadas atrás.

Por su parte, el PDM, pretende presentarse como la «alternativa democrática» en el actual escenario partidista, aunque las bases de los programas de unos y otros no difieren mucho. Tal vez la mayor diferencia, aunque con matices, se centra en la participación o no del Estado en la explotación de los recursos naturales. Los descubrimientos de yacimientos de oro, cobre y carbón, sobre todo en zonas del sur y centro del desierto del Gobi han atraído la atención y el interés de otros actores extranjeros.

El sector minero es la mayor industria de Mongolia, y cualquier decisión condicionará el futuro de la población. En este contexto, algunos políticos optan por una mayor participación del Estado en la obtención de esos beneficios, mientras que otros (a cambio de suculentos cheques personales) prefieren dejar vía libre a la intervención de los gigantes de la minería. De momento, se palpa el interés de importantes empresas mineras extranjeras como la canadiense Ivanhoe Mines y Río Tinto, que mueven sus hilos e influencias para hacerse con la explotación del cobre en Oyu Tolgoi.

La llamada transición puede afrontar en el futuro los pronósticos más pesimistas. Tras la «liberalización», se han abierto las puertas a la intervención extranjera; a la desregularización del mercado laboral; a las privatizaciones a pequeña y gran escala; al desmantelamiento del Estado de bienestar en materia de educación, sanidad, pensiones o vivienda; a la participación de políticos corruptos o de oligarcas, y, sobre todo, a la influencia de actores estatales o empresariales extranjeros.

Y todo ello, a costa del auge del desempleo y del empobrecimiento de la población, junto a una explotación interesada de loa riqueza natural del país. De momento, las aguas parecen haberse sosegado en Mongolia, pero será cuestión de tiempo que nuevas olas alteren su calma.

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